Autor: Mario
García Isaza c.m. formador, Seminario
Mayor, Arquidiócesis de Ibagué. Sí, sin duda: admirable y digna de todo encomio
fue la llamada “operación esperanza”, gracias a la cual fueron hallados y
rescatados de la selva inmisericorde los cuatro niños indígenas sobrevivientes
de un accidente aéreo, tras permanecer por más de cinco semanas perdidos en la
manigua.
Fue una hazaña que todos los
colombianos estuvimos siguiendo, con el alma en vilo y la plegaria en los
labios. Fue una batalla verdaderamente épica contra una naturaleza hermosa pero
feroz e implacable al propio tiempo.
Fue una demostración plausible de tenacidad en un noble propósito, de
organización y destreza en los procedimientos, de disciplina y sacrificio en
aras de salvar cuatro vidas. Fue una capacidad de verdad meritísima de “esperar
contra toda esperanza”. Muchos llegamos a pensar, -al menos es mi caso- cuando
transcurrían los días y las semanas, que la causa estaba perdida; que era
imposible que unos niños pudiesen haber sobrevivido a circunstancias tan
adversas;
venía a la memoria la frase lapidaria de José Eustasio Rivera en La
Vorágine: “¡se los tragó la selva!” ; pienso que tal vez los únicos que no
perdieron la fe fueron esos integrantes de nuestras fuerzas armadas que los
buscaban, y los campesinos e indígenas que a ellos se unieron en la brega. Fue,
esta gesta prodigiosa, un canto a la vida; ¡qué maravilla poner todos los recursos del estado al servicio de una
causa tan noble como era la de salvar cuatro vidas inocentes!
¡Loor y gratitud para todos y cada uno de los
integrantes de ese Comando conjunto de operaciones especiales de nuestro
ejército! Y un ¡urra! atronador para los campesinos e
indígenas que se unieron a ese laudable empeño de los militares.
Quedan
varias reflexiones. Una: de qué grandes
logros y acciones somos capaces los colombianos cuando nos unimos para trabajar
unidos por el logro de un objetivo común. Las divisiones nos debilitan. Y
ellas, las divisiones, que ahora se provocan y enardecen en los discursos de
calle y de balcón… han sido la desgracia de Colombia.
Y otra : la vida, esa que comienza desde el momento mismo de la
concepción de un ser humano, es un valor por el que vale la pena luchar y
en aras de cuya defensa hay que sacrificarlo todo; hay una profunda y trágica
incoherencia en el hecho de que un estado como el nuestro, que cumple una
hazaña épica para rescatar la vida de unos pequeños, sea el mismo que propicia,
incentiva, “legaliza” el asesinato aleve de millones de pequeñines no nacidos
aún, que tienen los mismos derechos inalienables de los que, admirable e
inexplicablemente, sobrevivieron deambulando por la selva durante cuarenta
días.
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autor: magarisaz@hotmail.com