Autor:
Padre Mario García Isaza. c.m. Formador
Seminario Mayor. Arquidiócesis de Ibagué.
Suceden
frecuentemente entre nosotros cosas curiosas, extravagantes, insólitas. Dio
cuenta el periódico El Tiempo, en su edición del viernes 13 de octubre, de un
dictamen de la sala mixta del Tribunal Superior de Bogotá, que establece que una perra es miembro integrante de una
familia. En ese fallo, se acepta la demanda de un señor que se queja porque
su expareja no le permite visitar a “su hija perruna, llamada Simona”; los
magistrados integrantes de la sala mixta, dizque ahondando en el concepto de la
“familia multiespecie”, dicen que los miembros de especie animal de la familia
han de “asumir los roles que se les asignen en ella”, y detectar el estrés
emocional de sus dueños…
El
periódico trae a cuento la declaración de un señor abogado que “explica” que
“la familia multiespecie es la que está constituida no solo por individuos de
una especie, sino que integra a otras (sic) que son permitidas en la ley”. Y el
miércoles dieciocho, el mismo diario le dedica al tema otra media página; en
ella, un señor veterinario acude a unos malabarismos dignos de mejor causa para
sustentar ese concepto estrafalario; comienza por decir que “hoy en día, el
concepto de familia ha cambiado”…¿Es que se ha mutado la naturaleza de los
seres humanos?...
Y como un auténtico
volatinero intelectual, busca darle piso a esa dizque familia, - a la que
llama también interespecie – desde la sicología, la bioética, la veterinaria y
la economía; y llega hasta acuñar los terminachos de “perrihijo” y “gatihijo”…
¿Qué sustento doctrinal podrá tener semejante engendro?
Confieso
que cuando leí el articulejo del trece, solté una carcajada. Me pareció que era
un chiste inocuo; algo así como las noticias que los diarios suelen publicar el
día de inocentes… Pero hoy, hilando más delgado, me pregunto si detrás de
determinaciones judiciales como esta, al parecer anodinas y hasta pintorescas,
no andará una corriente ideológica que sibilinamente va socavando los
fundamentos antropológicos, éticos y cristianos de una institución tan noble y
sagrada como es la familia.
No sobra
traer a cuento algunos textos en que se establece la verdadera naturaleza de la
institución familiar. Comencemos por nuestra Constitución. Así reza su
artículo 142: ”La familia es el núcleo
fundamental de la sociedad. Se constituye por vínculos naturales o jurídicos,
por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio…”
El Concilio
Vaticano II, en el N° 11 de la Lumen Gentium, llama a la familia “Iglesia
doméstica”: hermosa forma de exaltar la dignidad y sacralidad de la institución
familiar. En la Exhortación “Amoris Laetitia” del Papa Francisco, encontramos
bellamente expuesta toda la doctrina católica sobre la familia; vale le pena
leer, sobre todo, los números 67-80 de ese riquísimo documento. San Juan Pablo II publicó en 1981 su
Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”, síntesis espléndida de la
enseñanza sobre la familia; allí, en el N° 18, encontramos:” La familia, fundada y vivificada por el
amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de
los padres y de los hijos, de los parientes.
Su primer cometido es el de vivir
fielmente la realidad de la comunión, con el empeño constante de desarrollar
una autentica comunidad de personas” Y más adelante, establece: “Esta comunión radica en los vínculos
naturales de la carne y de la sangre, y se desarrolla encontrando su
perfeccionamiento en el instaurarse y madurar de vínculos todavía más profundos
y ricos del espíritu” (N° 21)
Vayan estas
otras citas, espigadas en el Compendio
de la Doctrina Social Católica : “Algunas sociedades, como la familia,
corresponden inmediatamente a la íntima naturaleza del hombre” ( N° 151) “La
familia, comunidad natural, en donde se experimenta la sociabilidad humana,
contribuye de modo único e insustituible al bien de la Sociedad…La comunidad
familiar nace de la comunión de las
personas…La familia, comunidad de
personas, es por consiguiente la primera sociedad humana” (N° 213) ( La negrilla la he puesto yo)
Desconozco,
por supuesto, los argumentos con que sustentó su demanda el padre de la “hija
perruna”; por momentos se me ocurre pensar que quizá quiso poner una picarona
celada a los jueces, para ver si se ocupaban de estudiar un asunto de tanta
envergadura…y si fue así, debe estar muriéndose de risa. Si no, sabe Dios qué
frustraciones y desequilibrios afectivos o qué desvaríos mentales estarán
afectando al pobre hombre. Aquí lo absurdo es que un tribunal judicial se
enfrasque en darle cauce a una demanda tan salida de la realidad, tan
peregrina. No sabría uno decir quién está más despistado, si el demandante
“padre” de la perrita, o los deslumbrados integrantes del tribunal.
No soy,
lejos de mí, enemigo de que se quieran y se cuiden los animales; ellos hacen
parte de esta naturaleza espléndida salida de las manos de Dios y puesta por Él
al servicio del hombre, y muchos de ellos nos prestan servicios inestimables.
Nunca estará bien maltratarlos. Pero de ahí a convertirlos en sucedáneos de los
niños; de ahí a que, como acontece hoy, se considere delito matar un perro y en
cambio se presente como “derecho” asesinar a un bebé en el seno materno; de ahí
a querer meternos en la cabeza dislates como la tal “familia multiespecie”… ¡hay
un abismo!
Nos cabe,
para sacar una conclusión útil de este caso singular, comprometernos en la
defensa de la familia, como célula primordial y fundamento de la sociedad. Es
una institución de ley natural que hoy, por desgracia, es bombardeada desde
muchos flancos; son muchas las baterías que se enfilan contra los valores
cristianos y éticos que le dan a la familia cristiana solidez y riqueza.
Tiene
su fundamento en Dios mismo, autor de la naturaleza. Jesucristo quiso nacer y
crecer en una familia. Para los que creemos, tiene su origen en un amor entre
el hombre y la mujer que alcanza todo su significado y valor al ser elevado a
la categoría sacramental. Trabajemos para que nuestras familias sean auténticas
iglesias domésticas, en las que se respete la ley de Dios y se cultiven los
valores del Evangelio. Correo del autor: magarisaz@hotmail.com