24 de junio de 2023

PASIÓN POR LA EVANGELIZACIÓN


24 de junio 2023
.  PASIÓN POR LA EVANGELIZACIÓN. EL CELO APOSTÓLICO.
He organizado algunos apuntes tomados de las catequesis del Papa Francisco sobre el tema de la pasión por la evangelización, desde el 11 de enero hasta el 26 de abril del año 2023. Creo que con estos criterios se puede renovar y organizar el verdadero espíritu de nuestro apostolado eclesial. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué. 
 
SOMOS LLAMADOS PARA UN APOSTOLADO
            La pasión por la evangelización o, dicho de otro modo, el celo apostólico. Una dimensión esencial de la Iglesia es ser misionera, salir a irradiar a todos la luz del mensaje evangélico. Cuando esta dimensión se pierde, la comunidad se enferma, se cierra en sí misma y se atrofia. Son los cristianos atrofiados.
 
La comunidad de los discípulos de Jesús de hecho nace apostólica, nace misionera, no proselitista y desde el principio debíamos distinguir esto: ser misionero, ser apostólico, evangelizar no es lo mismo que hacer proselitismo, no tiene nada que ver una cosa con la otra.
 
            Un buen ejemplo de llamado a cumplir un apostolado es san Mateo (9, 9-13). A pesar de las miserias y lo que hacía el evangelista en su momento, a Jesucristo le interesa mucho el apostolado que va a cumplir: “Jesús no se detiene en los adjetivos, Jesús busca siempre el sustantivo. “Este es un pecador, este es un tal para cual…” son adjetivos: Jesús va a la persona, al corazón, esta es una persona, este es un hombre, esta es una mujer, Jesús va a la sustancia, al sustantivo, nunca al adjetivo, olvida los adjetivos. Y mientras entre Mateo y su gente hay distancia ―porque ellos veían el adjetivo, “publicano” ―, Jesús se acerca a él, porque todo hombre es amado por Dios.
 
            Lo primero que hace Jesús es separar a Mateo del poder: del estar sentado recibiendo a los otros le pone en movimiento hacia los otros; no recibe, no: va a los otros; le hace dejar una posición de supremacía para ponerlo a la par con los hermanos y abrirle los horizontes del servicio. Esto hace y esto es fundamental para los cristianos: nosotros discípulos de Jesús, nosotros Iglesia, ¿estamos sentados esperando que la gente venga o sabemos levantarnos, ponernos en camino con los otros, buscar a los otros?
 
JESUCRISTO ES EL MODELO DEL ANUNCIO
EN LA EVANGELIZACIÓN
 
            El modelo insuperable del anuncio: Jesús.
Jesús descubre el sentido de su ser hombre, de su existencia en el mundo porque Él está en misión por nosotros, enviado por el Padre a nosotros.
 
            para valorar nuestra pastoral, debemos compararnos con el modelo, compararse con Jesús, Jesús buen Pastor. En primer lugar, podemos preguntarnos: ¿lo imitamos bebiendo de las fuentes de la oración, para que nuestro corazón esté en sintonía con el suyo? La intimidad con Él es, como sugería el bonito volumen del abad Chautard, «el alma de todo apostolado». Jesús mismo lo dijo claramente a sus discípulos: «separados de mí no podéis hacer nada» (Juan 15,5).
 
            Si queremos entrenar el celo apostólico, el capítulo 15 de Lucas hay que tenerlo siempre presente. Leedlo a menudo, ahí podemos entender qué es el celo apostólico. Ahí descubrimos que Dios no está para contemplar el recinto de sus ovejas y tampoco las amenaza para que no se vayan. Más bien, si una sale y se pierde, no la abandona, sino que la busca. No dice: “¡Se ha ido, culpa suya, asunto suyo!”. El corazón pastoral reacciona de otra manera: el corazón pastoral sufre, el corazón pastoral arriesga.
 
Jesús anunció el Reino de Dios con gestos y palabras, pero sobre todo con la propia vida. Él es el Buen Pastor que no se conforma con cuidar a las ovejas que están en el rebaño; sino que, sin medir los sacrificios, va en busca de las que están alejadas y están perdidas.
 

