Mensaje del santo padre Francisco
para la XXXI jornada mundial del enfermo
11 de febrero de 2023
“Cuida de él”. La compasión como ejercicio sinodal de
sanación
Queridos hermanos y hermanas: La enfermedad forma parte de
nuestra experiencia humana. Pero, si se vive en el aislamiento y en el
abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser
inhumana. Cuando caminamos juntos, es normal que alguien se sienta mal, que
tenga que detenerse debido al cansancio o por algún contratiempo.
Es ahí, en esos momentos, cuando podemos ver cómo estamos
caminando: si realmente caminamos juntos, o si vamos por el mismo camino, pero
cada uno lo hace por su cuenta, velando por sus propios intereses y dejando que
los demás “se las arreglen”.
Por eso, en esta XXXI Jornada Mundial del Enfermo, en pleno
camino sinodal, los invito a reflexionar sobre el hecho de que, es precisamente
a través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad, como podemos
aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y
ternura.
En el libro del profeta Ezequiel, en un gran oráculo que
constituye uno de los puntos culminantes de toda la Revelación, el Señor dice
así: «Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré a descansar —oráculo del
Señor—. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a
la herida y curaré a la enferma […]. Yo las apacentaré con justicia»
(34,15-16).
La experiencia del extravío, de la enfermedad y de la
debilidad forman parte de nuestro camino de un modo natural, no nos excluyen
del pueblo de Dios; al contrario, nos llevan al centro de la atención del Señor, que es Padre y no quiere
perder a ninguno de sus hijos por el camino. Se trata, por tanto, de aprender
de Él, para ser verdaderamente una comunidad que camina unida, capaz de no
dejarse contagiar por la cultura del descarte.
La Encíclica Fratelli tutti, como ustedes saben, propone una
lectura actualizada de la parábola del buen samaritano. La escogí como eje,
como punto de inflexión, para poder salir de las “sombras de un mundo cerrado”
y “pensar y gestar un mundo abierto” (cf. n. 56). De hecho, existe una conexión
profunda entre esta parábola de Jesús y las múltiples formas en las que se niega
hoy la fraternidad. En particular, el hecho de que la persona golpeada y despojada
sea abandonada al borde del camino, representa la condición en la que se deja a
muchos de nuestros hermanos y hermanas cuando más necesitados están de ayuda.
No es fácil distinguir cuáles agresiones contra la vida y
su dignidad proceden de causas naturales y cuáles, en cambio, provienen de la
injusticia y la violencia. En realidad, el nivel de las desigualdades y la prevalencia
de los intereses de unos pocos ya afectan a todos los entornos humanos, hasta
tal punto que resulta difícil considerar cualquier experiencia como “natural”.
Todo sufrimiento tiene lugar en una “cultura” y en medio de sus
contradicciones.
Sin embargo, lo importante aquí es reconocer la condición de
soledad, de abandono. Se trata de una atrocidad que puede superarse antes que
cualquier otra injusticia, porque, como nos dice la parábola, todo lo que se
necesita para eliminarla es un momento de atención, el movimiento interior de
la compasión. Dos transeúntes, considerados religiosos, ven al herido y no se
detienen. El tercero, en cambio, un samaritano, objeto de desprecio, sintió
compasión y se hizo cargo de aquel forastero en el camino, tratándolo como a un
hermano. Obrando de ese modo, sin siquiera pensarlo, cambió las cosas, generó
un mundo más fraterno.
Hermanos, hermanas, nunca estamos preparados para la
enfermedad. Y, a menudo, ni siquiera para admitir el avance de la edad.
Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del mercado nos
empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad. Y, de este modo, el mal,
cuando irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos. Puede suceder, entonces, que
los demás nos abandonen, o que nos parezca que debemos abandonarlos, para no
ser una carga para ellos. Así comienza
la soledad, y nos envenena el sentimiento amargo de una injusticia, por el que
incluso el Cielo parece cerrarse.
De hecho, nos cuesta permanecer en paz con Dios, cuando se
arruina nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. Por eso es tan
importante que toda la Iglesia, también en lo que se refiere a la enfermedad,
se confronte con el ejemplo evangélico del buen samaritano, para llegar a
convertirse en un auténtico “hospital de campaña”. Su misión, sobre todo en las circunstancias
históricas que atravesamos, se expresa, de hecho, en el ejercicio del cuidado.
Todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos esa atención compasiva,
que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar. La situación de los
enfermos es, por tanto, una llamada que interrumpe la indiferencia y frena
el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanas y hermanos.
La profecía de Ezequiel, citada al principio, contiene un
juicio muy duro acerca de las prioridades de quienes ejercen el poder económico,
cultural y de gobierno sobre el pueblo: «Ustedes se alimentan con la leche, se visten
con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No
han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han
vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la
que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad» (34, 3-4).
La Palabra de Dios es siempre iluminadora y actual. No sólo
en su denuncia, sino también en su propuesta. De hecho, la conclusión de la
parábola del buen samaritano nos sugiere cómo el ejercicio de la fraternidad,
iniciado por un encuentro de tú a tú, puede extenderse a un cuidado organizado.
La posada, el posadero, el dinero, la promesa de mantenerse mutuamente
informados (cf. Lucas 10,34-35): todo esto nos hace pensar en el ministerio
de los sacerdotes; en la labor de los agentes sanitarios y sociales; en el
compromiso de los familiares y de los voluntarios, gracias a los cuales, cada
día, en todas las partes del mundo, el bien se opone al mal.
Los años de la pandemia han aumentado nuestro sentimiento de gratitud hacia quienes trabajan cada día por la salud y la investigación. Pero, de una tragedia colectiva tan grande, no basta salir honrando a unos héroes. El COVID-19 puso a dura prueba esta gran red de capacidades y de solidaridad, y mostró los límites estructurales de los actuales sistemas de bienestar. Por tanto, es necesario que la gratitud vaya acompañada de una búsqueda activa, en cada país, de estrategias y de recursos, para que a todos los seres humanos se les garantice el acceso a la asistencia y el derecho fundamental a la salud.
«Cuida de él» (Lucas 10,35) es la recomendación del
samaritano al posadero. Jesús nos lo repite también a cada uno de nosotros, y
al final nos exhorta: «Anda y haz tú lo mismo». Como subrayé en Fratelli tutti,
«la parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a
partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no
dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y
levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común» (n. 67). En
realidad, «hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor.
No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor» (n. 68).
El 11 de febrero de 2023, miremos también al Santuario de
Lourdes como una profecía, una lección que se encomienda a la Iglesia en el
corazón de la modernidad. No vale solamente lo que funciona, ni cuentan
solamente los que producen. Las personas enfermas están en el centro del
pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad en la
que todos son valiosos y nadie debe ser descartado.
Encomiendo a la intercesión de María, Salud de los enfermos,
a cada uno de ustedes, que se encuentran enfermos; a quienes se encargan de
atenderlos —en el ámbito de la familia, con su trabajo, en la investigación o
en el voluntariado—; y a quienes están comprometidos en forjar vínculos
personales, eclesiales y civiles de fraternidad. A todos les envío cordialmente
mi Bendición Apostólica. Roma, San Juan
de Letrán, 10 de enero de 2023 Francisco