Evangelio miércoles 23 de octubre
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Pedro
preguntó entonces: “Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”
El Señor le dijo: “¿Cuál es el
administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal
para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquél a
quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que
lo hará administrador de todos sus bienes.
Pero si este servidor piensa: «Mi
señor tardará en llegar», y se dedica a golpear a los servidores y a las
sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el
día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que
los infieles.” Lucas 12, 39-48.
¿Cómo
se logra ser un buen servidor de Dios en su Iglesia? La respuesta se
encuentra en dos virtudes: La fidelidad y la prudencia. Jesucristo es un
excelente modelo de la fidelidad. La definición de esta virtud nos permite
entender el propósito: Una persona fiel,
es aquella que se mantiene siempre en el cumplimiento, de sus obligaciones,
de sus deberes, de los compromisos que ella misma adquirió. Si Jesucristo es el
modelo de fidelidad, él mismo pide a todos los miembros que se conserven fieles
al servicio que Dios les encomendó.
La
Sagrada Escritura nos enseña que Dios que planteó la fidelidad, como el medio
perfecto para llevar a cabo su plan de Salvación. La norma es: Dios promete
salvar a su pueblo y se mantiene fiel a su promesa. Por ejemplo, según la fe de
Abraham se compromete con Dios hasta las últimas consecuencias. (cfr. Génesis
21 y Hebreos 11, 17-19).
Dios es
misericordioso y clemente, lento a la cólera, rico en amor y fidelidad. Moisés
se entera que Dios sostiene su fidelidad. (cfr. Éxodo 34, 1-7). Dios juzgará con justicia y fidelidad.
(Salmo 96). El Papa Francisco nos enseña que: La fidelidad de Dios es una
fidelidad paciente: tiene paciencia con su pueblo, lo escucha, lo guía, le
explica lentamente y le enciende el corazón, (cfr. Lucas 24,32-33) (cfr.
Homilía, 15 de abril, 2020).
La
teología moral en nuestra Iglesia, enseña la importancia de las virtudes
intelectuales. Perfeccionan a las personas en el conocimiento de la verdad.
Ellas son: la sabiduría, la ciencia, la prudencia y las artes. La persona prudente actúa según la voz de
la recta conciencia y practica una moral justa. San Pablo recomienda
examinar con mucho cuidado la propia conciencia. (cfr. Efesios 5, 15-19).
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