25 de diciembre 2022. La cercanía, la pobreza y lo concreto. Homilía Papa Francisco. Natividad del Señor. Basílica Vaticana. ¿Qué es lo que le sigue diciendo esta noche a nuestras vidas? Después de dos milenios del nacimiento de Jesús, después de muchas Navidades festejadas entre adornos y regalos, después de todo el consumismo que ha envuelto el misterio que celebramos, hay un riesgo: sabemos muchas cosas sobre la Navidad, pero nos olvidamos del significado. Y entonces, ¿Cómo encontrar de nuevo el sentido de la Navidad? Y, sobre todo, ¿Dónde buscarlo? El Evangelio del nacimiento de Jesús parece estar escrito precisamente para esto, para tomarnos de la mano y llevarnos allí donde Dios quiere. Sigamos el Evangelio.
De hecho, comienza con una situación parecida a la nuestra.
Todos están ocupados, disponiendo la realización de un importante evento, el
gran censo, que exigía muchos preparativos. En este sentido, el clima de
entonces era semejante al que rodea hoy la Navidad. Pero la narración
evangélica toma distancia de aquel escenario mundano; se separa de esa imagen
para ir a encuadrar otra realidad, sobre la que insiste. Fija su atención en un
pequeño objeto, aparentemente insignificante, que menciona tres veces y en el
que convergen los protagonistas de la narración. En primer lugar, María, que
coloca a Jesús «en un pesebre» (Lucas 2,7); después los ángeles, que
anuncian a los pastores «un niño recién nacido envuelto en pañales y
acostado en un pesebre» (v. 12);
finalmente, los pastores, que encuentran
«al recién nacido acostado en el pesebre» (v. 16). Para encontrar de nuevo
el sentido de la Navidad hay que mirar allí, al pesebre. Pero, ¿por qué el
pesebre es tan importante? Porque es el signo —no casual— con el que Cristo
entra en la escena del mundo. Es el manifiesto con el que se presenta, el modo
con el que Dios nace en la historia para hacer renacer la historia. Por lo
tanto, ¿qué es lo que nos quiere decir a través del pesebre? Nos quiere decir
al menos tres cosas: la cercanía, la pobreza y lo concreto.
1. La cercanía. El pesebre sirve para llevar la comida
cerca de la boca y consumirla más rápido. Puede así simbolizar un aspecto de la
humanidad: la voracidad en el consumir. Porque, mientras los animales en el
establo consumen la comida, los hombres en el mundo, hambrientos de poder y de
dinero, devoran de igual modo a sus vecinos, a sus hermanos. ¡Cuántas guerras!
Y en tantos lugares, todavía hoy, la dignidad y la libertad se pisotean. Y las
principales víctimas de la voracidad humana siempre son los frágiles, los
débiles.
En esta Navidad, como le sucedió a Jesús (cf. v. 7), una humanidad
insaciable de dinero, insaciable de poder e insaciable de placer tampoco le
hace sitio a los más pequeños, a tantos niños por nacer, a los pobres, a
los olvidados. Pienso sobre todo en los niños devorados por las guerras, la
pobreza y la injusticia. Pero Jesús llega precisamente allí, un niño en el
pesebre del descarte y del rechazo. En Él, niño de Belén, está cada niño. Y
está la invitación a mirar la vida, la política y la historia con los ojos de
los niños.
En el pesebre del rechazo y de la incomodidad, Dios se
acomoda, llega allí, porque allí está el problema de la humanidad, la
indiferencia generada por la prisa voraz de poseer y consumir. Cristo nace allí
y en ese pesebre lo descubrimos cercano. Llega donde se devora la comida para
hacerse nuestro alimento. Dios no es un padre que devora a sus hijos,
sino el Padre que en Jesús nos hace sus hijos y nos nutre de ternura. Llega para
tocarnos el corazón y decirnos que la única fuerza que cambia el curso de la
historia es el amor. No permanece distante, no permanece potente, sino que se
hace próximo y humilde; Él, que estaba sentado en el cielo, se deja recostar en
un pesebre.
Hermano, hermana, esta noche Dios se acerca a ti porque
para Él eres importante. Desde el pesebre, como alimento para tu vida, te
dice: “Si sientes que los acontecimientos te superan, si tu sentido de culpa y
tu incapacidad te devoran, si tienes hambre de justicia, yo, Dios, estoy
contigo. Sé lo que tú vives, lo he experimentado en el pesebre. Conozco tus
miserias y tu historia. He nacido para decirte que estoy y estaré siempre cerca
de ti”.
