He
organizado algunos apuntes tomados de las catequesis del Papa Francisco sobre
el tema de la pasión por la evangelización, desde el 11 de enero hasta el 26 de
abril del año 2023. Creo que con estos criterios se puede renovar y organizar
el verdadero espíritu de nuestro apostolado eclesial. Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué.
SOMOS LLAMADOS PARA UN APOSTOLADO
La pasión por la evangelización o,
dicho de otro modo, el celo apostólico. Una dimensión esencial de la Iglesia es
ser misionera, salir a irradiar a todos la luz del mensaje evangélico. Cuando esta dimensión se pierde, la
comunidad se enferma, se cierra en sí misma y se atrofia. Son los
cristianos atrofiados.
La comunidad de los
discípulos de Jesús de hecho nace apostólica, nace misionera, no proselitista y desde el
principio debíamos distinguir esto: ser misionero, ser apostólico, evangelizar
no es lo mismo que hacer proselitismo, no tiene nada que ver una cosa con la
otra.
Un buen ejemplo de llamado a cumplir
un apostolado es san Mateo (9, 9-13). A
pesar de las miserias y lo que hacía el evangelista en su momento, a Jesucristo
le interesa mucho el apostolado que va a cumplir: “Jesús no se detiene en
los adjetivos, Jesús busca siempre el sustantivo. “Este es un pecador, este es
un tal para cual…” son adjetivos: Jesús va a la persona, al corazón, esta es
una persona, este es un hombre, esta es una mujer, Jesús va a la sustancia, al sustantivo, nunca al adjetivo, olvida
los adjetivos. Y mientras entre Mateo y su gente hay distancia ―porque ellos
veían el adjetivo, “publicano” ―, Jesús se acerca a él, porque todo hombre es
amado por Dios.
Lo
primero que hace Jesús es separar a Mateo del poder: del estar sentado
recibiendo a los otros le pone en movimiento hacia los otros; no recibe, no: va
a los otros; le hace dejar una posición de supremacía para ponerlo a la par con los hermanos y abrirle los horizontes del
servicio. Esto hace y esto es fundamental para los cristianos: nosotros
discípulos de Jesús, nosotros Iglesia, ¿estamos sentados esperando que la gente
venga o sabemos levantarnos, ponernos en camino con los otros, buscar a los otros?
JESUCRISTO ES EL MODELO DEL ANUNCIO
EN LA EVANGELIZACIÓN
El modelo insuperable del anuncio:
Jesús.
Jesús
descubre el sentido de su ser hombre, de su existencia en el mundo porque Él
está en misión por nosotros, enviado por el Padre a nosotros.
para
valorar nuestra pastoral, debemos compararnos con el modelo, compararse con
Jesús, Jesús buen Pastor. En primer lugar, podemos preguntarnos: ¿lo
imitamos bebiendo de las fuentes de la oración, para que nuestro corazón esté
en sintonía con el suyo? La intimidad con Él es, como sugería el bonito volumen
del abad Chautard, «el alma de todo apostolado». Jesús mismo lo dijo claramente
a sus discípulos: «separados de mí no podéis hacer nada» (Juan 15,5).
Si
queremos entrenar el celo apostólico, el capítulo 15 de Lucas hay que tenerlo
siempre presente. Leedlo a menudo, ahí podemos entender qué es el celo
apostólico. Ahí descubrimos que Dios no está para contemplar el recinto de sus
ovejas y tampoco las amenaza para que no se vayan. Más bien, si una sale y se
pierde, no la abandona, sino que la busca. No dice: “¡Se ha ido, culpa suya,
asunto suyo!”. El corazón pastoral
reacciona de otra manera: el corazón pastoral sufre, el corazón pastoral
arriesga.
Jesús anunció el Reino
de Dios con gestos y palabras, pero sobre todo con la propia vida. Él es el Buen Pastor que no se
conforma con cuidar a las ovejas que están en el rebaño; sino que, sin medir
los sacrificios, va en busca de las que están alejadas y están perdidas.
Jesús lee un pasaje del profeta Isaías (cfr.
61,1-2) y después sorprende a todos con una “predicación” muy breve, de una sola frase, una sola frase. Y dice
así: «Esta escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lucas 4, 21).
