Evangelio viernes 23 de agosto
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“Se
acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: “¿Es
lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?” Él respondió:
“¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, ‘los hizo varón y
mujer’; y que dijo: ¿Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para
unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? De manera que ya no
son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.
Le replicaron: “Entonces, ¿por qué
Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?” Él
les dijo: “Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del
corazón de ustedes, pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El
que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con
otra, comete adulterio”. °°° Mateo 19, 3-12.
La
dureza de corazón no le permite a muchas personas interpretar correctamente la
ley de Dios. Cuando se trata de discernir desde la ley divina, es necesario
ubicarse en lo bueno, lo justo, lo correcto, lo caritativo de la decisión que
se debe tomar. Una persona no puede apoyarse en la ley para despreciar a otra.
El apóstol san Pablo enseña que la ley
de Dios está inscrita en el corazón de cada persona y esa misma ley le
indica si está haciendo lo correcto. (cfr. Romanos 2, 12-16).
Cuando hablamos de la ley de Dios,
estamos ubicados en el mismo Dios. La
ley del mismo creador le indica al creyente la interpretación correcta.
Despreciar a alguien por algo indebido, (cfr. Deuteronomio 24, 1-4) según lo
propone el libro que llaman el discurso de despedida de Moisés. El libro más
rico en su contenido: Un Dios, un pueblo, una tierra, una ley, un santuario.
Razón suficiente tuvo el Salvador del mundo en
aclarar: “El divorcio no está permitido por voluntad de Dios”. En el Libro IV del código de
derecho canónico propone: que el hombre y la mujer, tienen el deber y el
derecho de mantener la convivencia conyugal, a no ser que les excuse una causa
legítima. (Canon 1151).
La
ley me permite reconocer los derechos de los demás, me abre espacios para
entrar en el ambiente social, me limita los caprichos y desórdenes en mi personalidad,
me permite no abusar de la nobleza, la humildad y la sencillez de los
demás.
La ley de Dios es perfecta y es luz para el alma. “El divorcio no
es correcto éticamente por el desorden que causa en la familia, en los hijos y
en la sociedad”. (cfr. Catecismo Iglesia Católica, 2385).
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