Y
si tu pie te está haciendo caer, córtatelo; porque más te vale entrar lisiado
en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo prepara
tu caída, sácatelo; pues es mejor para ti entrar con un solo ojo en el Reino de
Dios que ser arrojado con los dos al infierno, donde el gusano no muere y el
fuego no se apaga.
Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros». Marcos 9, 41-50.
El programa del Reino de Dios entra en conflicto con los parámetros del pensamiento de una sociedad. No es fácil cambiar una sociedad acostumbrada a medir su “Modus vivendi”, con la fortaleza, la grandeza, la superioridad, el triunfalismo, el sentirse diferente a los demás. Tampoco podemos ubicarnos por encima de los demás; pensando que no debo escuchar a quien no piensa igual a mi planteamiento. Eso es Intolerancia.
El Papa Francisco propone pensar en la Fe como el medio eficaz que permite que actúe más el Espíritu de Dios en una persona y menos el propio poder humano: “La fe abre la «ventana» a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos. El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida tenga siempre sabor a hogar.» (Homilía 27 de septiembre 2015.)
Una sociedad cuando es creyente, se adapta al vocabulario del Maestro, a los deseos del Maestro, al ideal que el Maestro quiere para su Iglesia. El problema aparece cuando los que creen no toleran pasar de la soberbia a la humildad y sencillez de corazón. Los hombres desobedecieron y pecaron. (cfr. Génesis 3,9).
El pecado es un
desequilibrio, un desorden, como un ojo monstruoso fuera de su órbita, como un
hueso fuera de su sitio, buscando el placer, la satisfacción del egoísmo, de la
soberbia. Como un sol que se sale del camino buscando su independencia.
Frustraron el camino y la meta de la felicidad.