CADA PERSONA DEBE VIVIR SU PROPIO ESTADO DE VIDA
Evangelio Martes 23 de agosto 2022
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Dice el santo Evangelio: "Se le acercaron unos fariseos, y lo pusieron a prueba con esta pregunta: «¿Está permitido a un hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?»" "Jesús respondió: «¿No han leído que el Creador al principio los hizo hombre y mujer" "y dijo: ¿El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne?" "De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.»" Mateo 19, 3-12
El celibato en la Iglesia Católica es una opción libre y voluntaria de la persona que toma la decisión para convertirse en ministro de Dios. El célibe se entiende como una vocación, una gracia de Dios, una decisión en aras del Reino de Dios. Tiene su base en la Palabra de Dios, exactamente en el capítulo 19 versos 10 al 12 del Evangelio según san Mateo y en el capítulo 7 de la primera carta del apóstol de los gentiles a los corintios.
“Audi Alteram Partem” Hay que escuchar a la otra parte. La Iglesia no define el celibato como una necesidad absoluta, pero lo ve como el mejor medio para que el siervo de Dios y de su pueblo pueda actuar "sin divisiones". Se oye con frecuencia expresiones de este tipo: "La Iglesia impone a los sacerdotes el celibato", o bien en forma interrogativa: "¿Por qué los sacerdotes no se pueden casar?". El celibato es una reglamentación eclesiástica, una "ley" de la Iglesia, sin embargo no es correcto hablar de "imponer" el celibato, o de "obligar" al mismo. En la Iglesia Católica nadie está obligado a ser célibe, porque nadie está obligado a ser sacerdote.
La
vocación sacerdotal es un llamado gratuito de Dios para su Iglesia, y no un
derecho personal del candidato. No sucede con el sacerdocio lo que sucede
con otras profesiones humanas, a las cuales "tengo derecho": la Iglesia, al unir "sacerdocio"
con "celibato" no está "imponiendo nada a nadie",
porque nadie tiene que ser sacerdote; más bien hay que decir que al obrar así
está ejerciendo un "derecho" dado por Dios mismo a su Iglesia de
determinar ciertos aspectos disciplinares del oficio sacerdotal. El sacerdocio es un oficio sagrado de la
Iglesia en bien de la Iglesia, y es ella la que determina, en los diversos
períodos históricos de su vida, de qué manera conviene mejor ejercer este
oficio.
En
el campo de las virtudes se recomienda la virginidad y la castidad. Así lo
enseña la teología moral y la sabiduría en el magisterio de la Iglesia
Católica: Por ejemplo, La Fe Católica nos enseña que Dios milagrosamente
conservó esta integridad física en la Santísima Virgen María, incluso durante y
después de haber dado a luz (cfr. Pablo IV, “Cum quorundam,” 7 de agosto de
1555). Hay dos elementos en la virginidad: el elemento material, esto es, la
ausencia, en el pasado y el presente, total y voluntariamente de delectación,
ya sea por lujuria o por el legítimo uso del matrimonio; y el elemento formal,
que es la firme resolución de abstenerse para siempre. La virginidad es una
virtud. La virginidad es una forma de amar.
La castidad, defensa del amor contra el egoísmo. San Juan Pablo II propone pensar en la castidad como defensa del amor. Dice el santo Padre: “Según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena. (Familiaris Consortio 33). Ser casto o casta, es lograr que toda nuestra persona: inteligencia, voluntad, afectos y cuerpo estén dominados por nosotros mismos.