Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.” Lucas 2, 22-40.
Cuatro personajes en la Sagrada
Escritura nos permiten descubrir la actitud diversa de hombres y mujeres frente
a las maravillas y las acciones de Dios. A la vez, aparece la unidad de
esos cuatro personajes, pues todos se dejan guiar por el Espíritu de Dios. El
Papa Francisco afirma que: “María y José estaban asombrados por las cosas que
se decía sobre Jesús”, mientras que Simeón vio con sus ojos que en el Niño Jesús
se realizaba “la salvación realizada por Dios en favor de su pueblo: esa
salvación que había estado esperando por años”. “Ana se puso a alabar a Dios y
fue a indicar a Jesús a la gente” y añadió que fue “una santa que hablaba sobre
cosas buenas, no sobre cosas feas” al ir con otras mujeres y mostrarles a
Jesús.
“La capacidad de asombrarnos por
las cosas que nos rodean favorece la experiencia religiosa y hace que el
encuentro con el Señor sea fructífero. Por el contrario, la incapacidad de
sorprendernos nos hace indiferentes y amplía las distancias entre el camino de
la fe y la vida cotidiana”. (Homilía 2 de febrero, 2020)