Evangelio martes 16 de abril 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“La gente
preguntó a Jesús: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra
realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la
Escritura: ‘Les dio de comer el pan bajado del cielo’”. Jesús respondió: “Les
aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el
verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y
da vida al mundo”.
Ellos le dijeron: “Señor, danos
siempre de ese pan”. Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene
a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”. Juan 6,
30-35.
El
Hijo de Dios sostiene, respalda y patentiza su obra en su Padre celestial.
Abre el entendimiento de muchos hombres que lo presionan para que demuestre su
relación con Dios. Dice el Maestro: “Mi padre les da el verdadero pan del
cielo”. Si el mundo judío pudo percibir la presencia de Dios a través de su
experiencia en el desierto y recibir de Dios el “Maná” (cfr. Éxodo capítulo
16), Ese mismo mundo deberá aprender a reconocer en Jesús el verdadero pan de
Vida.
Razón
tiene el Papa Francisco cuando enseña que: Jesús nos dona este alimento, es
más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es el
verdadero alimento bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida
bajo la especie del vino. No es un simple alimento con el cual saciamos
nuestros cuerpos, como el maná. El Cuerpo de Cristo es el Pan de los últimos
tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la sustancia de este pan es
Amor. °°°
Existen
alimentos que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más.
Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el
poder y el orgullo. ¡Pero el alimento que nos nutre realmente y que sacia es
solamente el que nos da el Señor! El
alimento que nos ofrece el Señor es diferente de los otros, y quizás no
parece así tan gustoso como ciertas comidas que nos ofrece el mundo.
Y así, soñamos otras comidas, como
los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en
Egipto, pero olvidaban que aquellas comidas las comían en la mesa de la
esclavitud. (cfr. Homilía, 19 de junio, 2014).
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