¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy comenzamos un nuevo ciclo de catequesis: hemos terminado
la catequesis sobre la vejez, ahora iniciamos un nuevo clico sobre el tema del
discernimiento. El discernimiento es un acto importante que concierne a todos,
porque las elecciones son una parte esencial de la vida. Discernir las
decisiones. Uno elige la comida, la ropa, un curso de estudio, un trabajo, una
relación. En todos ellos se realiza un proyecto de vida, y también se concreta
nuestra relación con Dios.
En el Evangelio, Jesús habla del discernimiento con imágenes
tomadas de la vida ordinaria; por ejemplo, describe al pescador que selecciona
los peces buenos y descarta los malos; o al mercader que sabe identificar,
entre muchas perlas, la de mayor valor. O el que, arando un campo, encuentra algo
que resulta ser un tesoro (cf. Mateo 13,44-48).
A la luz de estos ejemplos, el discernimiento se presenta
como un ejercicio de inteligencia, y también de habilidad y también de voluntad,
para aprovechar el momento favorable: son condiciones para hacer una buena
elección. Es necesario inteligencia, habilidad y también voluntad para hacer
una buena elección. Y también hay un coste necesario para que el discernimiento
sea operativo. Para desempeñar su oficio lo mejor posible, el pescador tiene en
cuenta la fatiga, las largas noches en el mar y el descarte de una parte de las
capturas, aceptando una pérdida de ganancias por el bien de los destinatarios. El
comerciante de perlas no duda en gastar todo para comprar esa perla; y lo
mismo hace el hombre que ha tropezado con un tesoro. Situaciones inesperadas e
imprevistas en las que es imprescindible reconocer la importancia y la urgencia
de una decisión que hay que tomar.
Cada uno debe tomar sus decisiones; no hay nadie que las
tome por nosotros. En un momento determinado los adultos, libres, pueden
pedir consejo, pensar, pero la decisión es propia; no se puede decir: “He
perdido esto, porque lo ha decidido mi marido, mi mujer, mi hermano”: ¡no!
Tienes que decidir tú, todo el mundo tiene que decidir, y por eso es importante
saber discernir: para decidir bien, hay que saber discernir.
El Evangelio sugiere otro aspecto importante del
discernimiento: implica los afectos. El que ha encontrado el tesoro no siente
ninguna dificultad en venderlo todo, tan grande es su alegría (cf. Mateo
13,44). El término utilizado por el evangelista Mateo indica una alegría muy
especial, que ninguna realidad humana puede dar; y de hecho vuelve a aparecer
en muy pocos otros pasajes del Evangelio, todos ellos referidos al encuentro
con Dios. Es la alegría de los Magos cuando, tras un largo y penoso viaje,
vuelven a ver la estrella (cf. Mateo 2,10); es la alegría de las mujeres que
regresan del sepulcro vacío tras escuchar el anuncio de la resurrección por
parte del ángel (cf. Mateo 28,8). Es la alegría de los que han encontrado al
Señor. Tomar una bella decisión, una decisión correcta, siempre te lleva a
esa alegría final; quizás en el camino tengas que sufrir un poco de
incertidumbre, pensar, buscar, pero al final la decisión correcta te beneficia
con la alegría.
En el Juicio Final, Dios obrará el discernimiento —el
gran discernimiento—hacia nosotros. Las imágenes del agricultor, el pescador y
el mercader son ejemplos de lo que ocurre en el Reino de los Cielos, un Reino
que se manifiesta en las acciones ordinarias de la vida, que nos exigen tomar
posición. Por eso es tan importante saber discernir: las grandes elecciones
pueden surgir de circunstancias que a primera vista parecen secundarias, pero
que resultan ser decisivas.
Por ejemplo, pensemos en el primer encuentro de Andrés y
Juan con Jesús, un encuentro que nace de una simple pregunta: "Rabí,
¿Dónde vives?" — "Venid y veréis" (cf. Juan 1,38-39), dice
Jesús. Un intercambio muy breve, pero es el comienzo de un cambio que, paso a
paso, marcará toda una vida. Años después, el evangelista seguirá recordando
aquel encuentro que le cambió para siempre, también recordará la hora:
"Eran como las cuatro de la tarde" (v. 39). Es la hora en que el
tiempo y lo eterno se encontraron en su vida. Y en una decisión buena,
correcta, se encuentra la voluntad de Dios con nuestra voluntad; se encuentra
el camino presente con el eterno. Tomar una decisión correcta, después de un
camino de discernimiento, es hacer este encuentro: el tiempo con lo eterno.
Por lo tanto: el conocimiento, la experiencia, el afecto, la
voluntad: son algunos elementos indispensables del discernimiento. A lo largo
de estas catequesis veremos otras, igualmente importantes.
El discernimiento —como he dicho— implica un esfuerzo. Según
la Biblia, no encontramos ante nosotros, ya empaquetada, la vida que hemos de
vivir: ¡No! Tenemos que decidirlo todo el tiempo, según las realidades que se
presenten. Dios nos invita a evaluar y elegir: nos ha creado libres y quiere
que ejerzamos nuestra libertad. Por lo tanto, discernir es arduo.
A menudo hemos tenido esta experiencia: elegir algo que nos
parecía bueno y en cambio no lo era. O saber cuál era nuestro verdadero bien y
no elegirlo. El hombre, a diferencia de los animales, puede equivocarse, puede
no querer elegir correctamente. La Biblia lo demuestra desde sus primeras
páginas. Dios da al hombre una instrucción precisa: si quieres vivir, si
quieres disfrutar de la vida, recuerda que eres una criatura, que no eres
el criterio del bien y del mal, y que las elecciones que hagas tendrán una
consecuencia, para ti, para los demás y para el mundo (cf. Génesis 2,16-17);
puedes hacer de la tierra un magnífico jardín o puedes convertirla en un
desierto de muerte. Una enseñanza fundamental: no es casualidad que sea el primer
diálogo entre Dios y el hombre. El diálogo es: el Señor da la misión, tú debes
hacer esto y esto; y el hombre a cada paso que da debe discernir qué decisión
tomar. El discernimiento es esa reflexión de la mente, del corazón que
debemos hacer antes de tomar una decisión.
El discernimiento es agotador pero indispensable para vivir.
Requiere que me conozca a mí mismo, que sepa lo que es bueno para mí aquí y
ahora. Sobre todo, requiere una relación filial con Dios. Dios es Padre y
no nos deja solos, siempre está dispuesto a aconsejarnos, a animarnos, a
acogernos. Pero nunca impone su voluntad. ¿Por qué? Porque quiere ser amado y
no temido. Y Dios también quiere que seamos hijos y no esclavos: hijos libres.
Y el amor sólo puede vivirse en libertad. Para aprender a vivir hay que
aprender a amar, y para ello es necesario discernir: ¿Qué puedo hacer ahora,
ante esta alternativa? Que sea un signo de más amor, de más madurez en el amor.
¡Pidamos, que el Espíritu Santo nos guíe! Invoquémosle cada día, especialmente
cuando tengamos que tomar decisiones. Gracias. Fuente e Imagen de Vatican. Va
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