(Marcos 9, 38-40).
El camino correcto que enseña el Salvador del mundo, es que debemos ser prudentes antes de emitir un juicio: hay que aprender a escuchar a los demás: “Audi alteram partem”. Hay que dejarse guiar más por el Espíritu de Dios y menos por la arrogancia humana. Así se lo enseñó Moisés a Josué hijo de Nun, cuando lo reprendió diciéndole: “Tienes demasiado celo por mí °°° ojalá les diera el Señor a todos su espíritu y todos en el pueblo del Señor, fueran profetas” (cfr. Números 11,29).
Quien pretenda tener autoridad
sobre los demás, deberá hacerlo desde el servicio; con el respeto por la
misión que los demás cumplen en la sociedad. Deberá convertirse en modelo y no
en escándalo para los demás. La gran
propuesta del Hijo de Dios ante la misión y el uso de los poderes y carismas de
casa persona, es estar más atentos a la autenticidad del bien y no a la
procedencia de quien lo cumple.
Así lo entiende y explica el Papa Francisco. Jesucristo, nos llama a no pensar según las categorías de «amigo/enemigo», «nosotros/ellos», «quien está dentro/quien está fuera», «mío/tuyo», sino para ir más allá, a abrir el corazón. (Ángelus, 30 de septiembre 2018).
Dios
da a cada persona gracias, cualidades, talentos, dones, inteligencia,
sabiduría, habilidades; la dificultad aparece cuando muchos no saben cómo
administrarlas.
Algunos enloquecen, otros convierten esas cualidades en demonios destructores
de ellos mismos, otros desperdician, otros se dejan llevar por las influencias
de los demás, otros se duermen en los laureles, otros terminan llenos de tesoros,
pero vacíos en sus vidas; otro tanto no logra el objetivo porque la soberbia no
se lo permite.
El
método cristiano debe llevar consigo las cláusulas del maestro: hacer tanto
bien, ayudar, sanar, convertir, y a la vez evangelizar con la misma Palabra a quien quiera
recibirla con fe. Así lo sintió y lo experimentó el apóstol de los gentiles:
“Todo lo hago por el Evangelio”. (1 Corintios 9, 23).