Sobre la
confianza en el amor misericordioso de Dios
con motivo
del 150.º aniversario del nacimiento de
santa
teresa del niño Jesús y de la santa faz
1. « C’est
la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l'Amour»: «La
confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor».
2. Estas
palabras tan contundentes de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo
dicen todo, resumen la genialidad de su espiritualidad y bastarían para
justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia. Sólo la confianza, “nada más”, no hay otro camino por donde podamos ser
conducidos al Amor que todo lo da. Con la confianza, el manantial de la
gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos
convierte en canales de misericordia para los hermanos.
3. Es la confianza la que nos sostiene cada
día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame
junto a Él: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos
vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras
justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia
Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo».
4. Teresita
es una de las santas más conocidas y queridas en todo el mundo. Como sucede con
san Francisco de Asís, es amada incluso por no cristianos y no creyentes.
También ha sido reconocida por la UNESCO entre las figuras más significativas
para la humanidad contemporánea. Nos
hará bien profundizar su mensaje al conmemorar el 150.º aniversario de su
nacimiento, que tuvo lugar en Alençon el 2 de enero de 1873, y el centenario de
su beatificación.
Pero no he querido
hacer pública esta Exhortación en alguna de esas fechas, o el día de su
memoria, para que este mensaje vaya más allá de esa celebración y sea asumido
como parte del tesoro espiritual de la Iglesia. La fecha de esta publicación,
memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa del Niño
Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la
espiritualidad de la gran santa española.
5. Su vida terrena fue breve, apenas
veinticuatro años, y sencilla como una más, transcurrida primero en su
familia y luego en el Carmelo de Lisieux. La extraordinaria carga de luz y de
amor que irradiaba su persona se manifestó inmediatamente después de su muerte
con la publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas por
los fieles que la invocaban.
6. La
Iglesia reconoció rápidamente el valor extraordinario de su figura y la
originalidad de su espiritualidad evangélica. Teresita conoció al Papa León
XIII con motivo de la peregrinación a Roma en 1887 y le pidió permiso para
entrar en el Carmelo a la edad de quince años. Poco después de su muerte, san Pío X percibió su enorme estatura
espiritual, tanto que afirmó que se convertiría en la santa más grande de los
tiempos modernos. Declarada venerable en 1921 por Benedicto XV, que elogió
sus virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia espiritual, fue beatificada hace cien años y luego
canonizada el 17 de mayo de 1925 por Pío XI, quien agradeció al Señor por
permitirle que Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz fuera “la primera beata
que elevó a los honores de los altares y la primera santa canonizada por él”. El mismo Papa la declaró patrona de las
Misiones en 1927.
Fue proclamada una de las patronas de Francia
en 1944 por el venerable
Pío XII, [8] que en varias ocasiones profundizó el tema de la infancia
espiritual. A san Pablo VI le gustaba
recordar su bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de la muerte de
santa Teresita, y en el centenario de su nacimiento dirigió al obispo de Bayeux
y Lisieux un escrito sobre su doctrina. Durante su primer viaje apostólico a Francia,
en junio de 1980, san Juan Pablo II fue
a la basílica dedicada a ella y en 1997 la declaró doctora de la Iglesia, considerándola
además «como experta en la scientia amoris». Benedicto XVI retomó el tema de su “ciencia
del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para quienes, en el
pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos». Finalmente, tuve la alegría de canonizar a sus
padres Luis y Celia en el año 2015, durante el Sínodo sobre la familia, y
recientemente le dediqué una catequesis en el ciclo sobre el celo apostólico.
7. En el
nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús: el “Niño” que
manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”, es decir, el rostro
de Cristo que se entrega hasta el fin en la Cruz. Ella es “santa Teresa del
Niño Jesús y de la Santa Faz”.
8. El
Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor,
hasta el último aliento. También había grabado estas palabras en su celda: “Jesús es mi único amor”. Fue su
interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento: «Dios es amor»
(1 Juan 4, 8.16).
Alma
misionera
9. Como
sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la
convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que deseo
ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar». Escribió que había
entrado al Carmelo «para salvar almas». Es decir, no entendía su consagración a Dios
sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el amor misericordioso
del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las ovejas perdidas,
lejanas, heridas. Por eso es patrona de
las misiones, maestra de evangelización.
