19 de junio 2024 “Hagamos de los salmos nuestra oración” Catequesis. Papa Francisco. Plaza de san Pedro. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza. 4. El Espíritu enseña a la Esposa a rezar. Los Salmos, una sinfonía de oración en la Biblia
En
preparación del próximo Jubileo, les he invitado a dedicar el año 2024 «a una
gran “sinfonía” de oración». Con la catequesis de hoy, quisiera recordarles que
la Iglesia ya tiene una sinfonía de oración cuyo compositor es el Espíritu
Santo, y es el Libro de los Salmos.
Como en
toda sinfonía, en ella hay varios “movimientos”, es decir, varios tipos de oración: alabanza, acción de gracias, súplica, lamento,
narración, reflexión sapiencial y otros, tanto en forma personal como en
forma coral de todo el pueblo. Estos son los cantos que el Espíritu mismo ha
puesto en labios de la Esposa, su Iglesia. Todos los libros de la Biblia, como
recordé la vez pasada, están inspirados por el Espíritu Santo, pero el Libro de
los Salmos también lo está en el sentido de que está lleno de inspiración
poética.
Los salmos
han ocupado un lugar privilegiado en el Nuevo Testamento. De hecho, ha habido y
sigue habiendo ediciones que contienen el Nuevo Testamento y los Salmos juntos.
Tengo sobre mi mesa una edición ucraniana, que me enviaron, de este Nuevo
Testamento con los Salmos; era de un soldado que murió en la guerra. Y él
rezaba en el frente con este libro.
No todos
los salmos – y no todo de cada salmo - puede ser repetido y hecho propio por
los cristianos y menos aún por el ser humano moderno. Reflejan, a veces, una
situación histórica y una mentalidad religiosa que ya no son las nuestras. Esto
no significa que no sean inspirados, sino que en ciertos aspectos están ligados
a una época y a una etapa provisional de la revelación, como ocurre también con
gran parte de la legislación antigua.
Lo que más recomienda los salmos a nuestra
acogida es que fueron la oración de Jesús, de María, de los Apóstoles y de
todas las generaciones cristianas que nos precedieron. Cuando los recitamos, Dios los escucha con esa
gran “orquestación” que es la comunión de los santos. Jesús, según la Carta a
los Hebreos, entra en el mundo con un versículo de un salmo en el corazón: “He
aquí que vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad” (cf. Hebreos 10, 7; Sal 40, 9); y
deja el mundo, según el Evangelio de Lucas, con otro verso en los labios:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23, 46; cf. Salmo
31, 6).
El uso de
los salmos en el Nuevo Testamento es seguido por el de los Padres y de toda la
Iglesia, que hace de ellos un elemento fijo en la celebración de la Misa y la
Liturgia de las Horas. «Toda la Sagrada
Escritura divina exhala la bondad de Dios– escribe San Ambrosio –, pero
sobre todo lo hace el dulce libro de los salmos».
El dulce libro de los salmos.
Me pregunto: ¿rezan a veces con salmos? Tomen la Biblia o el Nuevo Testamento y
recen un salmo. Por ejemplo, cuando están un poco tristes porque han pecado,
¿rezan el salmo 51? Hay muchos salmos que nos ayudan a seguir adelante. Tomen la costumbre de rezar los salmos. Les
aseguro que al final serán felices.
Pero no
podemos únicamente vivir del legado del pasado: es necesario que hagamos de los salmos nuestra oración. Se ha escrito que, en cierto sentido, debemos
convertirnos nosotros mismos en ‘autores’ de los salmos, haciéndolos nuestros y
rezando con ellos. Si hay algunos salmos, o simplemente versículos, que hablan
a nuestro corazón, es bueno repetirlos y rezarlos durante el día.
Los salmos son oraciones "para todas
las estaciones": no hay estado de ánimo o necesidad que no encuentre
en ellos las mejores palabras para convertirlos en oración. A diferencia de
todas las demás oraciones, los salmos no pierden su eficacia a fuerza de
repetirlos; al contrario, la aumentan. ¿Por qué? Porque están inspirados por
Dios y "espiran" Dios, cada vez que se leen con fe.
Si nos
sentimos oprimidos por el remordimiento y la culpa, porque somos pecadores,
podemos repetir con David: «Ten piedad de mí, oh Dios, en tu amor; / en tu gran
misericordia» (Sal 51, 3), el salmo 51. Si queremos expresar un fuerte vínculo
personal con Dios, decimos: «Oh Dios, tú eres mi Dios, / desde el alba te
busco, / mi alma tiene sed de ti, / mi carne te anhela / en una tierra seca,
sedienta y sin agua», salmo 63 (Sal 63, 2).
No es por
casualidad que la liturgia ha incluido este salmo en las laudes de los domingos
y de las solemnidades. Y si nos asaltan el miedo y la angustia, esas
maravillosas palabras del salmo 23 vienen en nuestro socorro: «El Señor es mi
pastor [...]. Aunque pase por valle tenebroso, / no temo ningún mal» (Sal 23, 1.4).
Los salmos nos permiten no empobrecer nuestra
oración reduciéndola sólo a peticiones, a un continuo “dame, danos…”. Aprendemos del
Padre Nuestro, que antes de pedir “el pan de cada día” dice: “Santificado sea
tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad”. Los salmos nos
ayudan a abrirnos a una oración menos
egocéntrica: una oración de alabanza, de bendición, de acción de gracias; y
también nos ayudan a convertirnos en la voz de toda la creación, haciéndola
partícipe de nuestra alabanza.
Hermanos y
hermanas, que el Espíritu Santo, que dio a la Iglesia Esposa las palabras para
rezar a su divino Esposo, nos ayude a hacerlas resonar hoy en la Iglesia y a
hacer de este año preparatorio del Jubileo una verdadera sinfonía de oración. ¡Gracias!
Fuente e Imagen de Vatican. Va.