Evangelio Domingo 6 de Noviembre 2022
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Dice
el santo Evangelio: “Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay
resurrección, y preguntaron a Jesús: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a
uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer
como esposa y de descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos; el
primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella,
y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la
mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?” °°°
Lucas 20, 27-38.
La vida como don y gracia de
Dios, únicamente se entiende desde el misterio de la fe. Es tan importante
tener un concepto claro de la resurrección del Hijo de Dios, para poder
entender el misterio humano proyectado en la misma eternidad. La primera verdad
que aprendemos es que Dios, es un Dios de vivos y no de muertos. Tomando
como base esta premisa, estará equivocada aquella persona que pretenda
equiparar el estado humano con un cuerpo resucitado. Con mucha certeza y sabiduría
afirma la Sagrada Escritura: “Cuando resuciten de entre los muertos, ni se
casarán, ni serán dados en matrimonio, sino que serán como ángeles en los
cielos.” (Marcos 12, 25).
El Hijo de Dios permite que
entendamos el valor absoluto de la vida, la procedencia de la vida, quién
es el autor y el dueño de la vida. El
Papa emérito Benedicto XVI piensa que Dios ha creado al hombre para la
resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y
definitiva a la historia de los hombres y a su existencia personal (Mensaje,
Cuaresma 2011).
La vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida
de los hijos de Dios. Así lo enseñó el Papa santo, Juan Pablo II en su
famosa Carta Encíclica: Evangelium Vitae.
Afirma el santo Padre que: El hombre está llamado a una plenitud de
vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que
consiste en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural
manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase
temporal. (cfr. Numeral 2).
Nuestro Catecismo de la Iglesia
Católica, nos permite saber y tener fe en lo que sucede ante la muerte de cada
persona: Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su
retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a
través de una purificación. Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y
están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para
siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Juan 3,
2), cara a cara (cfr. 1 Corintios 13, 12; Apocalipsis 22, 4). El cielo es la comunidad bienaventurada de
todos los que están perfectamente incorporados a Él. (cfr. Numerales: 1021 –
1026).
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