10. Las
últimas páginas de Historia de un alma son un testamento misionero, expresan su
modo de entender la evangelización por atracción, no por presión o
proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: «“Atráeme, y
correremos tras el olor de tus perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues,
necesario decir: Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta
simple palabra, “Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus
perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven
arrastradas tras de ella.
Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una
consecuencia natural de su propia atracción hacia ti. Como un torrente que se
lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que
encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin
riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee... Señor, tú
sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la
mía».
11. Aquí
ella cita las palabras que la novia dirige al novio en el Cantar de los
Cantares (1,3-4), según la interpretación profundizada por los dos doctores del
Carmelo, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. El Esposo es Jesús, el
Hijo de Dios que se unió a nuestra humanidad en la Encarnación y la redimió en
la Cruz. Allí, desde su costado abierto, dio a luz a la Iglesia, su amada
Esposa, por la que entregó su vida (cf. Efesios 5,25). Lo que llama la atención
es cómo Teresita, consciente de que está cerca de la muerte, no vive este
misterio encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con un
ferviente espíritu apostólico.
La gracia
que nos libera de la auto referencialidad
12. Algo
semejante ocurre cuando se refiere a la acción del Espíritu Santo, que adquiere
de inmediato un sentido misionero: «Esa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan
íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que
cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré:
“Atráeme”; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de
hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los
perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse
inactiva».
13. En el
corazón de Teresita, la gracia del bautismo se convierte en un torrente
impetuoso que desemboca en el océano del amor de Cristo, arrastrando consigo
una multitud de hermanas y hermanos, lo que ocurrió especialmente después de su
muerte. Fue su prometida «lluvia de rosas».
14. Uno de los descubrimientos más importantes
de Teresita, para el bien de todo el Pueblo de Dios, es su “caminito”, el
camino de la confianza y del amor, también conocido como el camino de la
infancia espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en
cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los
pequeños (cf. Mateo 11,25).
15. Teresita relató el descubrimiento del
caminito en la Historia de un alma: «A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la
santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con
todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un
caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo».
16. Para
describirlo, usa la imagen del ascensor: «¡El
ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso,
no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo
que empequeñecerme más y más». Pequeña,
incapaz de confiar en sí misma, aunque firmemente segura en la potencia amorosa
de los brazos del Señor.
17. Es el “dulce camino del amor”, abierto por
Jesús a los pequeños y a los pobres, a todos. Es el camino de la verdadera
alegría. Frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que
mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya
siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia. Así llega a decir:
«Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no
me apoyo en mis méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud
y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me
elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa».
Más allá de
todo mérito
18. Este
modo de pensar no contrasta con la tradicional enseñanza católica sobre el
crecimiento de la gracia; es decir que, justificados gratuitamente por la
gracia santificante, somos transformados y capacitados para cooperar con
nuestras buenas acciones en un camino de crecimiento en la santidad. De este
modo somos elevados de tal manera que podemos tener reales méritos para el
desarrollo de la gracia recibida.
19. Teresita, sin embargo, prefiere destacar el
primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de
Cristo que se nos ha dado hasta el fin. En el fondo, su enseñanza es que,
dado que no podemos tener certeza alguna mirándonos a nosotros mismos, tampoco
podemos tener certeza de poseer méritos propios. Entonces no es posible confiar
en estos esfuerzos o cumplimientos. El
Catecismo ha querido citar las palabras de santa Teresita cuando dice al Señor:
«Compareceré delante de ti con las manos vacías», para expresar que «los
santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura
gracia». Esta convicción despierta una
gozosa y tierna gratitud.
20. Por
consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón
fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin
límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo. Por esta razón Teresita nunca usa la
expresión, frecuente en su tiempo, “me haré santa”.
21. Sin
embargo, su confianza sin límites
alienta a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores, a dejarse llevar y
transformar para llegar alto: «Si todas las almas débiles e imperfectas
sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu
Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña
del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y
gratitud».
22. Esta
misma insistencia de Teresita en la iniciativa divina hace que, cuando habla de
la Eucaristía, no ponga en primer lugar
su deseo de recibir a Jesús en la sagrada comunión, sino el deseo de Jesús que
quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros corazones. En la Ofrenda al amor misericordioso,
sufriendo por no poder recibir la comunión todos los días, dice a Jesús:
«Quédate en mí como en el sagrario». [34] El centro y el objeto de su mirada no
es ella misma con sus necesidades, sino Cristo que ama, que busca, que desea,
que habita en el alma.
