Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Ahora bien, había siete
hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la
viuda y también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; y así
ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la
tuvieron por mujer?”
Jesús les dijo: “¿No
será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder
de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se
casarán, sino que serán como ángeles en el cielo.” °°° Marcos 12, 18-27.
La vida y la muerte, cada una tiene su razón de ser. Se complementan.
No se puede decir que la una termina con la otra. Es más, la muerte es la
plenitud de la existencia, el encuentro con Dios, que es un Dios de vivos y no
de muertos.
El apóstol san Pablo ve la muerte como una ganancia. Quien alcanza una
santa muerte, entra en la eternidad. Dice el apóstol: Cristo es mi vida, y de la misma muerte saco provecho. Pero veo
que, mientras estoy en este cuerpo, mi trabajo da frutos, de modo que ya no sé
qué escoger.” (Filipenses 1, 21-22).
La resurrección es una respuesta laudable a una buena muerte. Si la
resurrección pertenece al ámbito de Dios, por qué razón algunos quieren
comparar la vida terrenal con la gloria celestial. Bien dice la Escritura. “En
la resurrección, serán como ángeles en el cielo”. Cada persona debe
acostumbrarse a vivir la existencia en su plenitud.
La vida en esta tierra es pasajera, demasiado rápido suceden todos
los acontecimientos, razón para tomar una buena decisión: San Pablo recomienda
vivir la vida siempre agradando a Dios. La voluntad de Dios es que sean santos.
(1 Tesalonicenses 4, 1-3).
Jesucristo ofrece vida eterna para todos aquellos que respeten ese
Reino y vivan el espíritu de su programa de vida. El Maestro dice: “Yo he
venido para que tengan vida en abundancia”. (Juan 10, 10). El santo Job
describe sus sentimientos sobre la vida: “Recuerda que mi vida es un soplo, y
que mis ojos no verán más la dicha.” (Job 7, 7).
El Hijo de Dios restaura la vida
de cada persona y la convierte en ejemplo y servicio para los demás. (cfr. Marcos 1,
29-39). El Papa Benedicto XVI afirma: "La verdadera muerte, a la que hay que temer, es la del alma, que el
Apocalipsis llama 'muerte segunda'. quien muere en pecado mortal, sin
arrepentimiento, encerrado en el rechazo orgulloso del amor de Dios, se excluye
a sí mismo del reino de la vida". (cfr. Ángelus, 5 de noviembre, 2006).
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