Evangelio domingo 11 de febrero
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
«Mira, no
digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación
la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él,
así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de
modo que ya no podía Jesús presentarse en público.” °°° Marcos 1, 40-45.
El
enviado de Dios anuncia la salvación desde la compasión y la misericordia con
todas aquellas personas que lo busquen, que lo llamen, que le oren, que le
hablen con humildad, que aprendan la buena regla para encontrar a Dios.
“Acogerse a la voluntad de Dios”. Ante las circunstancias sociales, ante la
discriminación, ante la persecución, ante las duras palabras como algunas
personas descalifican a los demás. La Biblia enseña, decirle a Dios: “Si
quieres, puedes limpiarme”. (Marcos 1, 40).
Jesucristo salva con el corazón en la mano. No es cristiano ofrecer salvación
haciendo sentir mal a los demás. El Hijo de Dios reintegra las personas a la
sociedad, no las señala, no las martiriza, sencillamente le dice: “Si quiero
hacerlo”. El apóstol san Pablo nos recomienda los más nobles sentimientos para
tratar a los demás. Sentimientos de compasión, humildad, mansedumbre,
paciencia. (cfr. Colosenses 3, 12-15).
Ver,
tener compasión y enseñar la Palabra, son los tres verbos que identifican a
Jesús como el Mesías, el Salvador, el excelente pastor. Así lo enseña el Papa Francisco de la
siguiente manera: El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud
de Jesús: de hecho, su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter,
porque Él mira siempre "con los ojos de corazón". Estos dos verbos:
"ver" y "tener compasión", configuran a Jesús como el Buen
Pastor.
También su
compasión no es solo un sentimiento humano, pero es la conmoción del Mesías en
la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de
Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra. (cfr. Ángelus, 19 de
julio, 2015).
EN EL AÑO DEL HIJO JESUCRISTO
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia confiesa así que Jesús
es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él es verdaderamente el
Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser
Dios, nuestro Señor. «El Hijo de Dios [...] trabajó con manos de hombre, pensó
con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de
hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en
todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et Spes 22, 2).
(Catecismo 464-470).
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