30 de junio 2024. “Dos milagros” Ángelus Regina Coeli Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El
Evangelio de la liturgia de hoy nos relata dos milagros que parece que están
entrelazados entre sí. Mientras que Jesús va a casa de Jairo, uno de los
responsables de la sinagoga, porque su hija pequeña está gravemente enferma,
por el camino una mujer con hemorroísa le toca la túnica y Él se detiene para
sanarla. Mientras tanto, anuncian que la hija de Jairo ha muerto, pero Jesús no
se detiene, llega a la casa, va a la habitación de la pequeña, la toma de la
mano y la levanta, devolviéndola a la vida (Marcos 5, 21-43). Dos milagros, uno de curación y otro de
resurrección.
Estas dos
curaciones se relatan en un único episodio. Ambas suceden a través del contacto
físico. De hecho, la mujer toca la túnica de Jesús y Jesús toma de la mano a la
pequeña. ¿Por qué motivo es importante “tocar”? porque estas dos mujeres – una
porque tiene pérdidas de sangre y la otra porque está muerta – se consideran
impuras y por lo tanto con ellas no puede haber contacto físico.
Y, en
cambio, Jesús se deja tocar y no teme
tocar. Jesús se deja tocar y no tiene miedo de tocar. Antes incluso de la
curación física, Él desafía una concepción religiosa equivocada, según la
cual Dios separa a los puros por un lado y a los impuros por otro. En cambio, Dios no hace esta separación, porque
todos somos sus hijos, y la impureza no deriva de alimentos, enfermedades y ni
siquiera de la muerte, sino que la impureza viene de un corazón impuro.
Aprendamos
esto: frente a los sufrimientos del cuerpo y del espíritu, frente a las heridas
del alma, frente a las situaciones que nos abaten e incluso frente al pecado, Dios no nos mantiene a distancia, Dios no
se avergüenza de nosotros, Dios no nos juzga; al contrario, Él se acerca
para dejarse tocar y para tocarnos y siempre nos levanta de la muerte. Siempre
nos toma de la mano para decirnos: ¡Hija, hijo, levántate! (cf. Marcos 5, 41),
¡Camina, ve hacia delante! “Señor, soy un pecador” – “¡Sigue adelante, yo me
hice pecado por ti, para salvarte!” – Pero tú, Señor, no eres un pecador” –
“No, pero yo sufrí todas las consecuencias del pecado para salvarte”. ¡Es
hermoso esto!
Fijemos en
el corazón esta imagen que Jesús nos entrega: Dios es el que te toma de la mano y te levanta, el que se deja tocar
por tu dolor y te toca para curarte y darte de nuevo la vida. Él no discrimina
a nadie porque ama a todos.
Y entonces
podemos preguntarnos: ¿Nosotros creemos que Dios es así? ¿Nos dejamos tocar por
el Señor, por su Palabra, por su amor? ¿Entramos en relación con los hermanos
ofreciéndoles una mano para levantarse o nos mantenemos a distancia y
etiquetamos a las personas en base a nuestros gustos y a nuestras preferencias?
Nosotros etiquetamos a las personas.
Os hago una pregunta: Dios, el Señor Jesús, ¿etiqueta a las personas? Que cada
uno responda. ¿Dios etiqueta a las personas? Y yo, ¿vivo constantemente
etiquetando a las personas?
Hermanos y
hermanas, miremos al corazón de Dios,
para que la Iglesia y la sociedad no excluyan, no excluyan a nadie, para que no
traten a nadie como “impuro”, para que cada uno, con su propia historia,
sea acogido y amado sin etiquetas, sin prejuicios, para que sea amado sin
adjetivos.
Recemos a
la Virgen Santa: que Ella que es Madre de la ternura interceda por nosotros y
por el mundo entero. Fuente e Imagen de
Vatican. Va.