Evangelio viernes 16 de febrero
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“Los
discípulos de Juan se le acercaron a Jesús, preguntándole: ¿Por qué nosotros y
los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan? Jesús
les dijo: - ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el novio
está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán.”
Mateo 9, 14-15
Quien
ya está caminando en los senderos de Dios, entiende el sentido del ayuno como
medio de conversión y renovación espiritual. No existe la posibilidad de
descartar a las demás personas, tomando como razón el ayuno. No se puede
concluir que alguien no está bien moralmente porque no ayuna. Por ejemplo,
Mateo siendo un publicano recibe el llamado de Dios. El Maestro dice: No he venido a llamar a justos sino a
pecadores”. (Mateo 9, 13).
Existen dos momentos que se deben
entender en su justo equilibrio. En la Antigua Alianza el ayuno jugó un papel
importantísimo como medio de conversión para la salvación. Recordemos a los
Ninivitas, creyeron en Dios, proclamaron un ayuno, se vistieron de saco, se
convirtieron de su mala conducta y Dios viendo sus obras se compadeció de
ellos. (Jonás 3, 5-10).
Queda muy claro que para Dios lo más importante
es la conversión del corazón, no tanto las cosas externas. (cfr. Joel 2, 12-14). El segundo
momento histórico, es la presencia del Salvador del mundo. Dice el Mesías, si
ya llegó el Salvador, deben estar con el salvador sus seguidores. El ayuno
sigue vigente, sí, siempre como medio de conversión. “Cuando el novio ya no
esté, tendrán que ayunar”.
El
Papa Francisco tiene toda la razón cuando nos advierte que no debemos practicar
un ayuno de formalismos. El ayuno tiene sentido si verdaderamente menoscaba
nuestra seguridad, e incluso si de ello se deriva un beneficio para los demás,
si nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina sobre el
hermano en dificultad y se ocupa de él.
El ayuno comporta la elección de una vida
sobria, en su estilo; una vida que no derrocha, una vida que no “descarta. Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón en
la esencialidad y en el compartir. Es un signo de toma de conciencia y de
responsabilidad ante las injusticias, los atropellos, especialmente respecto a
los pobres y los pequeños, y es signo de la confianza que ponemos en Dios y en
su providencia. (Homilía, 5 de marzo de 2014).
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