JESUCRISTO ES EL MAESTRO DEL ANUNCIO
 
Jesús lee un pasaje del profeta Isaías (cfr. 61,1-2) y después sorprende a todos con una “predicación” muy breve, de una sola frase, una sola frase. Y dice así: «Esta escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lucas 4, 21). Esta fue la predicación de Jesús. 
 
El primer elemento es la alegría. Jesús proclama: «El Espíritu del Señor sobre mí, […] me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (v. 18), es decir un anuncio de leticia, de alegría. Buena Nueva: no se puede hablar de Jesús sin alegría, porque la fe es una estupenda historia de amor para compartir.
 
El segundo elemento es la liberación. Jesús dice que ha sido enviado «a proclamar la liberación a los cautivos». Esto significa que quien anuncia a Dios no puede hacer proselitismo, no, no puede presionar a los otros, sino aligerarlos: no imponer pesos, sino aliviar de ellos; llevar paz, no llevar sentimientos de culpa.
 
El tercer elemento es la luz. Jesús dice que ha venido a traer «la vista a los ciegos» La vida depende del amor, del amor del Padre, que cuida de nosotros, sus hijos amados. ¡Qué hermoso es compartir con los otros esta luz! ¿Habéis pensado que la vida de cada uno de nosotros ―mi vida, tu vida, nuestra vida― es un gesto de amor? ¿Es una invitación al amor?
El cuarto elemento es la sanación.  Jesús dice que ha venido «para dar libertad a los oprimidos». Oprimido es quien en la vida se siente aplastado por algo que sucede: enfermedades, fatigas, angustias, sentimientos de culpa, errores, vicios, pecados.
 
La buena noticia es que con Jesús este mal antiguo, el pecado, que parece invencible, ya no tiene la última palabra. Yo puedo pecar porque soy débil. Cada uno de nosotros puede hacerlo, pero esta no es la última palabra. La última palabra es la mano tendida de Jesús que nos levanta del pecado.
 
            Otra cuestión a considerar es que los destinatarios del Evangelio son los pobres. Pensemos en ellos y recordemos que, para acoger al Señor, todos tenemos que ser “interiormente pobres”, es decir, no creernos autosuficientes, sino más bien necesitados de Dios y de su gracia.
 
EL PRIMER APOSTOLADO
Pasión por la Evangelización
 
El Evangelio dice que Jesús «instituyó a Doce — que llamó apóstoles—, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar» (Marcos 3,14), dos cosas: para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar. Hay un aspecto que parece contradictorio: los llama para que estén con Él y para que vayan a predicar. Se podría decir: o una cosa o la otra, o estar o ir. En cambio, no: para Jesús no hay ir sin estar y no hay estar sin ir. No es fácil entender esto, pero es así.
 
            En primer lugar, no hay ir sin estar: antes de enviar a los discípulos en misión, Cristo —dice el Evangelio— los “llamó” (cfr. Mt 10,1). El anuncio nace del encuentro con el Señor; toda actividad cristiana, sobre todo la misión, empieza ahí. No se aprende en una academia: ¡no! Empieza por el encuentro con el Señor. Testimoniarlo, de hecho, significa irradiarlo; pero, si no recibimos su luz, estaremos apagados; si no lo frecuentamos, llevaremos nosotros mismos a los demás en vez de a él.
 
            Tras llamar a los discípulos y antes de enviarlos, Cristo les dirige un discurso, conocido como “discurso misionero” —así se llama en el Evangelio. Se encuentra en el capítulo 10 del Evangelio de Mateo y es como la “constitución” del anuncio.
 
            Por qué anunciar. La motivación está en cinco palabras de Jesús que nos hará bien recordar: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis». Son cinco palabras. ¿Pero por qué anunciar? Porque gratuitamente yo he recibido y debo dar gratuitamente. El anuncio no parte de nosotros, sino de la belleza de lo que hemos recibido gratis, sin mérito: encontrar a Jesús, conocerlo, descubrir que somos amados y salvados.
 
            ¿Qué anunciar? Jesús dice: «Id proclamando que el Reino de los cielos está cerca» (v. 7). Esto es lo que hay que decir, ante todo y siempre: Dios está cerca. Pero, nunca olvidemos esto: Dios siempre está cerca del pueblo, Él mismo lo dijo al pueblo. Dijo así: “Mirad, ¿qué Dios está cerca de las Naciones como yo estoy cerca de vosotros?”. La cercanía es una de las cosas más importantes de Dios. Son tres cosas importantes: cercanía, misericordia y ternura.
 
