Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Marcos 7 31–37).
La salvación que ofrece Dios, no tiene
fronteras. Las curaciones y sanaciones del Señor Jesús, no hacen parte de un
programa específico que Él debía cumplir. Su misión esencial es ser el Salvador
del mundo. El milagro es el sello de las Palabras. Contraste perfecto entre lo
que se anuncia “Tus pecados están perdonados”. En lo que se cree y se acepta:
“levántate y anda” (Lucas 5, 23).
Dios se vale de la misma creación para que su voz sea escuchada por todos los rincones de la tierra. Siempre ha tenido la diligencia y delicadeza para comunicar sus deseos, no hizo nada sin avisar a la humanidad su cometido. Dios siempre ha guardado un orden en sus cosas. Inició un proceso de salvación a través de los patriarcas, después a través de los profetas, y por último dice la Sagrada Escritura, envió a su Hijo único, para que Él se encargara de comunicar los planes de su Padre celestial. El objetivo de Dios es siempre salvar, nunca condenar.
El
Papa Francisco advierte: Pensemos en los muchos que Jesús ha querido encontrar,
sobre todo, personas afectadas por la enfermedad y la discapacidad, para
sanarles y devolverles su dignidad plena. Es muy importante que justo estas
personas se conviertan en testigos de una nueva actitud, que podemos llamar
cultura del encuentro […]
Aquí
están las dos culturas opuestas. La cultura del encuentro y la cultura de la
exclusión, la cultura del prejuicio, porque se perjudica y se excluye. La
persona enferma y discapacitada, precisamente a partir de su fragilidad, de su
límite, puede llegar a ser testigo del encuentro: el encuentro con Jesús, que
abre a la vida y a la fe, y el encuentro con los demás, con la comunidad. En
efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede
construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad.
(cfr. Discurso, 29 de marzo, de 2014).