10 de agosto 2022. “No se turbe vuestro corazón” Audiencia Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Nos encontramos ya en las últimas catequesis dedicadas a la vejez. Hoy entramos en la conmovedora intimidad de la despedida de Jesús a los suyos, ampliamente recogida en el Evangelio según San Juan.
El discurso de despedida comienza con palabras de consuelo y
promesa: “No se turbe su corazón” (14,1); “Cuando me haya ido y les haya
preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que
donde yo esté, estén también ustedes” (14,3).
Lindas palabras del Señor.
Poco antes de eso, Jesús le había dicho a Pedro: “Me
seguirás más tarde” (13,36), recordándole el paso por la fragilidad de su
fe. El tiempo de vida que les queda a los discípulos será, inevitablemente,
un paso por la fragilidad del testimonio y por los desafíos de la fraternidad.
Pero también será un paso por las apasionantes bendiciones de la fe: “El que
cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores” (14,12).
¡Piensen qué gran promesa es esta! No sé si lo pensamos profundamente, si lo
creemos en profundidad. No lo sé, a veces, creo que no.
La vejez es el tiempo propicio para dar un testimonio
conmovedor y alegre de esta espera. El anciano, la anciana, está en espera, en
espera de un encuentro. En la vejez, las obras de la fe, que nos acercan a nosotros
y a los demás al Reino de Dios, están ya más allá de la fuerza de las
energías, de las palabras, y de los impulsos de la juventud y la madurez. Pero
por eso mismo hacen aún más transparente la promesa del verdadero destino de
la vida ¿y cuál es el verdadero destino de la vida? un lugar en la mesa con
Dios, en el mundo de Dios.
Sería interesante ver si en las iglesias locales existe
alguna referencia específica destinada a revitalizar este ministerio especial
de espera en el Señor, es un ministerio, el ministerio de la espera en el
Señor fomentando los carismas individuales y las cualidades comunitarias de la
persona anciana.
Una vejez que se consume en el abatimiento por las
oportunidades perdidas trae consigo el abatimiento para uno mismo y para todos.
En cambio, la vejez vivida con dulzura, vivida con respeto por la vida real
disuelve definitivamente una comprensión errada acerca de una fuerza que debe
bastarse a sí misma y a su propio éxito. Incluso disuelve el equívoco de una
Iglesia que se adapta a la condición mundana, pensando así en gobernar
definitivamente su perfección y realización.
Cuando nos liberamos de esta presunción, el tiempo de
envejecimiento que Dios nos concede es ya en sí mismo una de esas obras
“mayores” de las que habla Jesús. De hecho, es una obra que a Jesús no le fue
dada para que la cumpliera: ¡Su muerte, Resurrección y ascensión al cielo la
hicieron posible para nosotros! Recordemos que “el tiempo es superior al
espacio”. Es la ley de la iniciación. Nuestra vida no está destinada a
cerrarse sobre sí misma, en una ilusoria perfección terrenal, está destinada
a ir más allá, a través del paso de la muerte, porque la muerte es un paso.
En efecto, nuestro lugar firme, nuestro punto de llegada no está aquí, está
junto al Señor, donde Él habita para siempre.
Aquí, en la tierra, comienza el proceso de nuestro
“noviciado”, somos aprendices de la vida, que - en medio de mil dificultades-
aprendemos a apreciar el don de Dios, honrando la responsabilidad de
compartirlo y hacerlo fructificar para todos. El tiempo de vida en la tierra es
la gracia de este paso.
La pretensión de detener el tiempo, de querer la eterna
juventud, el bienestar ilimitado, el poder absoluto, no solo es imposible, sino
que es delirante.
Nuestra existencia en la tierra es el momento de la
iniciación a la vida, es vida, pero que te conduce hacia adelante a una vida
más plena, una vida que solo en Dios encuentra su realización. Somos
imperfectos desde el principio y seguimos siendo imperfectos hasta el final.
En el cumplimiento de la promesa de Dios, la relación se
invierte: el espacio de Dios, que Jesús nos prepara con todo cuidado, es
superior al tiempo de nuestra vida mortal. He aquí que la vejez acerca la
esperanza de esta realización. La vejez conoce definitivamente el sentido del
tiempo y las limitaciones del lugar en el que vivimos nuestra iniciación. La
vejez es sabia por esto. Los ancianos son sabios por esto.
Por eso ella es creíble cuando nos invita a alegrarnos del
paso del tiempo: no es una amenaza, es una promesa. La vejez es noble, no
necesita maquillarse para mostrar la propia nobleza, quizá el maquillaje viene
cuando falta nobleza. La vejez es creíble cuando nos invita a alegrarnos del
paso del tiempo: pero el tiempo pasa, esto no es una amenaza, es una promesa.
La vejez, que redescubre la profundidad de la mirada de fe, no es conservadora
por naturaleza, como se dice. El mundo de Dios es un espacio infinito, sobre el
que el paso del tiempo ya no tiene ningún peso.
Y fue precisamente en la Última Cena cuando Jesús se
proyectó́ hacia esta meta, cuando dijo a sus discípulos: “Desde ahora no
beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que lo vuelva a beber
con ustedes en el reino de mi Padre" (Mt 26, 29). En nuestra predicación,
el Paraíso suele estar justamente lleno de dicha, de luz, de amor. Quizá le
falte un poco de vida. Jesús, en las parábolas, hablaba del Reino de Dios
añadiéndole más vida. ¿No somos, acaso, capaces de esto? La vida que
continúa.
Queridos hermanos y hermanas, la vejez, vivida en la espera
del Señor, puede convertirse en el cumplimiento de la “apología” de la fe,
que da razón de nuestra esperanza para todos (cf. 1 Pe 3,15) porque la vejez
hace transparente la promesa de Jesús, que se proyecta hacia la Ciudad Santa de
la que habla el libro del Apocalipsis (capítulos 21-22).
La vejez es la fase de la vida más adecuada para difundir la
alegre noticia de que la vida es una iniciación para una realización
definitiva. Los ancianos son una promesa, son un testimonio de promesa. Y lo
mejor está por llegar. Lo mejor está por llegar. Es el mensaje del anciano,
de la anciana creyente es: lo mejor está por llegar. ¡Que Dios nos conceda una
vejez capaz de esto! Fuente: Aciprensa. Imagen: Vatican Copyright