            ¿Cómo anunciar? Es el aspecto sobre el cuál Jesús se explaya más: cómo anunciar, cuál es el método, cuál debe ser el lenguaje para anunciar. Es significativo: nos dice que la forma, el estilo es esencial en el testimonio. El testimonio no involucra solamente la mente y decir alguna cosa, los conceptos: no. Involucra todo, mente, corazón, manos, todo, los tres lenguajes de la persona: el lenguaje del pensamiento, el lenguaje del afecto y el lenguaje de la acción.
 
 

¿QUIÉN ES EL PROTAGONISTA DEL ANUNCIO?
 
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Santo Espíritu» (Mt 28, 19).
 
Sólo gracias a Él, al Espíritu Santo, que se puede recibir la misión de Cristo y llevarla adelante (cfr. Juan 20, 21-22)
 
El anuncio del Evangelio, por tanto, se realiza sólo en la fuerza del Espíritu, que precede a los misioneros y prepara los corazones: Él es “el motor de la evangelización”.
 
Lo descubrimos en los Hechos de los Apóstoles, donde en cada página se ve que el protagonista del anuncio no es Pedro, Pablo, Esteban o Felipe, sino el Espíritu Santo. También en los Hechos se relata un momento neurálgico de los inicios de la Iglesia, que también nos puede decir mucho a nosotros.
 
“El Espíritu Santo y nosotros” (cf. Hechos 15, 28), hemos decidido, el Espíritu Santo con nosotros, así actúan siempre los Apóstoles. Juntos, sin dividirse, a pesar de tener sensibilidades y opiniones diferentes, escuchan al Espíritu. Y Él enseña una cosa, que también es válida hoy: toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con Jesús, toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con Jesús.
 
La organización no basta: es el Espíritu que da vida a la Iglesia. Si la Iglesia no le reza y no le invoca, se encierra en sí misma, en debates estériles y agotadores, en fatigosas polarizaciones, mientras se apaga la llama de la misión. Es muy triste ver a la Iglesia como si fuera un parlamento; no, la Iglesia es otra cosa. 
 
La Iglesia invoca al Espíritu Santo para que la oriente, le ayude a discernir sus proyectos pastorales y la impulse a salir por el mundo transmitiendo con alegría el anuncio de la fe.
 

LA EVANGELIZACIÓN ES UN SERVICIO ECLESIAL
 
El evangelizador, de hecho, transmite siempre lo que él mismo o ella misma ha recibido. San Pablo lo escribió primero: el evangelio que él anunciaba y que las comunidades recibían y en el cual permanecían firmes es el mismo que el Apóstol recibió a su vez (cfr. 1 Corintios 15, 1-3).
 
Lo fundamental es la fuerza que el Espíritu te da para anunciar la verdad de Jesucristo, para anunciar el Evangelio. Las otras cosas son secundarias.
 
«la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección» (Ad Gentes, 5)
 
«Cada uno de los bautizados —dice la Evangelii Gaudium— cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador» (Exhortación. Apostólica, Evangelii Gaudium, 120).
 
Si tú no evangelizas, si tú no das testimonio, si tú no das ese testimonio del Bautismo que has recibido, de la fe que el Señor te ha dado, tú no eres un buen cristiano.
 
La evangelización es un servicio. Si una persona se dice evangelizador y no tiene esa actitud, ese corazón de servidor, y se cree patrón, no es un evangelizador, no… es un pobre hombre.
 
DEBEMOS SER APÓSTOLES EN UNA IGLESIA APOSTÓLICA.
 
estamos llamados a ser apóstoles —es decir, enviados— en una Iglesia que en el Credo profesamos como apostólica.
 
Por tanto, ¿qué significa ser apóstoles? Significa ser enviado para una misión. Ejemplar y fundacional es el acontecimiento en el que Cristo Resucitado manda a sus apóstoles al mundo, transmitiéndoles el poder que Él mismo ha recibido del Padre y donándoles su Espíritu. Leemos en el Evangelio de Juan: «Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. Como el Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Juan 20, 21-22).
 