Esta fue la predicación de Jesús.
El primer elemento es
la alegría. Jesús proclama: «El Espíritu del Señor sobre mí, […] me ha enviado para anunciar a los
pobres la Buena Nueva» (v. 18), es decir un anuncio de leticia, de alegría.
Buena Nueva: no se puede hablar de Jesús sin alegría, porque la fe es una
estupenda historia de amor para compartir.
El segundo elemento es
la liberación. Jesús
dice que ha sido enviado «a proclamar la liberación a los cautivos». Esto
significa que quien anuncia a Dios no puede hacer proselitismo, no, no puede
presionar a los otros, sino aligerarlos: no imponer pesos, sino aliviar de
ellos; llevar paz, no llevar sentimientos de culpa.
El tercer elemento es
la luz. Jesús dice
que ha venido a traer «la vista a los ciegos» La vida depende del amor, del
amor del Padre, que cuida de nosotros, sus hijos amados. ¡Qué hermoso es
compartir con los otros esta luz! ¿Habéis pensado que la vida de cada uno de
nosotros ―mi vida, tu vida, nuestra vida― es un gesto de amor? ¿Es una
invitación al amor?
El cuarto elemento es
la sanación. Jesús dice que ha venido «para dar libertad a
los oprimidos». Oprimido es quien en la vida se siente aplastado por algo que
sucede: enfermedades, fatigas, angustias, sentimientos de culpa, errores,
vicios, pecados.
La buena noticia es
que con Jesús este mal antiguo, el pecado, que parece invencible, ya no tiene
la última palabra.
Yo puedo pecar porque soy débil. Cada uno de nosotros puede hacerlo, pero esta
no es la última palabra. La última palabra es la mano tendida de Jesús que nos
levanta del pecado.
Otra
cuestión a considerar es que los destinatarios del Evangelio son los pobres.
Pensemos en ellos y recordemos que, para acoger al Señor, todos tenemos que ser
“interiormente pobres”, es decir, no creernos autosuficientes, sino más bien
necesitados de Dios y de su gracia.
EL PRIMER APOSTOLADO
Pasión por la Evangelización
El Evangelio dice que Jesús «instituyó a Doce —
que llamó apóstoles—, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar»
(Marcos 3,14), dos cosas: para que
estuvieran con Él y para enviarlos a predicar. Hay un aspecto que parece
contradictorio: los llama para que estén con Él y para que vayan a predicar. Se
podría decir: o una cosa o la otra, o estar o ir. En cambio, no: para Jesús no
hay ir sin estar y no hay estar sin ir. No es fácil entender esto, pero es así.
En
primer lugar, no hay ir sin estar: antes de enviar a los discípulos en
misión, Cristo —dice el Evangelio— los “llamó” (cfr. Mt 10,1). El anuncio nace del encuentro con el Señor;
toda actividad cristiana, sobre todo la misión, empieza ahí. No se aprende
en una academia: ¡no! Empieza por el encuentro con el Señor. Testimoniarlo, de
hecho, significa irradiarlo; pero, si no recibimos su luz, estaremos apagados;
si no lo frecuentamos, llevaremos nosotros mismos a los demás en vez de a él.
Tras llamar a los discípulos y antes
de enviarlos, Cristo les dirige un discurso, conocido como “discurso misionero” —así se llama en el
Evangelio. Se encuentra en el capítulo 10 del Evangelio de Mateo y es como la
“constitución” del anuncio.
Por
qué anunciar. La motivación está en cinco palabras de Jesús que nos hará bien
recordar: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis». Son cinco palabras. ¿Pero
por qué anunciar? Porque gratuitamente yo he recibido y debo dar gratuitamente.
El anuncio no parte de nosotros, sino de la belleza de lo que hemos recibido
gratis, sin mérito: encontrar a Jesús, conocerlo, descubrir que somos amados y
salvados.
¿Qué
anunciar? Jesús dice: «Id proclamando que el Reino de los cielos está cerca»
(v. 7). Esto es lo que hay que decir, ante todo y siempre: Dios está cerca.
Pero, nunca olvidemos esto: Dios siempre está cerca del pueblo, Él mismo lo
dijo al pueblo. Dijo así: “Mirad, ¿qué Dios está cerca de las Naciones como yo
estoy cerca de vosotros?”. La cercanía es una de las cosas más importantes de
Dios. Son tres cosas importantes: cercanía, misericordia y ternura.
