14 de febrero 2024. El acidioso no realiza con solicitud la obra de Dios. Catequesis Papa Francisco. Vicios y virtudes. 8. La acedia.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Entre todos
los vicios capitales hay uno que a menudo pasa inadvertido, quizás en virtud de
su nombre, que a muchos les resulta poco comprensible: estoy hablando de la
acedia. Por eso, en el catálogo de los vicios, el término acedia está a menudo
sustituido por otro de uso mucho más común: la pereza. En realidad, la pereza es más un efecto que una causa.
Cuando una persona permanece inactiva, indolente, apática, nosotros decimos que
es perezosa. Pero, como enseña la sabiduría de los antiguos padres del desierto,
a menudo la raíz de esta pereza es la acedia, en griego significa literalmente
“falta de cuidado”.
Se trata de
una tentación muy peligrosa, con la que no se debe jugar. Quien cae víctima de
este vicio es como si estuviera aplastado por un deseo de muerte: todo le disgusta; la relación con Dios
se le vuelve aburrida; y también los actos más santos, los que le habían
calentado el corazón, ahora, le parecen completamente inútiles. La persona
empieza a lamentar el paso del tiempo y la juventud que queda irremediablemente
atrás.
La acedia
ha sido definida como “el demonio del
mediodía”: nos atrapa en mitad del día, cuando la fatiga está en su ápice y
las horas que nos esperan nos parecen monótonas, imposibles de vivir. En una
célebre descripción, el monje Evagrio representa así esta tentación: «El ojo
del acidioso se fija en las ventanas continuamente y en su mente imagina
visitantes […]
Cuando lee,
el acidioso bosteza a menudo y se deja llevar fácilmente por el sueño, se frota
los ojos, se refriega las manos y, apartando la mirada del libro, la fija en la
pared; después, dirigiéndola nuevamente al libro, lee un poco más […];
finalmente, inclinando la cabeza, coloca el libro debajo de ella y se duerme en
un sueño ligero, hasta que el hambre lo despierta y le apremia a atender sus
necesidades»; en conclusión, «el
acidioso no realiza con solicitud la obra de Dios». (cfr. Evagrio Póntico,
Los ocho espíritus malvados, 14)
Los
lectores contemporáneos advierten en estas descripciones algo que recuerda
mucho el mal de la depresión, tanto desde el punto de vista psicológico como
filosófico. En efecto, para quienes están atenazados por la acedia, la vida
pierde su sentido, rezar es aburrido, cada batalla parece carecer de
significado. Las pasiones que
alimentamos en la juventud ahora nos parecen ilógicas, sueños que no nos
hicieron felices. Así que nos dejamos llevar y la distracción, el no
pensar, parecen ser la única salida: a uno le gustaría estar aturdido, tener la
mente completamente vacía… Es un poco como morir anticipadamente, y es feo.
Contra este
vicio, del que nos damos cuenta que es tan peligroso, los maestros de
espiritualidad prevén varios remedios. Me gustaría señalar el que me parece más
importante y que yo llamaría la paciencia de la fe. Aunque bajo el azote de la
acedia el deseo del hombre es estar "en otra parte", escapar de la
realidad, hay que tener en cambio el valor de permanecer y acoger en mi
"aquí y ahora", en mi situación tal como y es, la presencia de Dios.
Los monjes dicen que para ellos la celda es la mejor maestra de vida, porque es
el lugar que concreta y cotidianamente te habla de tu historia de amor con el
Señor. El demonio de la acedia quiere
destruir precisamente esta alegría sencilla del aquí y ahora, este asombro
agradecido ante la realidad; quiere hacerte creer que todo es en vano, que
nada tiene sentido, que no vale la pena preocuparse por nada ni por nadie.
En la vida
encontramos gente “acidiosa”, personas de las que decimos: “¡Pero este es
aburrido!”, y no nos gusta estar con ellas; personas que incluso tienen una
actitud de aburrimiento que contagia. Eso es la acedia.
¡Cuánta
gente, presa en las garras de la acedia, movida por una inquietud sin rostro,
ha abandonado tontamente el camino del bien que había emprendido! La de la
acedia es una batalla decisiva que hay que ganar a toda costa. Y es una batalla
de la que no se han librado ni siquiera a los santos, porque en muchos de sus
diarios hay páginas que revelan momentos tremendos, verdaderas noches de fe en
las que todo parecía oscuro.
Estos
santos nos enseñan a atravesar la noche con paciencia, aceptando la pobreza de
la fe. Recomiendan, bajo la opresión de la acedia, mantener una medida de
compromiso más pequeña, fijarse metas más al alcance de la mano y, al mismo
tiempo, resistir y perseverar apoyándose en Jesús, que nunca nos abandona en la
tentación.
La fe atormentada por la prueba de la acedia no
pierde su valor. Al contrario, es la fe verdadera, la humanísima fe que, a pesar de todo, a pesar de la
oscuridad que la ciega, sigue humildemente creyendo. Es esa fe que permanece en el corazón, como
las brasas bajo las cenizas. Siempre permanece. Y si alguno de nosotros cae en
este vicio o en la tentación de la acedia, que intente mirar en su interior y
custodiar las brasas de la fe: así es como se sigue adelante. Fuente e Imagen
de Vatican. Va.