San Pablo en sus cartas se presenta así: «Pablo, llamado a ser apóstol», es decir, enviado, (1 Corintios 1, 1) y también: «Pablo, siervo de Cristo, apóstol enviado por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Romanos 1, 1). E insiste en el hecho de ser «apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos» (Gálatas 1, 1);
 
También los laicos, hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo» (Decreto. Apostolicam actuositatem, 2).  
 
El que está encima manda a los otros porque ha logrado trepar, esto no es cristianismo. Esto es paganismo puro. La vocación cristiana no es una promoción para ir hacia arriba, ¡no! Es otra cosa.
 
¿Quién tiene más dignidad en la Iglesia: ¿el obispo, el sacerdote? No… todos somos cristianos al servicio de los demás. ¿Quién es más importante en la Iglesia: ¿la monja o la persona común, bautizada, el niño, el obispo…? Todos son iguales, somos iguales y cuando una de las partes se cree más importante que los otros y levanta un poco la barbilla, se equivoca.
 
La tarea apostólica, es común a todos los bautizados, y cada uno la lleva adelante de manera activa y creativa, según los dones y los carismas que ha recibido.
 
 

EXISTEN UNOS BUENOS TESTIGOS
MODELOS DEL BUEN APOSTOLADO
 
La historia de Pablo de Tarso es emblemática sobre este argumento. En el primer capítulo de la Carta los Gálatas, así como en la narración de los Hechos de los Apóstoles, podemos detectar que su celo por el Evangelio aparece después de su conversión, y toma el lugar de su precedente celo por el judaísmo. Era un hombre celante por la ley de Moisés, por el judaísmo y después de la conversión este celo continúa, pero para proclamar, para predicar a Jesucristo. Pablo era un enamorado de Jesús.
 
Santo Tomás de Aquino enseña que la pasión, desde el punto de vista moral, no es ni buena ni mala: su uso virtuoso la hace moralmente buena, el pecado la hace mala. En el caso de Pablo, lo que le ha cambiado no es una simple idea o una convicción: ha sido el encuentro con el Señor resucitado —no olvidéis esto, lo que cambia una vida es el encuentro con el Señor—, para Saulo ha sido el encuentro con el Señor resucitado lo que ha transformado todo su ser. La humanidad de Pablo, su pasión por Dios y su gloria no es aniquilada, sino transformada, “convertida” por el Espíritu Santo.
La pasión por el Evangelio no es una cuestión de comprensión o de estudios, que también son necesarios, pero no la generan; significa más bien recorrer esa misma experiencia de “caída y resurrección” que Saulo/Pablo vivió y que está en el origen de la transfiguración de su impulso apostólico.
 
TAMBIÉN SON TESTIGOS LOS MÁRTIRES
hombres y mujeres de todas las edades, lenguas y naciones que han dado la vida por Cristo, que han derramado la sangre por confesar a Cristo. Después de la generación de los Apóstoles, han sido ellos, por excelencia, los “testigos” del Evangelio. Los mártires: el primero fue el diácono san Esteban, lapidado fuera de las murallas de Jerusalén.
 
Los mártires no deben ser vistos como “héroes” que han actuado individualmente, como flores que han brotado en un desierto, sino como frutos maduros y excelentes de la viña del Señor,
 
Los mártires, imitando a Jesús y con su gracia, convierten la violencia de quien rechaza el anuncio en una ocasión suprema de amor, que llega hasta el perdón de los propios verdugos.
 

EL MONAQUISMO TAMBIÉN TIENE BUENOS TESTIGOS
Hay otro gran testimonio que atraviesa la historia de la fe: el de las monjas y los monjes, hermanas y hermanos que renuncian a sí mismos, renuncian al mundo para imitar a Jesús en el camino de la pobreza, la castidad y la obediencia y para interceder a favor de todos. Sus vidas hablan de sí, pero nosotros podríamos preguntarnos: ¿cómo puede la gente que vive en un monasterio ayudar al anuncio del Evangelio?
 
Los monjes son el corazón palpitante del anuncio, su oración es oxígeno para todos los miembros del Cuerpo de Cristo, su oración es la fuerza invisible que sostiene la misión. No es casualidad que la patrona de las misiones sea una monja, santa Teresa del Niño Jesús.