23 de febrero 2022. La longevidad se ha masificado. Catequesis sobre la vejez 1. La gracia del tiempo y la alianza de las edades de la vida. Papa Francisco. Aula Pablo VI.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hemos terminado las catequesis sobre san José. Hoy empezamos
un recorrido de catequesis que busca inspiración en la Palabra de Dios sobre el
sentido y el valor de la vejez. Hagamos una reflexión sobre la vejez. Desde
hace algunos decenios, esta edad de la vida concierne a un auténtico “nuevo
pueblo” que son los ancianos.
Nunca hemos sido tan numerosos en la historia humana. El riesgo de ser descartados es aún más
frecuente: nunca tan numerosos como ahora, nunca el riesgo como ahora de
ser descartados. Los ancianos son vistos a menudo como “un peso”. En la
dramática primera fase de la pandemia fueron ellos los que pagaron el precio
más alto. Ya eran la parte más débil y descuidada: no los mirábamos demasiado
en vida, ni siquiera los vimos morir. He encontrado también esta Carta de los
derechos de los ancianos y los deberes de la comunidad: ha sido editada por los
gobiernos, no está editada por la Iglesia, es algo laico: es buena, es
interesante, para conocer que los ancianos tienen derechos. Hará bien leerla.
Junto a las migraciones, la vejez es una de las cuestiones
más urgentes que la familia humana está llamada a afrontar en este tiempo. No
se trata solo de un cambio cuantitativo; está en juego la unidad de las edades
de la vida: es decir, el real punto de referencia para la compresión y el
aprecio de la vida humana en su totalidad. Nos preguntamos: ¿hay amistad, hay
alianza entre las diferentes edades de la vida o prevalecen la separación y el
descarte?
Todos vivimos en un presente donde conviven niños, jóvenes,
adultos y ancianos. Pero la proporción ha cambiado: la longevidad se ha masificado y, en amplias regiones del mundo, la
infancia está distribuida en pequeñas dosis. También hemos hablado del invierno
demográfico. Un desequilibrio que tiene muchas consecuencias. La cultura dominante tiene como modelo
único el joven-adulto, es decir un individuo hecho a sí mismo que permanece
siempre joven. Pero, ¿es verdad que la juventud contiene el sentido pleno de la
vida, mientras que la vejez representa simplemente el vaciamiento y la pérdida?
¿Es verdad esto? ¿Solamente la juventud tiene el sentido pleno de la vida, y la
vejez es el vaciamiento de la vida, la pérdida de la vida? La exaltación de la
juventud como única edad digna de encarnar el ideal humano, unida al desprecio
de la vejez vista como fragilidad, como degradación o discapacidad, ha sido el
icono dominante de los totalitarismos del siglo XX. ¿Hemos olvidado esto?
La prolongación de la vida incide de forma estructural en la
historia de los individuos, de las familias y de las sociedades. Pero debemos
preguntarnos: ¿su calidad espiritual y su sentido comunitario son objeto de
pensamiento y de amor coherentes con este hecho? ¿Quizá los ancianos deben
pedir perdón por su obstinación a sobrevivir a costa de los demás? ¿O pueden
ser honrados por los dones que llevan al sentido de la vida de todos? De hecho,
en la representación del sentido de la vida —y precisamente en las culturas
llamadas “desarrolladas”— la vejez tiene poca incidencia. ¿Por qué? Porque es
considerada una edad que no tiene contenidos especiales que ofrecer, ni
significados propios que vivir. Además, hay una falta de estímulo por parte de
la gente para buscarlos, y falta la educación de la comunidad para
reconocerlos. En resumen, para una edad que ya es parte determinante del
espacio comunitario y se extiende a un tercio de toda la vida, hay —a veces—
planes de asistencia, pero no proyectos de existencia. Planes de asistencia,
sí; pero no proyectos para hacerles vivir en plenitud. Y esto es un vacío de
pensamiento, imaginación, creatividad. Bajo este pensamiento, el que hace el vacío es que el anciano, la anciana son
material de descarte: en esta cultura del descarte, los ancianos entran
como material de descarte.
