28 de junio 2023 “Cada santo es una misión” Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 17. Testigos: Santa María MacKillop Papa Francisco. Plaza de san Pedro.
¡Queridos
hermanos y hermanas, buenos días!
En esta
serie de catequesis sobre el celo apostólico, estamos encontrando algunas
figuras ejemplares de hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, que han dado la
vida por el Evangelio.
Hoy vamos
lejos, a Oceanía, un continente formado por muchísimas islas, grandes y
pequeñas. La fe en Cristo, que tantos emigrantes europeos llevaron a esas
tierras, echó raíces pronto y dio frutos abundantes (cfr Exhort. ap. postsin.
Ecclesia in Oceania, 6). Entre ellos está una religiosa extraordinaria, santa
Mary MacKillop (1842-1909), fundadora de las Hermanas de San José del Sagrado
Corazón, que dedicó su vida a la
formación intelectual y religiosa de los pobres en la Australia rural.
Mary
MacKillop nació cerca de Melbourne de padres que emigraron a Australia desde
Escocia. De niña, se sintió llamada por Dios a servirlo y testimoniarlo no solo
con las palabras, sino sobre todo con una vida transformada por la presencia de
Dios (cfr Evangelii Gaudium, 259). Como María Magdalena, que fue la primera en
encontrar a Jesús resucitado y fue enviada por Él a llevar el anuncio a los
discípulos, Mary estaba convencida de
ser ella también enviada a difundir la Buena Noticia y a atraer a otros al
encuentro con el Dios viviente.
Leyendo con
sabiduría los signos de los tiempos, entendió que para ella la mejor forma de
hacerlo era a través de la educación de los jóvenes, siendo consciente de que
la educación católica es una forma de evangelización. Es una gran forma de
evangelización. Así, si podemos decir que «cada
santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en
un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio» (Exhort. ap.
Gaudete et exsultate, 19), Mary MacKillop lo fue sobre todo a través de la
fundación de escuelas.
Una característica esencial de su celo por el
Evangelio consistía en cuidar de los pobres y los marginados. Y esto es muy importante: en el
camino de la santidad, que es el camino cristiano, los pobres y los marginados
son protagonistas y una persona no puede ir adelante en la santidad si no se
dedica también a ellos, de una forma u otra. Estos, que necesitan de la ayuda
del Señor, llevan la presencia del Señor. Una vez leí una frase que me
impresionó; decía así: “El protagonista de la historia es el mendigo: los mendigos son aquellos que atraen la
atención sobre la injusticia, que es la gran pobreza en el mundo”, se gasta
el dinero para fabricar armas y no para producir comidas…. Y no olvidéis: no
hay santidad si, de una manera u otra, no hay cuidado de los pobres, los
necesitados, de aquellos que están un poco a los márgenes de la sociedad. Este
cuidar de los pobres y de los marginados impulsaba a Mary a ir allí donde otros
no querían o no podían ir. El 19 de marzo de 1866, fiesta de San José, abrió la
primera escuela en un pequeño suburbio al sur de Australia. Le siguieron tantas
otras que ella y sus hermanas fundaron en las comunidades rurales en Australia
y Nueva Zelanda. Se multiplicaron, porque el
celo apostólico hace así: multiplica las obras.
Mary
MacKillop estaba convencida de que el propósito de la educación es el
desarrollo integral de la persona tanto como individuo que como miembro de la
comunidad; y que esto requiere sabiduría, paciencia y caridad por parte de todo
profesor. En efecto, la educación no consiste en llenar la cabeza de ideas: no,
no es solo esto. ¿En qué consiste la
educación? En acompañar y animar a los estudiantes en el camino de crecimiento
humano y espiritual, mostrándoles cuánto la amistad con Jesús Resucitado
dilata el corazón y hace la vida más humana. Educar es ayudar a pensar bien: a
sentir bien – el lenguaje del corazón – y a hacer bien – el lenguaje de las
manos. Esta visión es plenamente actual hoy, cuando sentimos la necesidad de un
“pacto educativo” capaz de unir a las familias, las escuelas y toda la
sociedad.
El celo de
Mary MacKillop por la difusión del Evangelio entre los pobres la condujo
también a emprender otras obras de caridad, empezando por la “Casa de la
Providencia” abierta en Adelaide para acoger ancianos y niños abandonados. Mary tenía mucha fe en la Providencia de
Dios: siempre confiaba que en cualquier situación Dios provee. Pero esto no
le ahorraba las preocupaciones y las dificultades que derivan de su apostolado,
y María tenía buenas razones: tenía que pagar las cuentas, tratar con los
obispos y los sacerdotes locales, gestionar las escuelas y cuidar la formación
profesional y espiritual de las Hermanas; y, más tarde, los problemas de salud.
Sin embargo, en todo esto, permanecía tranquila, llevando con paciencia la cruz
que es parte integrante de la misión.
En una
ocasión, en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, Mary dijo a una de sus
hermanas: “Hija mía, desde hace muchos años he aprendido a amar la Cruz”. No se
rindió en los momentos de prueba y de oscuridad, cuando su alegría era
amortiguada por la oposición y el rechazo. Veis: todos los santos han
encontrado oposiciones, también dentro de la Iglesia. Es curioso, esto. También
ella las tuvo. Permanecía convencida de que, también cuando el Señor le
asignaba «pan de asedio y aguas de opresión» (Isaías 30,20), el mismo Señor
respondería pronto a su grito y la rodearía con su gracia. Este es el secreto del celo apostólico: la relación continua con el
Señor.
Hermanos y
hermanas, el discipulado misionero de Santa Mary MacKillop, su respuesta
creativa a las necesidades de la Iglesia de su tiempo, su compromiso por la
formación integral de los jóvenes nos inspire hoy a todos nosotros, llamados a
ser levadura del Evangelio en nuestras sociedades en rápida transformación. Su
ejemplo y su intercesión sostengan el trabajo cotidiano de los padres, de los
profesores, de los catequistas y de todos los educadores, por el bien de los
jóvenes y por un futuro más humano y lleno de esperanza. Fuente e Imagen de
Vatican. Va. Copyright.