22 de febrero 2023. Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 5. El protagonista del anuncio: el Espíritu Santo. Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
En nuestro itinerario de catequesis sobre la pasión de evangelizar reflexionamos hoy sobre las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Santo Espíritu» (Mateo 28, 19).
Y en ese momento desaparece
el miedo y con su fuerza esos pescadores, en su mayoría analfabetos, cambiarán
el mundo. “Pero si no saben hablar…”. Pero es la palabra del Espíritu, la
fuerza del Espíritu que les lleva adelante para cambiar el mundo. El anuncio del Evangelio, por tanto, se
realiza sólo en la fuerza del Espíritu, que precede a los misioneros y
prepara los corazones: Él es “el motor de la evangelización”.
Lo
descubrimos en los Hechos de los Apóstoles, donde en cada página se ve que el
protagonista del anuncio no es Pedro, Pablo, Esteban o Felipe, sino el Espíritu
Santo. También en los Hechos se relata un momento neurálgico de los inicios de
la Iglesia, que también nos puede decir mucho a nosotros. Entonces, como hoy,
junto a las consolaciones no faltaron las tribulaciones —momentos buenos y
momentos no tan buenos—, las alegrías se acompañaban de las preocupaciones,
ambas cosas.
Una
en particular: cómo comportarse con los paganos que se acercaban a la fe, con los
que no pertenecían al pueblo judío, por ejemplo. ¿Estaban o no obligados a observar las
prescripciones de la Ley mosaica? No era un asunto menor para aquella gente. Se
forman así dos grupos, entre los que creían que la observancia de la Ley era
irrenunciable y los que no. Para discernir, los Apóstoles se reúnen en lo que
se llama el “concilio de Jerusalén”, el primero de la historia. ¿Cómo resolver
el dilema? Se podría haber buscado un buen acuerdo entre tradición e
innovación: algunas normas se observan y otras se ignoran.
Sin
embargo, los Apóstoles no siguen esta sabiduría humana para buscar un
equilibrio diplomático entre una y otra, no siguen esto, sino que se adaptan a la obra del Espíritu que les había anticipado,
descendiendo tanto sobre los paganos como sobre ellos.
Y
por eso, quitando casi toda obligación ligada a la Ley, comunican las
decisiones finales, tomadas —y escriben así—: “el Espíritu Santo y nosotros”
(cf. Hechos 15,28), hemos decidido, el Espíritu Santo con nosotros, así actúan
siempre los Apóstoles. Juntos, sin dividirse, a pesar de tener sensibilidades y
opiniones diferentes, escuchan al Espíritu. Y Él enseña una cosa, que también
es válida hoy: toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con
Jesús, toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con Jesús.
Podríamos decir que la histórica decisión del primer Concilio, de la que
también nosotros nos beneficiamos, estuvo movida por un principio, el principio
del anuncio: en la Iglesia todo debe ser conforme a las exigencias del anuncio
del Evangelio; no a las opiniones de los conservadores o los progresistas, sino
al hecho de que Jesús llegue a la vida de las personas.
Por
tanto, toda opción, todo uso, toda estructura, toda tradición debe ser evaluada
en la medida en que favorezca el anuncio de Cristo. Cuando se encuentran
decisiones en la Iglesia, por ejemplo, divisiones ideológicas: “Yo soy
conservador porque… yo soy progresista porque…”. ¿Pero dónde está el Espíritu
Santo? Estad atentos que el Evangelio no es una idea, el Evangelio no es una
ideología:
el Evangelio es un anuncio que toca el corazón y te cambia el
corazón, pero si tú te refugias en una idea, en una ideología ya sea de
derechas, ya sea de izquierdas, o de centro, tú estás haciendo del Evangelio un
partido político, una ideología, un club de gente. El Evangelio siempre te da esta libertad del Espíritu que actúa en ti y
te lleva adelante. Y qué necesario es hoy tomar de la mano la libertad del
Evangelio y dejarse llevar adelante por el Espíritu.