El abandono
cotidiano
23. La
confianza que Teresita promueve no debe entenderse sólo en referencia a la
propia santificación y salvación. Tiene un sentido integral, que abraza la
totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde
muchas veces nos abruman los temores, el deseo de seguridades humanas, la
necesidad de tener todo bajo nuestro control. Aquí es donde aparece la
invitación al santo “abandono”.
24. La confianza plena, que se vuelve abandono
en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación
por el futuro, de los temores que quitan la paz. En sus últimos días
Teresita insistía en esto: «Los que
corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda
ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza». Si estamos en las manos de un Padre que nos
ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos adelante más allá
de lo que ocurra y, de un modo u otro, se cumplirá en nuestras vidas su
proyecto de amor y plenitud.
Un fuego en
medio de la noche
25. Teresita vivía la fe más fuerte y segura en
la oscuridad de la noche e incluso en la oscuridad del Calvario. Su testimonio
alcanzó el punto culminante en el último período de su vida, en la gran «prueba
contra la fe», que comenzó en la Pascua de 1896. En su relato, ella pone
esta prueba en relación directa con la dolorosa realidad del ateísmo de su
tiempo. Vivió de hecho a finales del siglo XIX, que fue la “edad de oro” del
ateísmo moderno, como sistema filosófico e ideológico. Cuando escribió que
Jesús había permitido que su alma «se viese invadida por las más densas
tinieblas», estaba indicando la oscuridad del ateísmo y el rechazo de la fe
cristiana. En unión con Jesús, que recibió en sí toda la oscuridad del pecado
del mundo cuando aceptó beber el cáliz
de la Pasión, Teresita percibe en esa noche tenebrosa la desesperación, el
vacío de la nada.
26. Pero la oscuridad no puede extinguir la
luz: ella ha sido conquistada por Aquel que ha venido al mundo como luz
(cf. Juan 12, 46). El relato de Teresita
manifiesta el carácter heroico de su fe, su victoria en el combate espiritual,
frente a las tentaciones más fuertes. Se
siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la mesa con los pecadores (cf.
Mateo 9,10-13). Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de
fe, siempre en comunión amorosa con el Señor: «Corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la
última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le digo que me
alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra para que Él lo abra a
los pobres incrédulos por toda la eternidad».
27. Junto con la fe, Teresa vive intensamente
una confianza ilimitada en la infinita misericordia de Dios: «la confianza puede
conducirnos al Amor». Vive, aun en
la oscuridad, la confianza total del niño que se abandona sin miedo en los
brazos de su padre y de su madre. Para Teresita, de hecho, Dios brilla ante
todo a través de su misericordia, clave de comprensión de cualquier otra cosa
que se diga de Él: «A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de
ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me
presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que todas
las demás) me parece revestida de amor». Este es uno de los descubrimientos más
importantes de Teresita, una de las mayores contribuciones que ha ofrecido a
todo el Pueblo de Dios. De modo extraordinario penetró en las profundidades de
la misericordia divina y de allí sacó la luz de su esperanza ilimitada.
Una
firmísima esperanza
28. Antes
de su entrada en el Carmelo, Teresita
había experimentado una singular cercanía espiritual con una de las personas
más desventuradas, el criminal Henri Pranzini, condenado a muerte por
triple asesinato y no arrepentido. Al ofrecer la Misa por él y rezar con total
confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con la Sangre de
Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último momento Él lo
perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni diese muestra
alguna de arrepentimiento». Da la razón de su certeza: «Tanta confianza tenía
en la misericordia infinita de Jesús».
Cuánta emoción, luego, al descubrir que
Pranzini, subido al cadalso, «de repente, tocado por una súbita inspiración, se
volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces
sus llagas sagradas…!». Esta experiencia
tan intensa de esperar contra toda esperanza fue fundamental para ella: «A
partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día
en día».