El pesebre de la Navidad, primer mensaje de un Dios niño,
nos dice que Él está con nosotros, nos ama, nos busca. Ánimo, no te dejes
vencer por el miedo, por la resignación, por el desánimo. Dios nace en un
pesebre para hacerte renacer precisamente allí, donde pensabas que habías
tocado fondo. No hay mal, no hay pecado del que Jesús no quiera y no pueda
salvarte. Navidad quiere decir que Dios es cercano. ¡Que renazca la confianza!
2. El pesebre de Belén, además de la cercanía, nos habla
también de la pobreza. Alrededor del pesebre, de hecho, no hay muchas cosas:
maleza y algún animal y poco más. La gente no estaba en el frío establo de
una vivienda, sino resguardada en los albergues. Pero Jesús nace en el pesebre
y allí nos recuerda que no tuvo a nadie alrededor, sino a aquellos que lo
querían: María, José y los pastores; todos eran pobres, unidos por el afecto y
el asombro; no por riquezas y grandes posibilidades. El humilde pesebre, por
tanto, saca a relucir las verdaderas riquezas de la vida: no el dinero y el
poder, sino las relaciones y las personas.
Y la primera persona, la primera riqueza, es precisamente
Jesús. Pero, ¿queremos estar a su lado? ¿Nos acercamos a Él, amamos su
pobreza, o preferimos quedarnos cómodos en nuestros intereses? Sobre todo, ¿lo
visitamos donde Él se encuentra, es decir, en los pobres pesebres de nuestro
mundo? Allí Él está presente. Y nosotros estamos llamados a ser una Iglesia que
adora a Jesús pobre y sirve a Jesús en los pobres.
Como dijo un obispo santo: «la Iglesia […] apoya y bendice
los esfuerzos por transformar estas estructuras de injusticia y sólo pone una
condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden
en verdadero beneficio de los pobres» (San Óscar Arnulfo Romero, «La Verdad,
Fuerza de la Paz» Mensaje pastoral de Año Nuevo, 1 enero 1980). Cierto, no es
fácil dejar la tibia calidez de la mundanidad para abrazar la belleza agreste
de la gruta de Belén, pero recordemos que no es verdaderamente Navidad sin los
pobres. Sin ellos se festeja la Navidad, pero no la de Jesús. Hermanos,
hermanas, en Navidad, Dios es pobre. ¡Que renazca la caridad!
3. Llegamos así al último punto: el pesebre nos habla de
lo concreto. En efecto, un niño en un pesebre representa una escena que
impacta, hasta el punto de ser cruda. Nos recuerda que Dios se ha hecho
verdaderamente carne. De manera que, respecto a Él, no son suficientes las
teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos. Jesús, que nace
pobre, vivirá pobre y morirá pobre; no hizo muchos discursos sobre la pobreza,
sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros. Desde el pesebre
hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: desde su
nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño,
la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma.
Y, por tanto, no se conforma con apariencias. Él, que se
hizo carne, no quiere sólo buenos propósitos. Él, que nació en el pesebre,
busca una fe concreta, hecha de adoración y de caridad, no de palabrería y
exterioridad. Él, que se pone al desnudo en el pesebre y se pondrá al desnudo
en la cruz, nos pide verdad, que vayamos a la verdad desnuda de las cosas, que
depositemos a los pies del pesebre las excusas, las justificaciones y las
hipocresías.
Él, que fue envuelto con ternura en pañales por María, quiere que
nos revistamos de amor. Dios no quiere apariencia, sino cosas concretas.
No dejemos pasar esta Navidad, hermanos y hermanas, sin hacer algo de bueno. Ya
que es su fiesta, su cumpleaños, hagámosle a Él regalos que le agraden. En
Navidad Dios es concreto, en su nombre hagamos renacer un poco de esperanza a
quien la ha perdido.
Jesús, te miramos, acurrucado en el pesebre. Te vemos tan
cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor. Te
contemplamos pobre, enseñándonos que la verdadera riqueza no está en las cosas,
sino en las personas, sobre todo en los pobres. Perdónanos, si no te hemos
reconocido y servido en ellos. Te vemos concreto, porque concreto es tu amor
por nosotros, Jesús, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe. Amén. Fuente e
Imagen de Vatican. Va. Copyright.