La juventud es hermosa, pero la eterna juventud es una
alucinación muy peligrosa. Ser ancianos es tan importante —y hermoso— es tan
importante como ser jóvenes. Recordemos esto. La alianza entre las
generaciones, que devuelve al ser humano todas las edades de la vida, es
nuestro don perdido y tenemos que recuperarlo. Ha de ser encontrado en esta
cultura del descarte y en esta cultura de la productividad.
La Palabra de Dios tiene mucho que decir a propósito de esta
alianza. Hace poco hemos escuchado la profecía de Joel: «vuestros ancianos
soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones» (3,1). Se puede interpretar
así: cuando los ancianos resisten al Espíritu Santo, enterrando en el pasado
sus sueños, los jóvenes ya no logran ver las cosas que se deben hacer para
abrir el futuro. Sin embargo, cuando los
ancianos comunican sus sueños, los jóvenes ven bien lo que deben hacer.
A los jóvenes que ya no interrogan los sueños de los
ancianos, metiéndose de cabeza en visiones que no van más allá de sus narices,
les costará llevar su presente y soportar su futuro. Si los abuelos se
repliegan en sus melancolías, los jóvenes se encorvarán aún más en su
smartphone. La pantalla puede incluso permanecer encendida, pero la vida se
apaga antes de tiempo. ¿La repercusión más grave de la pandemia no está quizá
precisamente en el extravío de los más jóvenes? Los ancianos tienen recursos de
vida ya vivida a los cuales pueden recurrir en todo momento. ¿Se quedarán de
brazos cruzados ante los jóvenes que pierden su visión o los acompañarán
calentando sus sueños? Ante los sueños de los ancianos, ¿qué harán los jóvenes?
La sabiduría del largo camino que acompaña la vejez a su
despedida debe ser vivida como un don del sentido de la vida, no consumida como
inercia de su supervivencia. La vejez,
si no es restituida a la dignidad de una vida humanamente digna, está destinada
a cerrarse en un abatimiento que quita amor a todos. Este desafío de
humanidad y de civilización requiere nuestro compromiso y la ayuda de Dios.
Pidámoslo al Espíritu Santo. Con estas catequesis sobre la vejez, quisiera
animar a todos a invertir pensamientos y afectos en los dones que esta lleva
consigo y que aporta a las otras edades de la vida.
La vejez es un don
para todas las edades de la vida. Es un don de madurez, de sabiduría. La
Palabra de Dios nos ayudará a discernir el sentido y el valor de la vejez; que
el Espíritu Santo nos conceda también a nosotros los sueños y las visiones que
necesitamos. Y quisiera subrayar, como hemos escuchado en la profecía de Joel,
al principio, que lo importante no es solo que el anciano ocupe el lugar de
sabiduría que tiene, de historia vivida en la sociedad, sino también que haya
un coloquio, que hable con los jóvenes. Los jóvenes deben hablar con los
ancianos, y los ancianos con los jóvenes. Y este puente será la transmisión de
la sabiduría en la humanidad. Deseo que estas reflexiones sean de utilidad para
todos nosotros, para llevar adelante esta realidad que decía el profeta Joel,
que, en el diálogo entre jóvenes y
ancianos, los ancianos puedan ofrecer los sueños y los jóvenes puedan
recibirlos para llevarlos adelante.
No olvidemos que en
la cultura tanto familiar como social los ancianos son como las raíces del
árbol: tienen toda su historia ahí, y los jóvenes son como las flores y los
frutos. Si no viene esta savia, si no viene este “goteo” —digamos así— de las
raíces, nunca podrán florecer. No olvidemos ese poeta que he citado tantas
veces: “Lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”
(Francisco Luis Bernárdez). Todo lo hermoso que tiene una sociedad está en
relación con las raíces de los ancianos. Por eso, en estas catequesis, yo
quisiera que la figura del anciano se destaque, que se entienda bien que el
anciano no es un material de descarte: es una bendición para la sociedad. Fuente
e Imagen de Vatican. Va.