29. Teresita es consciente del drama del
pecado, aunque siempre la vemos inmersa en el misterio de Cristo, con la
certeza de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» ( Romanos 5,
20). El pecado del mundo es inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor
misericordioso del Redentor, este sí es infinito. Teresita es testigo de la victoria definitiva de Jesús sobre todas las
fuerzas del mal a través de su pasión, muerte y resurrección. Movida por la
confianza, se atreve a plantear: «Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy
no se condene ni una sola [...]. Jesús, perdóname si digo cosas que no debiera
decir, sólo quiero alegrarte y consolarte». Esto nos permite pasar a otro aspecto de ese
aire fresco que es el mensaje de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
30. “Más grande” que la fe y la esperanza, la
caridad nunca pasará (cf. 1 Corintios 13, 8-13). Es el mayor regalo del Espíritu
Santo y es «madre y raíz de todas las virtudes».
La caridad
como trato personal de amor
31. La Historia de un alma es un testimonio de
caridad, donde Teresita nos ofrece un comentario sobre el mandamiento nuevo de
Jesús: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» ( Juan 15, 12). Jesús tiene sed de esta respuesta a su amor.
De hecho, «no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed…
Pero al decir: “Dame de beber”, lo que estaba pidiendo el Creador del universo
era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor». Teresita
quiere corresponder al amor de Jesús, devolverle amor por amor.
32. El
simbolismo del amor esponsal expresa la reciprocidad del don de sí entre el
novio y la novia. Así, inspirada por el Cantar de los Cantares (2,16), escribe:
«Yo pienso que el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo
para él, y por eso le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón,
a la espera de llegar a contemplarlo un día cara a cara». Aunque el Señor nos
ama juntos como Pueblo, al mismo tiempo la caridad obra de un modo
personalísimo, “de corazón a corazón”.
33. Teresita tiene la viva certeza de que Jesús
la amó y conoció personalmente en su Pasión: «Me amó y se entregó por mí» (Gálatas
2, 20). Contemplando a Jesús en su agonía, ella le dice: «Me has visto». [54]
Del mismo modo le dice al Niño Jesús en los brazos de su Madre: «Con tu pequeña
mano, que halagaba a María, sustentabas el mundo y la vida le dabas. Y pensabas
en mí». Así, también al comienzo de la
Historia de un alma, ella contempla el amor de Jesús por todos y cada uno como si
fuera único en el mundo.
34. El acto
de amor “Jesús, te amo”, continuamente vivido por Teresita como la respiración,
es su clave de lectura del Evangelio. Con ese amor se sumerge en todos los
misterios de la vida de Cristo, de los cuales se hace contemporánea, habitando
el Evangelio con María y José, María Magdalena y los Apóstoles. Junto a ellos
penetra en las profundidades del amor del Corazón de Jesús.
Veamos un ejemplo:
«Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y
regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera
vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia
del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está
dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su
intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación».
El amor más
grande en la mayor sencillez
35. Al
final de la Historia de un alma, Teresita nos regaló su Ofrenda como víctima de
holocausto al amor misericordioso de Dios. Cuando ella se entregó en plenitud a
la acción del Espíritu recibió, sin estridencias ni signos vistosos, la
sobreabundancia del agua viva: «los ríos, o, mejor los océanos de gracias que
han venido a inundar mi alma». Es la
vida mística que, aun privada de fenómenos extraordinarios, se propone a todos
los fieles como experiencia diaria de amor.
36. Teresita vive la caridad en la pequeñez, en
las cosas más simples de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de la
Virgen María, aprendiendo de ella que «amar es darlo todo, darse incluso a
sí mismo». De hecho, mientras que los predicadores de su tiempo hablaban a
menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como alejada de
nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que María es la más grande
del Reino de los Cielos porque es la más pequeña (cf. Mateo 18,4), la más
cercana a Jesús en su humillación. Ella ve que, si los relatos apócrifos están
llenos de episodios llamativos y maravillosos, los Evangelios nos muestran una
vida humilde y pobre, que transcurre en la simplicidad de la fe. Jesús mismo quiere que María sea el ejemplo
del alma que lo busca con una fe despojada. María fue la primera en vivir
el “caminito” en pura fe y humildad; así que Teresita no duda en escribir:
«Yo sé que
en Nazaret, Madre llena de gracia, viviste pobremente sin ambición de más.
¡ Ni
éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros tu vida embellecieron, Reina del
Santoral…!
Muchos son
en la tierra los pequeños y humildes: sus ojos hacia ti pueden sin miedo alzar.
Madre, te
place andar por la vía común, para guiar las almas al feliz Más Allá».
