Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“¿Cuáles?”, preguntó el hombre.
Jesús le respondió: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás
falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como
a ti mismo”.
El joven dijo: “Todo esto lo he
cumplido: ¿qué me queda por hacer?” “Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús,
ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el
cielo. Después, ven y sígueme”. Al oír estas palabras, el joven se retiró
entristecido, porque poseía muchos bienes.” Mateo 19, 16-22.
¿Cuál
es el sendero más seguro, para ganar la vida eterna? Si se trata de unos
criterios básicos, la respuesta sería: Los mandatos de Dios. Si se trata de
tener un modelo y ejemplo, la respuesta es: Seguir a Jesucristo. Cumpliendo los
mandatos y siguiendo al Maestro de Nazareth, sería suficiente para realizar un apostolado
feliz, una vida feliz.
El
decálogo propiamente resume y sintetiza la ley de Dios. En ningún momento sus
pende la ley como ordenamiento en una sociedad, sino al contrario, la lleva
a su plenitud. El Maestro le advirtió al pueblo judío: “No he venido a abolir
la ley o los profetas. Sino para llevarla a su plenitud” (Mateo 5, 17). También
el Salvador indicó el futuro de la ley de Dios: “Mientras dure el cielo o la
tierra, siempre se cumplirá la ley de Dios” (Mateo 5, 18). La persona que viva y enseñe correctamente la ley de Dios, será grande
en el Reino de Dios. (Mateo 5, 19).
El
decálogo se puede comprender mejor, desde la genial idea de Dios, de organizar
un sistema de comunicación perfecto con su pueblo: “Si ustedes respetan mi
Alianza, los tendré por mi propio pueblo”. (Éxodo 19, 5). Nuestra Iglesia
Católica nos enseña que la formulación de los mandamientos es tan perfecta que
no da lugar a dudas.
Es
perfecta porque los tres primeros nos permiten encontrar el camino de Dios. Los
siete siguientes, el camino deseado por Dios para nuestra relación con las
demás personas. En otras palabras: Los mandatos, regulan nuestra de vida de
fe y nuestra vida social. No hay lugar a dudas. “No se puede honrar a otro sin
bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los
hombres, que son sus creaturas”. (cfr. Catecismo, 2064 – 2069).
SI DESEAS ESCUCHAR EL AUDIO DE ESTA REFLEXIÓN
HAZ CLICK AQUÍ