Evangelio martes 18 de junio 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“Jesús dijo
a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y odiarás
a tu enemigo. Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus
perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace
salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e
injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes
los aman, ¿Qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si
saludan solamente a sus hermanos, ¿Qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que
está en el cielo.” Mateo 5, 43-48.
La
plenitud de la ley se convierte en universal, ya que abarca una buena cantidad
de espacios que según la ley antigua no se creían necesarios. Si la ley
tenía privilegios para ciertos espacios y ciertas personas. La nueva ley de
Dios propone que debe existir un espacio para cada caso, sin mezquindad, sin
excluir personas, sin discriminar. El fundamento es el amor de Dios que hace
salir el sol y la lluvia, sobre buenos y malos. En la mente de Dios todos deben
tener oportunidades. Si una ley es privilegio para unos pocos, deja de ser ley.
Debemos
aprender a pensar según la ley de Dios. Jesús se somete a la ley de Dios,
de su Padre celestial; sus deseos son los de enseñarle a la humanidad, que la
libertad no se logra destruyendo la ley o violando normas y preceptos, sino
dándole plenitud, espíritu y vida a lo establecido. El apóstol san Pablo
entendió muy bien el misterio de la Palabra de Dios: La ley del espíritu es el imperativo del interior de cada persona.
El Espíritu Santo, se hace maestro y guía del espíritu del hombre. (cfr. II
Corintios 3, 3). Quien se deja guiar por la ley de Dios, no maltrata a los
demás.
Jesús
logra darle sentido a esa ley porque la convierte en vida, en Gracia, en
derecho, en respeto, en justicia. El espíritu de la ley contempla las
necesidades del hombre. “Con la venida de Jesús, la ley de Moisés está
superada”. Todo esto causa tensiones e incertezas. La apertura de unos parecía
criticar la observancia de otros, y viceversa. Razón suficiente tenía el
Maestro al decir: “No he venido a acabar con la ley, sino a darle plenitud”
(Mateo 5, 17).
La ley me permite reconocer los derechos de los
demás, me abre
espacios para entrar en el ambiente social, me limita los caprichos y
desórdenes en mi personalidad, me permite no abusar de la nobleza, la humildad
y la sencillez de los demás. San Pablo nos recuerda que la plenitud de la ley
es el amor. (Romanos 13, 10).
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