5 de octubre 2022. Catequesis sobre el discernimiento 4. Los elementos del discernimiento. Conocerse a sí mismo
Audiencia Papa Francisco, Plaza de san Pedro. Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos tratando el tema del discernimiento. La vez pasada
consideramos la oración como su elemento indispensable, entendida como
familiaridad y confidencia con Dios. Oración, no como los loros, sino como
familiaridad y confidencia con Dios; oración de los hijos al Padre; oración
con el corazón abierto. Esto lo vimos en la última catequesis. Hoy quisiera, de
forma casi complementaria, subrayar que un buen discernimiento requiere también
el conocimiento de uno mismo. Conocerse a sí mismo.
Y esto no es fácil. El discernimiento de hecho involucra a
nuestras facultades humanas: la memoria, el intelecto, la voluntad, los
afectos. A menudo no sabemos discernir porque no nos conocemos lo suficiente,
y así no sabemos qué queremos realmente. Habéis escuchado muchas veces: “Pero
esa persona, ¿por qué no arregla su vida? Nunca ha sabido lo que quiere…”. Sin
llegar a ese extremo, pero a nosotros también nos sucede que no sabemos bien
qué queremos, no nos conocemos bien.
En la base de dudas espirituales y crisis vocacionales suele
haber un diálogo insuficiente entre la vida religiosa y nuestra dimensión
humana, cognitiva y afectiva. Un autor de espiritualidad señaló que muchas
dificultades en materia de discernimiento remiten a problemas de otro tipo, que
deben ser reconocidos y explorados.
Así escribe este autor: «He llegado a la convicción de que
el obstáculo más grande al verdadero discernimiento (y a un verdadero
crecimiento en la oración) no es la naturaleza intangible de Dios, sino el
hecho de que no nos conocemos suficientemente a nosotros mismos, y no
queremos ni siquiera conocernos por cómo somos verdaderamente. Casi todos
nosotros nos escondemos detrás de una máscara, no solo frente a los otros,
sino también cuando nos miramos al espejo» (Th. Green, La cizaña entre el
trigo, Roma, 1992, 25). Todos tenemos la tentación de enmascararnos también
delante de nosotros mismos.
El olvido de la presencia de Dios en nuestra vida va a la
par que la ignorancia sobre nosotros mismos —ignorar a Dios e ignorarnos a
nosotros—, la ignorancia sobre las características de nuestra personalidad y
sobre nuestros deseos más profundos.
Conocerse a uno mismo no es difícil, perp es
fatigoso: implica un paciente trabajo de excavación interior. Requiere la
capacidad de detenerse, de “apagar el piloto automático”, para adquirir
conciencia sobre nuestra forma de hacer, sobre los sentimientos que nos
habitan, sobre los pensamientos recurrentes que nos condicionan, y a menudo sin
darnos cuenta. Requiere también distinguir entre las emociones y las facultades
espirituales. “Siento” no es lo mismo que “estoy convencido”; “tengo ganas de”
no es lo mismos que “quiero”. Así se llega a reconocer que la mirada que
tenemos sobre nosotros mismos y sobre la realidad a veces está un poco
distorsionada. ¡Darse cuenta de esto es una gracia! De hecho, muchas veces
puede suceder que convicciones erróneas sobre la realidad, basadas en
experiencias del pasado, nos influyen fuertemente, limitando nuestra libertad
de jugárnosla por lo que realmente cuenta en nuestra vida.
Viviendo en la era de la informática, sabemos lo importante
que es conocer las “contraseñas” para poder entrar en los programas donde se
encuentran las informaciones más personales y valiosas. Pero también la vida
espiritual tiene sus “contraseñas”: hay palabras que tocan el corazón porque
remiten a aquello por lo que somos más sensibles. El tentador, es decir el
diablo, conoce bien estas palabras-clave, y es importante que las conozcamos
también nosotros, para no encontrarnos ahí donde no quisiéramos.
La tentación no sugiere necesariamente cosas malas, sino
a menudo desordenadas, presentadas con una importancia excesiva. De esta
manera nos hipnotiza con lo atractivo que estas cosas suscitan en nosotros,
cosas bellas pero ilusorias, que no pueden mantener lo que prometen, y así nos
dejan al final con un sentido de vacío y de tristeza. Ese sentido de vacío y de
tristeza es una señal de que hemos tomado un camino que no era justo, que nos
ha desorientado.
Pueden ser, por ejemplo, el título de estudio, la carrera,
las relaciones, todas cosas en sí loables, pero hacia las cuales, si no somos
libres, corremos el riesgo de nutrir expectativas irreales, como por ejemplo la
confirmación de nuestro valor. Tú, por ejemplo, cuando piensas en un estudio
que estás haciendo, ¿lo piensas solamente para promoverte a ti mismo, por tu
interés, o también para servir a la comunidad? Ahí se puede ver cuál es la
intencionalidad de cada uno de nosotros. De este malentendido derivan a menudo
los sufrimientos más grandes, porque ninguna de esas cosas puede ser la
garantía de nuestra dignidad.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, es importante
conocerse, conocer las contraseñas de nuestro corazón, aquello a lo que somos
más sensibles, para protegernos de quien se presenta con palabras
persuasivas para manipularnos, pero también para reconocer lo que es
realmente importante para nosotros, distinguiéndolo de las modas del momento o
de eslóganes llamativos y superficiales. Muchas veces lo que se dice en un
programa en televisión, en alguna publicidad que se hace, nos toca el corazón y
nos hace ir a esa parte sin libertad. Estad atentos a eso: ¿soy libre o me dejo
llevar por los sentimientos del momento, o por las provocaciones del momento?
Una ayuda para esto es el examen de conciencia, pero
no hablo del examen de conciencia que todos hacemos cuando vamos a la
confesión, no. Esto es: “He pecado de esto, eso…”. No. Examen de conciencia
general de la jornada: ¿Qué ha sucedido en mi corazón en este día? “Han pasado
muchas cosas…”. ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿Qué huellas dejaron en el corazón? Hacer el
examen de conciencia, es decir, la buena costumbre de releer con calma lo que
sucede en nuestra jornada, aprendiendo a notar en las valoraciones y en las
decisiones aquello a lo que damos más importancia, qué buscamos y por qué, y
qué hemos encontrado al final. Sobre todo aprendiendo a reconocer qué sacia mi
corazón.
Porque solo el Señor puede darnos confirmación de lo que
valemos. Nos lo dice cada día desde la cruz: ha muerto por nosotros, para mostrarnos
cuánto somos valiosos a sus ojos. No hay obstáculo o fracaso que pueda impedir
su tierno abrazo. El examen de conciencia ayuda mucho, porque así vemos que
nuestro corazón no es un camino donde pasa de todo y nosotros no sabemos.
No. Ver: ¿Qué ha pasado hoy? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué me ha hecho reaccionar?
¿Qué me ha puesto triste? ¿Qué me ha puesto contento? Qué ha sido malo y si he
hecho mal a los otros. Se trata de ver el recorrido de los sentimientos, de las
atracciones en mi corazón durante la jornada. ¡No os olvidéis! El otro día
hablamos de la oración; hoy hablamos del conocimiento de uno mismo.
La oración y el conocimiento de uno mismo consienten crecer
en la libertad. ¡Esto es para crecer en la libertad! Son elementos básicos de
la existencia cristiana, elementos preciosos para encontrar el propio lugar en
la vida. Gracias. Fuente e Imagen de: Vatican. Va Copyright