LA MISIÓN DE JESUCRISTO ES SALVAR
Nuestra fe proclama que creemos en Jesucristo, quien es el único de Dios. Que vino una misión exclusiva. “Salvar la humanidad”. El apóstol y evangelista Juan describe sintéticamente la misión de Jesús de Nazareth: «El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo» (1 Juan 4, 14). «Él se manifestó para quitar los pecados» (1 Juan 3, 5).
De tal manera que todas las palabras, acciones y sentimientos del Maestro siempre apuntan a extender la mano por las personas, a ofrecer salvación, a perdonar pecados, a abrir puertas de salvación. La misericordia de Dios ante la naturaleza humana es desbordante. Todos los milagros del Señor patentan la bondad eterna de Dios.
Basta recordar una serie de milagros para darnos cuenta que en todos prevalece la preocupación de Dios por ofrecerle una alternativa de vida y salud a cada ser humano. El capítulo 8 del Evangelio según san Mateo hasta su capítulo 9 nos permite descubrir cómo Dios ofrece igualdad para una sociedad, sana un leproso que era excluido. Permite que un centurión romano presente su propuesta de salvación. La suegra del apóstol Pedro recibe sanación y su respuesta es el servicio a los demás.
Los apóstoles descubren el poder de Dios ante la tempestad calmada. Los endemoniados se rinden ante el poder del Hijo de Dios. Un paralítico recibe el perdón de los pecados, y los maestros de la ley creen que Jesús se está burlando de Dios. Una mujer que padecía de hemorragias descubre el secreto de su salvación: llegó muy cerca de Dios.
Un jefe de los judíos llamado Jairo, logra que su hija se salve: el Maestro le devuelve la vida. Dos ciegos recuperan su visión gracias a la propuesta de Jesucristo: “Que se cumpla de acuerdo a lo que ustedes creen”. Todos se maravillan del poder de Dios.
El Papa Francisco enseña que la misericordia de Dios supera cada barrera y la mano de Jesús toca al leproso. Él no pone una distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio por nuestro mal.
Y así justamente nuestro mal se vuelve
el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros la humanidad enferma y
nosotros de Él su humanidad sana y que cura. (cfr. Ángelus, 15 de febrero, 2015).
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