Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Jesús se
retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y
todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los
fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio,
le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
La ley de
Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿Qué dices?». Le preguntaban
esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía
con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les
dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose
otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a
uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio,
que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están
tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó:
«Ninguno,
Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Juan 8, 1-11.
Consideramos a Jesucristo como el Maestro de: La bondad, la escucha, la
misericordia, el perdón, levantar la dignidad de una persona, invita a cada persona a cumplir
con la justicia divina, “Vete y no vuelvas a pecar”. Es el Maestro de la misericordia, porque en
todo momento no está interesado en juzgar nuestros actos, lo que hace es
extender su mano y ofrecer el sabio consejo a quien está equivocado o se ha
dejado llevar por el mal camino. Es rico
en misericordia por su gran amor con la humanidad. (cfr. Efesios 2,
4-5).
Es
el Maestro del perdón. Para Dios es más importante reconciliar las personas y
no condenarlas. En todo momento ofrece su perdón, su bondad, su
comprensión, con todas aquellas veces que hemos pecado. Por ejemplo: Será
dichosa la persona a quien Dios no le tiene en cuenta la maldad. (cfr. Salmo
32).
El Rey
David siente el perdón y la bondad de Dios, ante el pecado gravísimo que ha
cometido y lo expresa diciendo: “Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi
pecado” (Salmo 51).
Otro ejemplo: Saulo realizaba muchos
estragos a la Iglesia en su momento. Dios lo perdonó y este hombre se convirtió
en san Pablo, escuchó la voz de Dios, su perdón. De perseguidor pasó a ser
excelente apóstol del Maestro. (cfr. Hechos 9, 1-9).
El Maestro levanta la dignidad a las personas.
Mientras los seres humanos condenan a los demás, Jesucristo ofrece su mano,
levanta su ánimo y los conduce por el buen camino. Por ejemplo: “Mujer, en
adelante no peques más” (Juan 1, 11). Jesús dice al leproso: “Si quiero, quedas
limpio” (Mateo 8, 1-4).
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