37. Teresita también nos ha ofrecido relatos
que dan cuenta de algunos momentos de gracia vividos en medio de la sencillez
diaria, como su repentina inspiración cuando acompañaba a una hermana
enferma con carácter difícil. Pero siempre se trata de experiencias de una
caridad más intensa vivida en las situaciones más ordinarias: «Una tarde de
invierno estaba yo, como de costumbre, cumpliendo con mi tarea. Hacía frío y
era de noche… De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento
musical. Entonces me imaginé un salón muy iluminado, todo resplandeciente de
ricos dorados; unas jóvenes elegantemente vestidas se hacían unas a otras toda
suerte de cumplidos y de cortesías mundanas.
Luego mi mirada se posó sobre la
pobre enferma a la que estaba sosteniendo: en vez de una melodía, escuchaba de
tanto en tanto sus gemidos lastimeros; en vez de ricos dorados, veía los
ladrillos de nuestro austero claustro apenas alumbrado por una lucecita. No
puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sí sé es que el Señor la iluminó
con los rayos de la verdad, que excedían de tal forma el brillo tenebroso de
las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad... No, no
cambiaría los diez minutos que me llevó realizar mi humilde servicio de caridad
por gozar mil años de fiestas mundanas». [63]
En el
corazón de la Iglesia
38. Teresita heredó de santa Teresa de Ávila un
gran amor a la Iglesia y pudo llegar a lo hondo de este misterio. Lo vemos
en su descubrimiento del “corazón de la Iglesia”. En una larga oración a Jesús,
escrita el 8 de septiembre de 1896,
sexto aniversario de su profesión religiosa, la santa confió al Señor que se
sentía animada por un inmenso deseo, por una pasión por el Evangelio que
ninguna vocación por sí sola podía satisfacer. Y así, en busca de su “lugar” en
la Iglesia, había releído los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta de san
Pablo a los corintios.
39. En el
capítulo 12, el Apóstol utiliza la metáfora del cuerpo y sus miembros para
explicar que la Iglesia incluye una gran variedad de carismas ordenados según
un orden jerárquico. Pero esta descripción no es suficiente para Teresita. Ella
continuó su investigación, leyó el “himno a la caridad” del capítulo 13, allí
encontró la gran respuesta y escribió esta página memorable: «Al mirar el
cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los
miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos
ellos... La caridad me dio la clave de
mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de
diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos
ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba
ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros
de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no
anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre…
Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era
todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que
el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé:
¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la
Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de
la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se
verá hecho realidad…!!!».
40. No es el corazón de una Iglesia
triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante, humilde y misericordiosa.
Teresita nunca se pone por encima de los demás, sino en el último lugar con el
Hijo de Dios, que por nosotros se convirtió en siervo y se humilló, haciéndose
obediente hasta la muerte en una cruz (cf. Filipenses 2, 7-8).
41. Tal
descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran luz para nosotros
hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución
eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón
ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu
Santo. Es ese corazón cuyo fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros
actos de caridad. “Yo seré el amor”,
esta es la opción radical de Teresita, su síntesis definitiva, su identidad
espiritual más personal.
42. Después
de muchos siglos en que tantos santos expresaron con mucho fervor y belleza sus
deseos de “ir al cielo”, santa Teresita reconoció, con gran sinceridad: «Yo
sufría por aquel entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar
a preguntarme a veces si existía un cielo)». En otro momento dijo: «Cuando canto la
felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor
alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer». [67] ¿Qué ha sucedido?
Que ella estaba escuchando la llamada de Dios a poner fuego en el corazón de la
Iglesia más que a soñar con su propia felicidad.
43. La transformación
que se produjo en ella le permitió pasar de un fervoroso deseo del cielo a un
constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de
continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar. En este
sentido, en una de sus últimas cartas escribió: «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo
es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas». Y en esos mismos días dijo, de modo más
directo: «Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero
pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra».
44. Así
Teresita expresaba su respuesta más convencida al don único que el Señor le
estaba regalando, a esa luz sorprendente que Dios estaba derramando en ella. De
este modo llegaba a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la
confianza plena hasta culminar en el don total por los demás. Ella no dudaba de
la fecundidad de esa entrega: «Pienso en todo el bien que podré hacer después
de la muerte». «Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de mi
muerte, si no quisiera hacerlo realidad». «Será como una lluvia de rosas».
