4 de junio 2023. “El gesto de la señal de la Cruz” Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy,
Solemnidad de la Santísima Trinidad, el Evangelio está tomado del diálogo de
Jesús con Nicodemo (cfr. Juan 3,16-18). Nicodemo era un miembro del Sanedrín,
apasionado por el misterio de Dios; reconoce en Jesús a un maestro divino y,
por la noche, a escondidas, va a hablar con Él.
Jesús lo escucha y comprende
que es un hombre que está en un proceso de búsqueda. Entonces, primero lo
sorprende, respondiéndole que para entrar en el Reino de Dios es preciso
renacer; y después le desvela el corazón del misterio diciéndole que Dios ha
amado tanto a la humanidad que ha enviado a su Hijo al mundo. Jesús, el Hijo,
nos habla del Padre y de su inmenso amor.
Padre e Hijo. Es una imagen familiar que, si lo
pensamos, echa por tierra nuestro imaginario sobre Dios. Efectivamente, la palabra “Dios”
nos sugiere una realidad singular, majestuosa y distante, mientras que oír
hablar de un Padre y un Hijo nos reconduce a casa. Sí, podemos pensar en Dios a
través de la imagen de una familia reunida en torno a la mesa donde se comparte
la vida. Por lo demás, la mesa, que al mismo tiempo es altar, es un símbolo
junto al que ciertos iconos representan a la Trinidad. Es una imagen que nos
habla de un Dios comunión. Padre, Hijo y Espíritu Santo: comunión.
¡Pero no es
solo una imagen, es realidad! Es realidad porque el Espíritu Santo, el Espíritu
que el Padre mediante Jesús ha infundido en nuestros corazones (cfr. Gálatas
4,6) nos hace gustar, nos hace experimentar la presencia de Dios: presencia
siempre cercana, compasiva y tierna. El
Espíritu Santo hace con nosotros como Jesús con Nicodemo: nos introduce en el
misterio del nuevo nacimiento -el nacimiento de la fe, de la vida
cristiana-, nos desvela el corazón del Padre y nos hace partícipes de la vida
misma de Dios.
La
invitación que nos dirige, podríamos decir, es la de sentarnos a la mesa con
Dios para compartir su amor. Esta es la imagen. Esto es lo que sucede en cada
Misa, en el altar de la mesa eucarística, donde Jesús se ofrece al Padre y se
ofrece por nosotros. Sí, así es, hermanos y hermanas, nuestro Dios es comunión
de amor, y así nos lo ha revelado Jesús. ¿Y saben qué podemos hacer para
recordarlo?
El gesto
más simple, que hemos aprendido de niños: la señal de la cruz. Con el gesto más
simple, con esta señal de la cruz,
trazando la cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos cuánto nos ha amado Dios,
hasta dar la vida por nosotros; y nos repetimos que su amor nos envuelve
completamente, de arriba abajo, de izquierda a derecha, como un abrazo que no
nos abandona nunca. Al mismo tiempo, nos comprometemos a testimoniar a
Dios-amor, creando comunión en su nombre. Ahora, cada uno de nosotros, y todos
juntos, hagamos la señal de la cruz [hace la señal de la cruz].
De este
modo, hoy podemos preguntarnos:
¿testimoniamos a Dios-amor? ¿O bien Dios-amor se ha convertido para
nosotros en un concepto, algo que ya hemos escuchado pero que ya no nos mueve y
ya no provoca la vida? Si Dios es amor,
¿nuestras comunidades lo testimonian? ¿Nuestras comunidades saben amar? Y
nuestra familia, ¿sabemos amar en familia?
¿Tenemos siempre la puerta abierta,
sabemos acoger a todos, y subrayo a todos, acoger como hermanos y hermanas?
¿Ofrecemos a todos el alimento del perdón de Dios y el vino de la alegría
evangélica? ¿Se respira aire de casa, o
nos parecemos más a una oficina o a un lugar reservado donde solo entran los
elegidos? Dios es amor, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y ha dado la
vida por nosotros, por eso hacemos la señal de la cruz.
Que María
nos ayude a vivir la Iglesia como una casa en la que se ama de manera familiar,
para gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Fuente e Imagen de Vatican. Va. Copyright.