Evangelio martes 25 de junio 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Todo lo que
deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la
Ley y los Profetas.
Entren por la puerta estrecha,
porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son
muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que
lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.” Mateo 7, 6. 12-14.
Cuando se trata de anunciar el
Evangelio, enseñar la Palabra, proponer el cambio de mentalidad entre la
antigua y nueva alianza, el criterio que señala el Maestro de Nazareth es la
prudencia. Es necesario buscar el
equilibrio en la manera de hablar. Debo evitar los extremos. Creer que el
discípulo es quien tiene la razón y los demás no. No ser duros en el lenguaje
con las demás personas. Procurar un trato digno, sin comparaciones. El ápice de
todo este trabajo pastoral es la norma de oro: “Trate a los demás, como le
gustaría que lo trataran a usted” (Lucas 6, 31).
El
Papa Francisco recomienda la actitud de la delicadeza, la prudencia, la
humildad, como principio para poder predicar la Palabra, para no ofender a los
demás, para no herir a los demás. Dice el santo Padre: “ustedes saben que
las palabras matan. Cuando hablo mal y hago una crítica injusta, cuando
descarno a un hermano con mi lengua, esto es asesinar la reputación del otro.
También las palabras asesinan. ¡Vamos, con esto, seriamente! (cfr. Ángelus, 7 de septiembre, 2014).
Si se cumple bien la misión en
nombre del Nazareno, es oportuno no perder el tiempo en discusiones inútiles,
no exponer las personas al escarnio público. La manera de actuar de cada persona, indica la nobleza y la bondad de
su ser. Aprendemos del aforismo bíblico latino: “Ex abundantia cordis os
loquitur”. De la abundancia del corazón habla la boca.
Corren
mucho peligro los discípulos que hablan demasiado de los demás. El hablador
contumaz siempre camina en terreno peligroso. Quien aspira a ser un excelente
discípulo de su Maestro, hace realidad el proverbio en su vida: “El que vigila
su boca conserva su vida, el que abre mucho sus labios se pierde.” (Proverbios
13, 3).
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