45. Se
cierra el círculo. «C’est la confiance». Es la confianza la que nos lleva al
Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la
mirada de nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las
manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de
amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos. Y así, en
medio del sufrimiento de sus últimos días, Teresita podía decir: «Sólo cuento ya con el amor». Al final sólo cuenta el amor. La confianza
hace brotar las rosas y las derrama como un desbordamiento de la
sobreabundancia del amor divino. Pidámosla como don gratuito, como regalo
precioso de la gracia, para que se abran en nuestra vida los caminos del
Evangelio.
46. En
Evangelii Gaudium insistí en la invitación a regresar a la frescura del
manantial, para poner el acento en aquello que es esencial e indispensable.
Creo que es oportuno retomar y proponer nuevamente aquella invitación.
La doctora
de la síntesis
47. Esta
Exhortación sobre santa Teresita me permite recordar que, en una Iglesia
misionera «el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más
grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se
simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más
contundente y radiante». El núcleo luminoso es « la belleza del amor
salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado».
48. No todo
es igualmente central, porque hay un orden o jerarquía entre las verdades de la
Iglesia, y «esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las
enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral». El centro de la moral
cristiana es la caridad, que es la respuesta al amor incondicional de la
Trinidad, por lo cual «las obras de amor al prójimo son la manifestación
externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu». Al final, sólo
cuenta el amor.
49.
Precisamente, el aporte específico que nos regala Teresita como santa y como
doctora de la Iglesia no es analítico, como podría ser, por ejemplo, el de
santo Tomás de Aquino. Su aporte es más bien sintético, porque su genialidad
consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es
indispensable. Ella, con sus palabras y con su propio proceso personal, muestra
que, si bien todas las enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia,
su valor, su luz, algunas son más urgentes y más estructurantes para la vida
cristiana. Allí es donde Teresita puso la mirada y el corazón.
50. Como
teólogos, moralistas, pensadores de la espiritualidad, como pastores y como
creyentes, cada uno en su propio ámbito, todavía necesitamos recoger esta
intuición genial de Teresita y sacar las consecuencias teóricas y prácticas,
doctrinales y pastorales, personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para poder hacerlo.
51. Algunas
veces, de esta santa se citan sólo expresiones que son secundarias, o se
mencionan cuestiones que ella puede tener en común con cualquier otro santo: la
oración, el sacrificio, la piedad eucarística, y tantos otros hermosos
testimonios, pero de ese modo podríamos privarnos de lo más específico del
regalo que ella hizo a la Iglesia, olvidando que «cada santo es una misión; es
un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la
historia, un aspecto del Evangelio». Por lo tanto, «para reconocer cuál es esa
palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene
entretenerse en los detalles […]. Lo que hay que contemplar es el conjunto
de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de
Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de
su persona». Esto vale más aún para
santa Teresita, por tratarse de una “doctora de la síntesis”.
52. Del
cielo a la tierra, la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa
Faz perdura en toda su “pequeña grandeza”.
En un
tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses, Teresita nos
muestra la belleza de hacer de la vida
un regalo.
En un
momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testimonio
de la radicalidad evangélica.
En un
tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se
vuelve intercesión.
En un
momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas
formas de poder, ella señala el camino
de la pequeñez.
En un
tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza
de cuidar, de hacerse cargo del otro.
En un
momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y
el abandono, superando una lógica legalista o eticista que llena la vida
cristiana de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio.
En un
tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la
atracción de Jesucristo y del Evangelio.
53. Un
siglo y medio después de su nacimiento, Teresita está más viva que nunca en medio
de la Iglesia peregrina, en el corazón del Pueblo de Dios. Está peregrinando
con nosotros, haciendo el bien en la tierra, como tanto deseó. El signo más hermoso de su vitalidad
espiritual son las innumerables “rosas” que va esparciendo, es decir, las gracias
que Dios nos da por su intercesión colmada de amor, para sostenernos en el
camino de la vida.
Querida
santa Teresita,
la Iglesia
necesita hacer resplandecer el color, el perfume, la alegría del Evangelio.
¡Mándanos
tus rosas! Ayúdanos a confiar siempre, como tú lo hiciste, en el gran amor que
Dios nos tiene, para que podamos imitar cada día tu caminito de santidad.
Amén.
Dado en
Roma, en San Juan de Letrán, el 15 de octubre, memoria de santa Teresa de
Ávila, del año 2023, décimo primero de mi Pontificado. Fuente: Vatican. Va