16 de noviembre 2022. Catequesis sobre el discernimiento 8. ¿Por qué estamos desolados? Audiencia Papa Francisco. Plaza de san Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, bienvenidos!
Retomamos hoy las catequesis sobre el tema del
discernimiento. Hemos visto lo importante que es leer lo que se mueve dentro de
nosotros, para no tomar decisiones apresuradas, en la ola emocional del
momento, solo para arrepentirnos cuando ya es demasiado tarde. Es decir, leer
qué sucede y después tomar las decisiones.
En este sentido, también el estado espiritual que llamamos
desolación, cuando en el corazón todo está oscuro, está triste, este estado de
desolación puede ser ocasión de crecimiento. De hecho, si no hay un poco de
insatisfacción, un poco de tristeza saludable, una sana capacidad de habitar en
la soledad y de estar con nosotros mismos sin huir, corremos el riesgo de
permanecer siempre en la superficie de las cosas y no tomar nunca contacto con el
centro de nuestra existencia.
La desolación provoca una “sacudida del alma”:
cuando uno está triste es como si el alma se sacudiera; mantiene
despiertos, favorece la vigilancia y la humildad y nos protege del viento del
capricho. Son condiciones indispensables para el progreso en la vida, y, por
tanto, también en la vida espiritual.
Una serenidad perfecta, pero “aséptica”, sin
sentimientos, nos hace deshumanos cuando se convierte en el criterio de
decisiones y comportamientos. Nosotros no podemos no hacer caso a los
sentimientos: somos humanos y el sentimiento es una parte de nuestra humanidad;
sin entender los sentimientos seremos deshumanos, sin vivir los sentimientos
seremos también indiferentes al sufrimiento de los otros e incapaces de acoger
el nuestro. Sin considerar que tal “perfecta serenidad” no se alcanza por este
camino de la indiferencia. Esta distancia aséptica: “Yo no me involucro con las
cosas, yo tomo distancia”: esto no es vida, esto es como si viviéramos en un
laboratorio, cerrados, para no tener microbios, enfermedades.
Para muchos santos y santas, la inquietud ha sido un impulso
decisivo para dar un giro a la propia vida. Esta serenidad artificial, no va,
mientras que la sana inquietud es buena, el corazón inquieto, el corazón que
trata de buscar camino. Es el caso, por ejemplo, de Agustín de Hipona o de
Edith Stein o de José Benito Cottolengo o de Carlos de Foucauld. Las
decisiones importantes tienen un precio que la vida presenta, un precio que
está al alcance de todos: es decir, las decisiones importantes no vienen de
la lotería, no; tienen un precio y tú debes pagar ese precio.
Es un precio que
tú debes pagar con tu corazón, es un precio de la decisión, un precio que hay
llevar adelante, un poco de esfuerzo. No es gratis, pero es un precio al
alcance de todos. Todos nosotros debemos pagar esta decisión para salir del
estado de indiferencia, que nos abate, siempre.
La desolación es también una invitación a la gratuidad, a
no actuar siempre y solo en vista de una gratificación emotiva. Estar
desolados nos ofrece la posibilidad de crecer, de iniciar una relación más
madura, más hermosa, con el Señor y con las personas queridas, una relación que
no se reduzca a un mero intercambio de dar y tomar. Pensemos en nuestra
infancia, por ejemplo, cuando somos niños, sucede a menudo que buscamos a los
padres para obtener algo de ellos, un juguete, dinero para comprar un helado,
un permiso... Y así los buscamos no por sí mismos, sino por un interés. Sin
embargo, ellos son el don más grande, los padres, y esto lo entendemos a medida
que crecemos.
También muchas de nuestras oraciones son un poco de este
tipo, son peticiones de favores dirigidos al Señor, sin un verdadero interés
por Él. Vamos a pedir, pedir, pedir al Señor. El Evangelio señala que Jesús
a menudo estaba rodeado de mucha gente que lo buscaba para obtener algo,
curaciones, ayudas materiales, pero no simplemente para estar con Él.
Estaba rodeado de multitud y, sin embargo, estaba solo. Algunos santos, y
también algunos artistas, han meditado sobre esta condición de Jesús. Podría
parecer raro, irreal, preguntar al Señor: “¿Cómo estás?”. Y sin embargo es una
manera muy hermosa de entrar en una relación verdadera, sincera, con su
humanidad, con su sufrimiento, también con su singular soledad. Con Él, con el
Señor, que ha querido compartir hasta el fondo su vida con nosotros.
Nos hace mucho bien aprender a estar con Él, a estar con el
Señor sin otro fin, exactamente como nos sucede con las personas a las que
queremos: deseamos conocerlos cada vez más, porque es hermoso estar con ellos.
Queridos hermanos y hermanas, la vida espiritual no es una
técnica a nuestra disposición, no es un programa de “bienestar” interior que
nosotros debemos programar. No. La vida espiritual es la relación con el
Viviente, con Dios, el Viviente, irreductible a nuestras categorías. Y la
desolación entonces es la respuesta más clara a la objeción que la experiencia
de Dios sea una forma de sugestión, una simple proyección de nuestros deseos.
La desolación es no sentir nada, todo oscuro: pero tú buscas a Dios en la
desolación. En este caso, si pensamos que es una proyección de nuestros deseos,
siempre seríamos nosotros quienes la programáramos, siempre estaríamos felices
y contentos, como un disco que repite la misma música.
En cambio, quien reza se da cuenta de que los resultados
son imprevisibles: experiencias y pasajes de la Biblia que a menudo nos han
entusiasmado, hoy, extrañamente, no suscitan ningún entusiasmo. E, igualmente
de forma inesperada, experiencias, encuentros y lecturas a los que nunca se
había hecho caso o que se prefería evitar ―como la experiencia de la cruz― dan
una paz inmensa. No tener miedo a la desolación, llevarla adelante con
perseverancia, no huir. Y en la desolación tratar de encontrar el corazón de
Cristo, encontrar al Señor. Y la respuesta llega, siempre.
Frente a las dificultades, por tanto, nunca desanimarse,
por favor, sino afrontar la prueba con decisión, con la ayuda de la gracia
de Dios que nunca nos falla. Y si escuchamos dentro de nosotros una voz
insistente que quiere distraernos de la oración, aprendamos a desenmascararla
como la voz del tentador; y no nos dejemos impresionar: simplemente, ¡hagamos
precisamente lo contrario de lo que nos dice! Gracias. Fuente e Imagen de
Vatican. Va Copyright.