Evangelio sábado 26 de octubre
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“En cierta
ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos
galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
Él respondió: “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran
más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten,
todos acabarán de la misma manera.
¿O creen que las dieciocho personas
que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé eran más culpables que los
demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se
convierten, todos acabarán de la misma manera”.
Les dijo también esta parábola: “Un
hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los
encontró. Dijo entonces al viñador: «Hace tres años que vengo a buscar frutos
en esta higuera y no los encuentro. Entonces córtala, ¿para qué malgastar la
tierra?» Pero él respondió: «Señor, déjala todavía este año.” °°° Lucas 13,
1-9.
La
conversión es de carácter obligatorio. No existe otra posibilidad para que una
persona pueda leer su vida desde la fe. Si no hay conversión: no hay vida
cristiana, no hay paz, no hay salud espiritual, no hay buena vida comunitaria,
no hay superación del pecado. El gran
enemigo de la conversión es el pecado,
este
permite cometer una falta gravísima en materia de reconocimiento, permite que
muchas personas pierdan su capacidad de memoria, se les olvida lo que son:
consagrados, casados, dirigentes, bautizados etc. Cuando se pierde el estado de
memoria, no logramos recordar que esa misma situación de imperfección nos quitó
el don de Dios y nos hizo perder nuestra propia identidad.
Lo
que impide la conversión es la situación de pecado, de tentación, de
debilidad, de terquedad de cada persona. La Escritura enseña que las
tentaciones seducen la conciencia de las personas. El Papa Francisco da un consejo muy sabio: “No a la mundanidad
espiritual” Es la que se esconde detrás de las apariencias de religiosidad,
e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la
gloria humana y el bienestar personal.
Es lo que
el Señor reprochaba a los fariseos: dice el Maestro: “Yo no busco la alabanza
de los hombres. Mientras hacen caso de las alabanzas que se dan unos con otros.
No buscan la gloria que viene de Dios” (Juan 5, 41-44), (cfr. Homilía, 16 de
mayo 2020). Ante la impotencia de la conversión, Dios recomienda un paso
preliminar que es la paciencia. Tener
paciencia es perseverar con firmeza ante las pruebas. Dios no quiere que
nadie perezca sino todos se arrepientan. (2 Pedro 3, 9)
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