La misericordia del Maestro de Nazareth no tiene fronteras: su mente, su espíritu, su corazón; está en la necesidad del ser humano, en el deseo de que todos los que conozcan su Palabra, puedan disfrutar de todos los beneficios que Dios ofrece. Cura la hija de una mujer Siro fenicia de nacimiento. (cfr. Marcos 7, 24). En Sidón, cura un tartamudo sordo. (cfr. Marcos 7, 31). Para el Hijo de Dios no hay distinción entre buenos y malos, una raza u otra. Dialoga con una mujer samaritana y cierra el ciclo del odio entre judíos y samaritanos. (cfr. Juan 4, 1-26).
El Papa Francisco afirma: “Pecadores sí, corruptos no”. El santo padre, diferencia, dos actitudes, en dos personajes: El hombre más sabio de la tierra, Salomón. Llegó a viejo, sus mujeres desviaron su corazón, tras dioses extranjeros. Ya su corazón no le pertenecía a Dios. (cfr. 1 Reyes 11, 4-13). El segundo personaje: Una mujer, viniendo del paganismo y de la idolatría, encontró la salud para su hija. Dios la bendice por su fe.
Esta
mujer, que ciertamente no había ido a la universidad, sabía cómo responder.
Esta
mujer no tuvo vergüenza y por su fe, Jesús, le hizo el milagro. Ella se había
expuesto al riesgo de hacer el ridículo, pero ha insistido, y del paganismo
y de la idolatría ha encontrado la salud para su hija y para ella ha encontrado
al Dios viviente. Este es el camino de una persona de buena voluntad, que
busca a Dios y lo encuentra. El Señor la bendice. ¡Cuánta gente hace este
camino y el Señor la espera! Pero es el mismo Espíritu Santo que le lleva
adelante para hacer este camino. Cada día en la Iglesia del Señor hay personas
que hacen este camino, silenciosamente, para encontrar al Señor, porque se
dejan llevar adelante por el Espíritu Santo. (Homilía, 13 de febrero, 2014).