¿Cómo
anunciar? Es el aspecto sobre el cuál Jesús se explaya más: cómo anunciar,
cuál es el método, cuál debe ser el lenguaje para anunciar. Es significativo:
nos dice que la forma, el estilo es
esencial en el testimonio. El testimonio no involucra solamente la mente y
decir alguna cosa, los conceptos: no. Involucra todo, mente, corazón, manos,
todo, los tres lenguajes de la persona: el lenguaje del pensamiento, el
lenguaje del afecto y el lenguaje de la acción.
«Id, pues,
y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Santo Espíritu» (Mt 28, 19).
Sólo gracias a Él, al Espíritu Santo, que se
puede recibir la misión de Cristo y llevarla adelante (cfr. Juan 20, 21-22)
El anuncio
del Evangelio, por tanto, se realiza sólo
en la fuerza del Espíritu, que precede a los misioneros y prepara los
corazones: Él es “el motor de la evangelización”.
Lo
descubrimos en los Hechos de los Apóstoles, donde en cada página se ve que el
protagonista del anuncio no es Pedro, Pablo, Esteban o Felipe, sino el Espíritu
Santo. También en los Hechos se relata un momento neurálgico de los inicios de
la Iglesia, que también nos puede decir mucho a nosotros.
“El
Espíritu Santo y nosotros” (cf. Hechos 15, 28), hemos decidido, el Espíritu Santo con nosotros, así actúan siempre
los Apóstoles. Juntos, sin dividirse, a pesar de tener sensibilidades y
opiniones diferentes, escuchan al Espíritu. Y Él enseña una cosa, que también
es válida hoy: toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con
Jesús, toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con Jesús.
La organización no basta: es el Espíritu que da
vida a la Iglesia.
Si la Iglesia no le reza y no le invoca, se encierra en sí misma, en debates
estériles y agotadores, en fatigosas polarizaciones, mientras se apaga la llama
de la misión. Es muy triste ver a la
Iglesia como si fuera un parlamento; no, la Iglesia es otra cosa.
La Iglesia
invoca al Espíritu Santo para que la oriente, le ayude a discernir sus
proyectos pastorales y la impulse a salir por el mundo transmitiendo con
alegría el anuncio de la fe.
El
evangelizador, de hecho, transmite
siempre lo que él mismo o ella misma ha recibido. San Pablo lo escribió
primero: el evangelio que él anunciaba y que las comunidades recibían y en el
cual permanecían firmes es el mismo que el Apóstol recibió a su vez (cfr. 1 Corintios
15, 1-3).
Lo
fundamental es la fuerza que el Espíritu te da para anunciar la verdad de
Jesucristo, para anunciar el Evangelio. Las otras cosas son secundarias.
«la Iglesia
debe caminar, por moción del Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, por el
mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la
obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la
que salió victorioso por su resurrección» (Ad Gentes, 5)
«Cada uno
de los bautizados —dice la Evangelii Gaudium— cualquiera que sea su función en
la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador» (Exhortación. Apostólica, Evangelii Gaudium,
120).
Si tú no evangelizas, si tú no das testimonio, si tú no
das ese testimonio del Bautismo que has recibido, de la fe que el Señor te ha
dado, tú no eres un buen cristiano.
La
evangelización es un servicio. Si una persona se dice evangelizador y no tiene
esa actitud, ese corazón de servidor, y se cree patrón, no es un evangelizador,
no… es un pobre hombre.
DEBEMOS SER APÓSTOLES EN UNA IGLESIA APOSTÓLICA.
estamos
llamados a ser apóstoles —es decir, enviados— en una Iglesia que en el Credo
profesamos como apostólica.
Por tanto, ¿qué significa ser apóstoles? Significa ser
enviado para una misión. Ejemplar y fundacional es el acontecimiento en el
que Cristo Resucitado manda a sus apóstoles al mundo, transmitiéndoles el poder
que Él mismo ha recibido del Padre y donándoles su Espíritu. Leemos en el
Evangelio de Juan: «Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. Como el
Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo”» (Juan 20, 21-22).
