Evangelio viernes 1 de noviembre 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.
“Jesús subió al monte, se
sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba
diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino
de los Cielos. Bienaventurado s los mansos, porque
ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque
ellos serán consolados.
Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan
por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.” °°° Mateo 5, 1-12ª
Ser santo es aquel bienaventurado o bienaventurada que
logró vivir en toda su plenitud el gran mandato divino: “Amarás a Dios,
amarás a los demás, te amarás y dignificarás a ti mismo”. Nuestra Iglesia
católica detiene el tiempo para ponernos a pensar en la posibilidad de ser
santos. Recordar con agrado y a la vez aprender de todos aquellos que
alcanzaron el reto de ser santos como Dios es santo.
Los historiadores nos
recuerdan que la Iglesia llegó a la conclusión en el siglo IV de rendir
homenaje a todos los hermanos que santificaron o sacrificaron sus vidas. El
Papa Gregorio IV definió la fecha de la solemnidad, en el siglo VIII.
Ser santo es el ideal propuesto por Dios para la
humanidad. Miles de hombres y mujeres han obedecido este mandato y nos han
dejado la enseñanza, el buen ejemplo, de la ilusión que una sociedad viva
santamente. La propuesta es de origen bíblico: Dios crea al varón y a la mujer
a su imagen y semejanza. Le enseña en un primer momento, lo que debe y no debe
hacer. Les propone a todos “Sean santos como Dios es santo” (Levítico 11, 44).
El apóstol san Pablo nos recuerda que Dios nos eligió para que seamos santos e
irreprochables ante Él por el amor. (Efesios 1, 3-4).
Nuestro Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda
que todos estamos llamados a la santidad y el modelo es el mismo Padre
celestial. (Numeral 825). La santidad la podemos lograr viviendo en
plenitud la caridad cristiana. (cfr. Lumen Gentium, 42). No existe santidad sin renuncia y sin combate
espiritual. (Numeral 2015). Nuestra Iglesia católica es prudente ante el
momento de decidir la santidad de vida de una persona.
El primer paso es declararlo
siervo de Dios. El segundo, venerable. El tercero, Beato o bienaventurado. El
cuarto, santidad. El Papa Francisco insiste en qué consiste ser santo:
No es “cerrar los ojos y poner caras” sino vivir “con amor” y ofrecer “el
testimonio cristiano en las ocupaciones de todos los días donde estamos
llamados a convertirnos en santos.
Y cada uno en las condiciones y en el estado
de vida en el que se encuentra”. (cfr. Audiencia, 19 de noviembre, 2014).
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