Así
el Espíritu ilumina el camino de la Iglesia, siempre. En efecto, no es sólo la
luz de los corazones, es la luz que orienta a la Iglesia: esclarece, ayuda a
distinguir, ayuda a discernir. Por eso es necesario invocarlo a menudo;
hagámoslo también hoy, al comienzo de la Cuaresma. Porque como Iglesia podemos
tener tiempos y espacios bien definidos, comunidades, institutos y movimientos
bien organizados, pero sin el Espíritu todo queda sin alma.
La
organización no basta: es el Espíritu
que da vida a la Iglesia. Si la Iglesia no le reza y no le invoca, se encierra
en sí misma, en debates estériles y agotadores, en fatigosas
polarizaciones, mientras se apaga la llama de la misión. Es muy triste ver a la
Iglesia como si fuera un parlamento; no, la Iglesia es otra cosa. La Iglesia es
la comunidad de hombres y mujeres que creen y anuncian a Jesucristo, pero
movidos por el Espíritu Santo, no por las propias razones. Sí, se usa la razón,
pero viene el Espíritu a iluminarla y a moverla.
El
Espíritu nos hace salir, nos empuja a anunciar la fe para confirmarnos en la
fe, nos empuja a ir en misión para encontrar quién somos. Por eso el apóstol
Pablo recomienda: «No extingáis el Espíritu» (1 Tesalonicenses 5,19), no
extingáis el Espíritu. Recemos a menudo al Espíritu, invoquémoslo, pidámosle
cada día que encienda en nosotros su luz. Hagámoslo antes de cada encuentro,
para convertirnos en apóstoles de Jesús con las personas que encontremos. No
extingáis el Espíritu en las comunidades cristianas y tampoco dentro de cada
uno de nosotros.
Queridos
hermanos y hermanas, partimos y volvemos a partir, como Iglesia, desde el
Espíritu Santo. «Sin duda es importante que en nuestras programaciones
pastorales partamos de encuestas sociológicas, de análisis, de la lista de las
dificultades, de la lista de expectativas y quejas. Sin embargo, es mucho más
importante partir de las experiencias del Espíritu: este es el verdadero punto
de partida. Y por eso es necesario buscarlas, enumerarlas, estudiarlas,
interpretarlas.
Es
un principio fundamental que, en la vida espiritual, se llama primado de la
consolación sobre la desolación. Primero está el Espíritu que consuela,
reanima, ilumina, mueve; después vendrá también la desolación, el sufrimiento,
la oscuridad, pero el principio para regularse en la oscuridad es la luz del
Espíritu» (C.M. Martini, Evangelizar en la consolación del Espíritu, 25 de
septiembre 1997). Este es el principio
para regularse en las cosas que no se entienden, en las confusiones, también en
tantas oscuridades, es importante.
Tratemos
de preguntarnos si nos abrimos a esta luz, si le damos espacio: ¿yo invoco al
Espíritu? Cada uno se responda dentro. ¿Cuántos de nosotros rezamos al
Espíritu? “No, padre, yo rezo a la Virgen, rezo a los santos, rezo a Jesús,
pero a veces, rezo el Padre Nuestro, rezo al Padre” – “¿Y al Espíritu?” ¿Tú no
rezas al Espíritu, que es lo que te hace mover el corazón, que te lleva
adelante, te lleva la consolación, te lleva adelante las ganas de evangelizar y
de hacer misión?
Os dejo esta pregunta: ¿Yo rezo al Espíritu Santo? ¿Me dejo orientar por Él, que me invita a no
cerrarme sino a llevar a Jesús, a testimoniar el primado de la consolación
de Dios sobre la desolación del mundo? Que la Virgen, que ha entendido bien
esto, nos ayude a entenderlo. Fuente e Imagen de Vatican. Va. Copyright