Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!» Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: ¡Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Marcos 10, 17-27.
San
León Magno, afirmaba que la vida eterna está reservada para los limpios de
corazón. Para todos aquellos que logren ser fieles hasta el último momento de su vida, en
su fe y en su relación con Dios. Toda persona que cultive y defienda su propia
Fe, podrá entender que Dios envió su Hijo al mundo, para que todo el que crea
en El, tenga la vida eterna. (cfr. Juan 3,16).
El Hijo de Dios recoge la excelente propuesta de la ley de Dios, centrada en el mandamiento del amor y en aras de la vida eterna. Si se trata de pensar en la eternidad, habría que centrar los afectos, los sentimientos, los pensamientos, el buen deseo, en el amor a Dios, amor a los demás y el amor y la estima a sí mismo. Jesús plantea toda la formalidad de su Reino basado en la práctica del amor cristiano. Es una realidad que debe darse necesariamente en aras del cumplimiento de las promesas, en aras de la organización social, en aras del cambio de mentalidad cultural, en aras de la salvación y de la vida eterna.
El
Papa Francisco propone tres pasos para alcanzar la vida eterna: aprender a
hacer el bien al prójimo “Si quieres entrar en la vida eterna, observa los
mandamientos” (Mateo 19, 17). Pasar de la lógica del “mérito” a la del don. “Si
quieres ser perfecto ve, vende todo lo que posees, dalo a los pobres y tendrás
un tesoro en el cielo” (Mt 19, 21). La imitación “Ven y sígueme”. Seguir a
Cristo no es una imitación exterior pues toca todo el hombre en su profunda
interioridad. Ser discípulo de Jesús significa estar conforme a Él. (cfr. Mateo
19,29). (cfr. Mensaje 3 de agosto, 2021).