6 de enero 2022. “Dónde está el que acaba de nacer? Homilía Papa Francisco, Solemnidad de la Epifanía del Señor. Basílica de san Pedro. Hermanos, Hermanas: Jesús, como una estrella que se eleva (cf. Números 24,17), viene a iluminar a todos los pueblos y a alumbrar las noches de la humanidad. Junto con los Magos, hoy también nosotros, alzando la mirada al cielo, nos preguntamos: «¿Dónde está el […] que acaba de nacer?» (Mateo 2,2). Es decir, ¿Cuál es el lugar en el que podemos encontrar a nuestro Señor?
De la experiencia de los Magos, comprendemos que el primer
“lugar” donde Él quiere ser buscado es en la inquietud de las preguntas. La
fascinante aventura de estos sabios de Oriente nos enseña que la fe no nace de
nuestros méritos o de razonamientos teóricos, sino que es don de Dios. Su
gracia nos ayuda a despertarnos de la apatía y a hacer espacio a las
preguntas importantes de la vida, preguntas que nos hacen salir de la
presunción de estar bien y nos abren a aquello que nos supera. Lo que vemos en
los Magos, al comienzo, es esto: la inquietud de quien se interroga.
Llenos de una ardiente nostalgia de infinito, escrutan el
cielo y se dejan asombrar por el fulgor de una estrella, representando así la
tensión hacia lo trascendente, que anima el camino de la civilización y la
búsqueda incesante de nuestro corazón. De hecho, aquella estrella deja en sus
corazones precisamente una pregunta: ¿Dónde está el que acaba de nacer?
Hermanos y hermanas, el camino de la fe comienza cuando,
con la gracia de Dios, damos espacio a la inquietud que nos mantiene despiertos;
cuando nos dejamos interrogar, cuando no nos conformamos con la tranquilidad de
nuestros hábitos, sino que nos la jugamos, nos arriesgamos en los desafíos de
cada día; cuando dejamos de mantenernos en un espacio neutral y nos decidimos a
vivir en los espacios incómodos de la vida, hechos de relaciones con los demás,
de sorpresas, de imprevistos, de proyectos que sacar adelante, de sueños que
realizar, de miedos que afrontar, de sufrimientos que hieren la carne.
Es en estos momentos que surgen de nuestro corazón las
preguntas irreprimibles, que nos abren a la búsqueda de Dios: ¿Dónde está la
felicidad para mí? ¿Dónde está la vida plena a la que aspiro? ¿Dónde se
encuentra ese amor que no pasa, que no tiene ocaso, que no se rompe ni siquiera
ante la fragilidad, los fracasos o las traiciones? ¿Cuáles son las
oportunidades escondidas dentro de mis crisis y mis sufrimientos?
Pero sucede que el clima que respiramos cada día ofrece
“tranquilizantes del alma”, sustitutos para sedar, para sedar nuestra inquietud
y apagar esas preguntas, desde los productos del consumismo a las seducciones
del placer, desde los debates sensacionalistas hasta la idolatría del
bienestar; todo parece decirnos: no pienses mucho, deja que pasen, disfruta la
vida. Frecuentemente buscamos acomodar el corazón en la caja fuerte de la
comodidad —buscamos acomodar el corazón en la caja fuerte de la comodidad—,
pero si los Magos hubiesen hecho esto no habrían encontrado nunca al Señor. Este
es el peligro, sedar el corazón, sedar el alma para que ya no haya inquietud.
Dios, sin embargo, vive en nuestras preguntas inquietas; en
ellas nosotros «lo buscamos como la noche busca a la aurora […]. Él está en el
silencio que nos turba ante la muerte y al final de toda grandeza humana; está
en la necesidad de justicia y de amor que llevamos dentro; es el Misterio santo
del Totalmente Otro, nostalgia de justicia perfecta y consumada, de
reconciliación, de paz» (C.M. Martini, El jardín interior. Un camino para
creyentes y no creyentes, Santander 2017, 26). Por tanto, este es el primer
lugar: la inquietud de las preguntas. No tengamos miedo de entrar en esta
inquietud de las preguntas, son precisamente los caminos que nos llevan a
Jesús.
El segundo lugar donde podemos encontrar al Señor es el
riesgo del camino. Los interrogantes, incluso espirituales, si no nos
ponemos en camino, si no dirigimos nuestro movimiento interior hacia el rostro
de Dios y la belleza de su Palabra, pueden inducirnos a la frustración y a la
desolación. El peregrinar de los Magos, «su peregrinación exterior —ha dicho
Benedicto XVI— era expresión de su estar interiormente en camino, de la
peregrinación interior de sus corazones» (Homilía en la Epifanía del Señor, 6
enero 2013).
