Evangelio lunes 5 de febrero 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
En todas
partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en
las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y
los que lo tocaban quedaban sanos.”
Marcos 6, 53-56.
Jesucristo
es el Señor, Él tiene el poder sobre la muerte, sobre el mal, sobre el pecado,
sobre los momentos difíciles y conflictivos de cada persona. Hay que
aprender a vivir nuestra fe centra en la esencia del Hijo de Dios. Muchos
judíos centraron su atención, sobre quién era este hombre maravilloso, su
Palabra, sus poderes, su trascendencia, su santidad, su perfección. Razón tiene
el santo Evangelio: “Donde llegaba, salían a recibirlo y creían en su poder y
gracia de bendición”.
Jesucristo
propiamente es un Salvador. Es el enviado de Dios para que cada persona
experimente conozco los caminos de salvación que ofrece Dios. El
poder de Jesús llama mucho la atención, porque ese poder va a acompañado de
milagros, curaciones, comprensión, ternura, dolor, acompañamiento,
sabiduría, etc. En la personalidad del
Maestro de Jerusalén existe el equilibrio genial entre lo que él anuncia, lo
que hace y el resultado que espera como aprendizaje de cada uno de nosotros:
Lo que Él anuncia es el Reino de su
Padre celestial, (cfr. Lucas 8,1); lo que Él hace es practicar la misericordia
y la caridad con los demás, (cf. Marcos 1,34); el resultado de ese proceso es la conversión de cada persona que se
pone al servicio de Dios en el mundo, (cfr. Marcos 1, 31).
El
Papa Benedicto XVI nos enseña los sentimientos y las actitudes de Jesús ante la
enfermedad, ante el dolor humano. Dice el santo Padre: Jesús se inclina
ante el sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el espíritu: Jesús vino a sanar
el corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él.
A Dios le
pedimos muchas curaciones de problemas, de necesidades concretas, y está bien
hacerlo, pero lo que debemos pedir con
insistencia es una fe cada vez más sólida, para que el Señor renueve
nuestra vida, y una firme confianza en su amor, en su providencia que no nos
abandona. (cfr. Ángelus, 1 de julio, 2012).
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