Evangelio Jueves
20 de octubre 2022
Padre, Jairo Yate
Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Afirma el Santo
Evangelio: “Dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el
mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué
angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No,
sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra
dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo
contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra
contra la nuera y la nuera contra la suegra.» Lucas 12, 49-53.
La misión de un discípulo no es
fácil, tiene sus complicaciones: la crítica, la persecución, unos le creen,
otros no desean escucharlo. El discípulo se mueve como en ese vaivén, como
en los momentos de gloria, momentos de angustia y desesperación, momentos de
muerte. La mejor esperanza para un discípulo es leer y meditar detenidamente la
historia de su propio Maestro y llegar a la conclusión que un discípulo asume
los riesgos y las glorias de su Maestro. Llegará un momento en que el discípulo
se convencerá que su ser y su misión es un signo de contradicción para una
sociedad.
El Papa Francisco advierte que la
Palabra de Dios en su anuncio y predicación siempre causa el impacto de la
división. División para aquellos que no la aceptan y los que si creen
verdaderamente en el poder de la Palabra. “La palabra de Cristo es poderosa: no
tiene el poder del mundo, sino el de Dios, que es fuerte en la humildad,
también en la debilidad. Su poder es el del amor: este es el poder de la
Palabra de Dios. Un amor que no conoce confines, un amor que nos hace amar a los
demás antes que a nosotros mismos.” (cfr. Homilía, 21 de marzo, 2015).
San Juan Pablo II, Papa, enseña ¿Cómo puede un discípulo reconocer si es un verdadero discípulo? La respuesta
es: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los
unos a los otros» (Juan 13, 35). El amor que nos enseña Cristo con su
palabra y su ejemplo es el signo que debe distinguir a sus discípulos.
Cristo manifiesta el vivo deseo que arde en su corazón cuando confiesa: «He
venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡Cuánto desearía que ya estuviera
encendido!» (Lucas 12, 49).
El fuego
significa la intensidad y la fuerza del amor de caridad. Jesús pide a sus seguidores que se les reconozca por esta
forma de amor. Es Cristo quien ha encendido el fuego del amor en los
corazones (cfr. Lucas 12, 49) y sigue encendiéndolo siempre y por doquier.
La Iglesia es responsable de la difusión de este fuego en el universo.
Todo
auténtico testimonio de Cristo implica la caridad; requiere el deseo de
evitar toda herida al amor. Así, también a toda la Iglesia se la debe reconocer
por medio de la caridad. (cfr. Audiencia, 3 de junio, 1992).
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