Los Magos, en realidad, no se detuvieron a mirar el cielo o
a contemplar la luz de la estrella, sino que se aventuraron en un viaje
arriesgado, que no preveía caminos seguros ni mapas definidos con antelación.
Querían descubrir quién era el Rey de los Judíos, dónde había nacido, dónde
podían encontrarlo. Por esto preguntaron a Herodes, quien a su vez convocó a
los jefes del pueblo y a los escribas que examinaban las Escrituras. Los
Magos estaban en camino; la mayor parte de los verbos que describen sus
acciones son verbos de movimiento.
Lo mismo sucede con nuestra fe, sin un camino continuo y un
diálogo constante con el Señor, sin la escucha de la Palabra, sin la
perseverancia, no se puede crecer. Una mera noción de Dios y alguna oración que
calma la conciencia no son suficientes; es necesario hacerse discípulos que
siguen a Jesús y su Evangelio, hablarlo todo con Él en la oración, buscarlo en
las situaciones cotidianas y en el rostro de los hermanos. Desde Abrahán —que
se puso en camino hacia una tierra desconocida— hasta los Magos —que siguieron
una estrella—,
la fe es un camino, la fe es una peregrinación, la fe es
una historia en la que hay que comenzar siempre de nuevo. No lo olvidemos
nunca, la fe es un camino, una peregrinación, una historia de comenzar y
recomenzar siempre. Recordemos esto: la fe, si permanece estática, no crece; no
podemos reducirla a una mera devoción personal o confinarla entre los muros de
los templos, sino que es necesario manifestarla, vivirla marchando de forma
constante hacia Dios y hacia los hermanos. Preguntémonos hoy: ¿Estoy en camino
hacia el Señor de la vida, para que sea el Señor de mi vida? ¿Jesús, quién eres
para mí? ¿Dónde quieres que vaya, qué es lo que me pides? ¿Cuáles son
las decisiones que me estás invitando a tomar en favor de los demás?
Finalmente, después de la inquietud de las preguntas y el
riesgo del camino, el tercer lugar donde hallamos al Señor es el asombro de la
adoración. Al final de un largo viaje y de una fatigosa búsqueda, los Magos
entraron en la casa, «encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de
rodillas lo adoraron» (Mateo 2,11). Este es el punto decisivo. Nuestras
inquietudes, nuestras preguntas, los caminos espirituales y las prácticas de la
fe deben converger en la adoración del Señor. Allí encuentran la fuente
esencial de la que todo nace, porque es el Señor quien suscita en nosotros el
sentir, el actuar y el obrar.
Todo nace y todo culmina allí, porque el final
de cada cosa no es alcanzar una meta personal y recibir gloria para nosotros
mismos, sino encontrar a Dios y dejarnos abrazar por su amor, que es lo que
da fundamento a nuestra esperanza, nos libra del mal, nos abre al amor a los
demás y nos hace personas capaces de construir un mundo más justo y más
fraterno.
De nada sirve activarnos pastoralmente si no ponemos a
Jesús en el centro y lo adoramos. El asombro de la adoración. Allí
aprendemos a estar delante de Dios no tanto para pedir o para hacer algo, sino
sólo para permanecer en silencio y abandonarnos a su amor, para dejarnos
aferrar y regenerar por su misericordia. Nosotros muchas veces rezamos, pedimos
cosas, reflexionamos, pero por lo general nos falta la oración de adoración.
Hemos perdido el sentido de adorar, porque hemos perdido la
inquietud de las preguntas y el valor de ir adelante en los riesgos del camino.
Hoy el Señor nos invita a hacer como los Magos, como los Magos, postrémonos,
rindámonos ante Dios en el asombro de la adoración. Adoremos a Dios y no a
nuestro yo; adoremos a Dios y no a los falsos ídolos que nos seducen con la
fascinación del prestigio y del poder, con la fascinación de las falsas
noticias; adoremos a Dios para no inclinarnos ante las cosas que pasan ni ante
las lógicas seductoras y vacías del mal.
Hermanos, hermanas, ¡abramos el corazón a la inquietud,
pidamos el valor para avanzar en el camino y finalicemos en la adoración!
No tenemos miedo, es el recorrido de los Magos, es el recorrido de todos los
santos de la historia, recibir las inquietudes, ponerse en camino y adorar.
Hermanos y hermanas, no dejemos que se apague en nosotros la inquietud de las
preguntas, no detengamos nuestro caminar cediendo a la apatía o a la comodidad;
y rindámonos, encontrándonos con el Señor, al asombro de la adoración. Entonces
descubriremos que una luz ilumina también las noches más oscuras, es Jesús,
la estrella radiante de la mañana, el sol de justicia, el fulgor misericordioso
de Dios, que ama a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra. Fuente e imagen de Vatican. Va. Copyright.