Evangelio viernes 15 de marzo
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Decían
algunos de los de Jerusalén: ¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo
habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las
autoridades que este es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que,
cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es. Gritó, pues, Jesús, enseñando
en el Templo y diciendo: Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he
venido por mi cuenta; sino que verdaderamente me envía el que me envía; pero
vosotros no le conocéis.” °°° Juan 7, 1-2. 10. 25-30
Muchas
veces hemos escuchado la famosa frase: “Jesucristo es signo de contradicción” o
quizás muchos versados en la Escritura dirán: “La Palabra de Dios provoca
división”. Ambas fuentes tienen la razón. El Hijo de Dios se da cuenta que,
a pesar de su manifestación, de sus milagros, de su sabiduría en la Palabra que
anuncia; muchos hombres no lo aceptan como enviado de Dios.
La pregunta
sería: ¿En dónde está el punto de la contradicción? La respuesta no se deja
esperar. Muchos admiran lo que dice y hace Jesús, pero no aceptan su
procedencia divina. Las autoridades judías no están de acuerdo con Jesús como
Mesías. Hay más razón humana y menos fe.
El
Nazareno quiere que la inteligencia humana asesorada por la fe, entienda que Él
es el enviado de Dios, que no vino por su cuenta. El problema es que los
hombres de ese momento no conocen a Dios. Jesucristo no le encuentra
explicación al dilema: Si la misma Palabra de Dios anuncia la venida del Mesías
y el mundo judío conoce dicha Palabra, por qué desconocen o no aceptan la
presencia del Salvador.
La
respuesta puede ser por ignorancia. Porque así estaba anunciado por los
profetas. San Pedro evangeliza a la comunidad diciéndole que el Mesías debía
padecer. (cfr. Hechos 3, 13-15).
Nuestro Papa Benedicto XVI
parodiando la historia salvífica nos recuerda que Jesucristo siempre ha sido un signo de contradicción. Por ejemplo,
desde el día de su nacimiento (cfr. Lucas 2, 34) Cristo trajo un Reino que no
es de este mundo, pero que es capaz de cambiar este mundo, pues tiene el poder
de cambiar los corazones, iluminar las mentes y fortalecer las voluntades.
(cfr. Homilía, 13 de mayo, 2009).
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