“Mirando a Jesús, vemos que Él es todo lo contrario. No está
sentado en un cómodo trono, sino más bien colgado en un patíbulo”, señaló.
“Se hizo siervo para que cada uno de nosotros se sienta
hijo. Se dejó insultar y que se burlaran de él, para que en cualquier
humillación ninguno de nosotros esté ya solo”, dijo a continuación.
“Dejó que lo desnudaran, -continuó el Papa-, para que nadie
se sienta despojado de la propia dignidad. Subió a la cruz, para que en todo
crucificado de la historia esté la presencia de Dios”.
“Este es nuestro Rey, Rey del universo, porque Él cruzó
los más recónditos confines de lo humano; entró en la oscura inmensidad del
odio y del abandono para iluminar cada vida y abrazar cada realidad”, añadió.
En esta línea, el Papa invitó a los fieles a preguntarse:
“¿Este rey del universo es el rey de mi existencia? ¿Cómo puedo celebrarlo como
Señor de todas las cosas si no se convierte también en el Señor de mi vida?”.
“Él no mira tu vida sólo un momento y ya, no te dedica una
mirada fugaz como frecuentemente hacemos nosotros con Él, sino que permanece
ahí, abrazarte, para decirte en silencio que nada de lo tuyo le es ajeno, que
quiere abrazarte, volverte a levantar y salvarte, así como eres, con tu
historia, con tus miserias, con tus pecados”, dijo el Papa.
Para el Santo Padre, Dios “da la posibilidad de reinar en
la vida, si te rindes ante la mansedumbre de su amor, que se propone, pero
no se impone; a su amor que siempre te perdona, que siempre te vuelve a poner
en pie, que siempre te restituye tu dignidad real”.
“Sí, la salvación nos viene al dejarnos amar por Él, porque
sólo así somos liberados de la esclavitud de nuestro yo, del miedo de estar
solos, de pensar que no lo lograremos”, señaló.
Además, explicó que mirando a la cruz “entendemos que no
tenemos un Dios desconocido que está allá arriba en el cielo, poderoso y
distante, sino un Dios cercano, tierno y compasivo, cuyos brazos abiertos
consuelan y acarician. ¡Ese es nuestro Rey!”.
Más tarde, animó a los presentes a no ser meros espectadores
y a evitar “el contagio letal de la indiferencia”.
“La ola del mal se propaga siempre así: comienza tomando
distancia, mirando sin hacer nada, sin dar importancia, y luego se piensa sólo
en los propios intereses y se acostumbra a mirar hacia otro lado”, advirtió el
Papa Francisco.
Confianza en el Señor
Por el contrario, “el Evangelio habla del buen ladrón por
nosotros, para invitarnos a vencer el mal dejando de ser espectadores”.
Para lograrlo, el Papa destacó la confianza del buen ladrón,
que “admite sus fallas, llora, pero no compadeciéndose de sí mismo, sino
poniéndose delante del Señor”.
“Y nosotros, ¿tenemos esta confianza, le llevamos a Jesús
todo lo que tenemos en nuestro interior, o nos disfrazamos frente a Dios,
quizás con un poco de sacralidad y de incienso?”, preguntó a continuación.
“Aquel que pone en práctica la confianza aprende la
intercesión, aprende a presentar ante Dios lo que ve, los sufrimientos del
mundo, las personas que encuentra”, señaló.
El Papa Francisco explicó que “depende de nosotros
decidir si ser espectadores o involucrarnos”.
“Vemos las crisis de hoy, la disminución de la fe, la falta
de participación. ¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a elaborar teorías, a criticar,
o nos ponemos manos a la obra, tomamos las riendas de nuestra vida, pasamos del
“si” de las excusas a los “sí” de la oración y del servicio?”.
“¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado al
madero o estamos con las manos en los bolsillos mirando?” , preguntó a los
fieles.
“Hoy, mientras Jesús, que está despojado en la cruz, levanta
el velo sobre Dios y destruye toda imagen falsa de su realeza, mirémoslo a Él,
para encontrar el valor de mirarnos a nosotros mismos; de recorrer las vías de la
confianza y de la intercesión; de hacernos siervos para reinar con Él”,
concluyó el Papa.