20 de marzo 2024. Catequesis Papa Francisco. Vicios y virtudes. 12. La prudencia. “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
catequesis de hoy la dedicamos a la virtud de la prudencia. Ella, junto con la
justicia, la fortaleza y la templanza, forma las virtudes llamadas cardinales,
que no son prerrogativa exclusiva de los cristianos, sino que pertenecen al patrimonio de la sabiduría
antigua, en concreto, la de los filósofos griegos. Por eso, uno de los
temas más interesantes en la obra de encuentro y de inculturación fue
precisamente el de las virtudes.
En los
escritos medievales, la presentación de las virtudes no es una simple
enumeración de cualidades positivas del alma. Retomando los autores clásicos a
la luz de la revelación cristiana, los teólogos imaginaron el septenario de las
virtudes - las tres teologales y las
cuatro cardinales– como una suerte de organismo viviente en el que cada
virtud ocupa un espacio armónico. Hay
virtudes esenciales y virtudes accesorias, como pilares, columnas y
capiteles. Quizá nada como la arquitectura de una catedral medieval puede dar
la idea de la armonía que existe en el ser humano y de su continua tensión
hacia el bien.
Entonces,
comencemos por la prudencia. No es la
virtud de la persona temerosa, siempre titubeante ante la acción que debe
emprender. No, esta es una interpretación errónea. No es tampoco solamente la
cautela. Conceder la primacía a la prudencia significa que la acción del ser
humano está en manos de su inteligencia y de su libertad. La persona prudente es creativa: razona, evalúa, trata de
comprender la complejidad de la realidad. Y no se deja llevar por las
emociones, la pereza, las presiones, las ilusiones.
En un mundo
dominado por las apariencias, por los pensamientos superficiales, por la
banalidad tanto del bien como del mal, la antigua lección de la prudencia
merece ser recuperada.
Santo Tomás, en la estela de Aristóteles, la
llamó “recta ratio agibilium”. Es la capacidad de gobernar las acciones para dirigirlas hacia el bien;
por eso recibe el sobrenombre de “conductor de las virtudes”. Prudente es quien sabe elegir: mientras
permanece en los libros, la vida es siempre fácil, pero en medio de los vientos
y las olas de lo cotidiano, la cosa cambia: a menudo nos sentimos inseguros y
no sabemos hacia dónde ir. Quien es prudente no elige al azar:
ante todo, sabe lo que quiere; luego, pondera las situaciones, se deja aconsejar
y, con amplitud de miras y libertad interior, elige qué camino tomar.
No es que no pueda cometer errores, después
de todo sigue siendo humano; pero evitará grandes “bandazos”.
Desafortunadamente, en todos los ambientes hay quien tiende a liquidar los
problemas con bromas superficiales o a suscitar siempre polémicas. La prudencia, en cambio, es la cualidad de
quienes están llamados a gobernar: saben que administrar es difícil, que
hay muchos puntos de vista y que es preciso tratar de armonizarlos, que no se
debe hacer el bien de algunos, sino el de todos.
La
prudencia enseña también que, como se suele decir, “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Demasiado celo, de hecho, en
algunas situaciones, puede provocar desastres: puede arruinar una construcción
que hubiera requerido gradualidad; puede generar conflictos e incomprensiones;
puede incluso desatar la violencia.
La persona prudente sabe custodiar la memoria
del pasado, no
porque tenga miedo al futuro, sino porque sabe que la tradición es un patrimonio
de sabiduría. La vida está hecha de una continua superposición de cosas
antiguas y cosas nuevas, y no es bueno pensar siempre que el mundo empieza con
nosotros, que tenemos que afrontar los problemas desde cero. La persona prudente también es previsora.
Una vez decidido el objetivo por el que luchar, hay que procurarse todos los
medios para alcanzarlo.
Muchos
pasajes del Evangelio nos ayudan a educar la prudencia. Por ejemplo: es
prudente quien edifica su casa sobre la roca, e imprudente el que la construye
sobre la arena. (cfr. Mateo 7,24-27).
Sabias son las vírgenes que llevan consigo el aceite para sus lámparas, y
necias son las que no lo hacen (cfr. Mateo 25,1-13).
La vida cristiana es una
combinación de sencillez y astucia. Al preparar a sus discípulos para la
misión, Jesús les recomienda: «Yo los envío como ovejas entre lobos; sean
entonces prudentes como las serpientes y
sencillos como las palomas». (Mateo 10,16). Es como si dijera que Dios no
sólo quiere que seamos santos, sino que
quiere que seamos santos inteligentes, porque sin prudencia ¡equivocarse de
camino es cuestión de un momento! Fuente: Vatican. Va.