San Pablo
en sus cartas se presenta así: «Pablo, llamado a ser apóstol», es decir,
enviado, (1 Corintios 1, 1) y también: «Pablo, siervo de Cristo, apóstol
enviado por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Romanos 1, 1). E
insiste en el hecho de ser «apóstol, no
de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y
Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos» (Gálatas 1, 1);
También los
laicos, hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de
Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la
Iglesia y en el mundo» (Decreto. Apostolicam actuositatem, 2).
El que está
encima manda a los otros porque ha logrado trepar, esto no es cristianismo.
Esto es paganismo puro. La vocación
cristiana no es una promoción para ir hacia arriba, ¡no! Es otra cosa.
¿Quién tiene más dignidad en la Iglesia: ¿el obispo, el sacerdote? No…
todos somos cristianos al servicio de los demás. ¿Quién es más importante en la
Iglesia: ¿la monja o la persona común, bautizada, el niño, el obispo…? Todos
son iguales, somos iguales y cuando una de las partes se cree más importante
que los otros y levanta un poco la barbilla, se equivoca.
La tarea
apostólica, es común a todos los bautizados, y cada uno la lleva adelante de
manera activa y creativa, según los dones y los carismas que ha recibido.
MODELOS DEL BUEN APOSTOLADO
La historia
de Pablo de Tarso es emblemática sobre este argumento. En el primer capítulo de
la Carta los Gálatas, así como en la narración de los Hechos de los Apóstoles,
podemos detectar que su celo por el Evangelio aparece después de su conversión,
y toma el lugar de su precedente celo por el judaísmo. Era un hombre celante
por la ley de Moisés, por el judaísmo y después de la conversión este celo
continúa, pero para proclamar, para predicar a Jesucristo. Pablo era un
enamorado de Jesús.
Santo Tomás de Aquino enseña que la pasión,
desde el punto de vista moral, no es ni buena ni mala: su uso virtuoso la hace moralmente
buena, el pecado la hace mala. En el caso de Pablo, lo que le ha cambiado no es
una simple idea o una convicción: ha sido el encuentro con el Señor resucitado
—no olvidéis esto, lo que cambia una
vida es el encuentro con el Señor—, para Saulo ha sido el encuentro con el
Señor resucitado lo que ha transformado todo su ser. La humanidad de Pablo, su
pasión por Dios y su gloria no es aniquilada, sino transformada, “convertida”
por el Espíritu Santo.
La pasión por el Evangelio no es una cuestión
de comprensión o de estudios, que también son necesarios, pero no la generan; significa más bien
recorrer esa misma experiencia de “caída y resurrección” que Saulo/Pablo vivió
y que está en el origen de la transfiguración de su impulso apostólico.
TAMBIÉN SON
TESTIGOS LOS MÁRTIRES
hombres y
mujeres de todas las edades, lenguas y naciones que han dado la vida por
Cristo, que han derramado la sangre por confesar a Cristo. Después de la
generación de los Apóstoles, han sido ellos, por excelencia, los “testigos” del
Evangelio. Los mártires: el primero fue
el diácono san Esteban, lapidado fuera de las murallas de Jerusalén.
Los
mártires no deben ser vistos como “héroes” que han actuado individualmente,
como flores que han brotado en un desierto, sino como frutos maduros y
excelentes de la viña del Señor,
Los
mártires, imitando a Jesús y con su gracia, convierten la violencia de quien rechaza el anuncio en una ocasión
suprema de amor, que llega hasta el perdón de los propios verdugos.
Hay otro
gran testimonio que atraviesa la historia de la fe: el de las monjas y los
monjes, hermanas y hermanos que renuncian
a sí mismos, renuncian al mundo para imitar a Jesús en el camino de la
pobreza, la castidad y la obediencia y para interceder a favor de todos. Sus
vidas hablan de sí, pero nosotros podríamos preguntarnos: ¿cómo puede la gente
que vive en un monasterio ayudar al anuncio del Evangelio?
Los monjes son el corazón palpitante del
anuncio, su oración
es oxígeno para todos los miembros del Cuerpo de Cristo, su oración es la
fuerza invisible que sostiene la misión. No es casualidad que la patrona de las
misiones sea una monja, santa Teresa del Niño Jesús.