Evangelio viernes 21 de marzo 2025
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Llegado el tiempo de la vendimia, envío a sus criados
para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de
los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon.
Envió de nuevo a otros criados, en
mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo. Por último, les
mandó a su propio hijo, pensando: "A mi hijo lo respetarán". Pero
cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: "Éste es el
heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia".
Le echaron mano, lo sacaron del
viñedo y lo mataron. "Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo,
¿qué hará con esos viñadores?". °°° Mateo 21, 33-43. 45-46.
Jesucristo
nos propone pensar en la historia de Dios, los deseos de Dios, los planes de
Dios y la respuesta equivocada de muchas personas en la historia. Los
hermeneutas bíblicos explican la parábola de la Viña, como una historia de
fracasos. Un Dios que intenta convencer al hombre de muchas maneras que debe
gobernar y producir en la Viña del Señor.
La
respuesta de muchos hombres que se quieren apoderar de los asuntos de Dios,
manipular las cosas de su Señor, sentirse dueños de la casa del Señor. La
historia no termina en un fracaso, sino que al final triunfa el amor de Dios,
la misericordia divina. Dice la Escritura: “La piedra que rechazaron los
constructores es ahora la piedra angular.” (Mateo 21, 42).
Una buena enseñanza que limita la
violencia, no utiliza la fuerza, no siente los deseos de venganza, es la
propuesta benevolente y misericordiosa de Dios. Así lo explica el Papa Francisco, enseñando que Dios no toma venganza
ante el mal comportamiento del ser humano a través de la historia. «Cuando
venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» (v. 40).
Esta pregunta subraya que la
desilusión de Dios por el comportamiento perverso de los hombres no es la
última palabra. Está aquí la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso desilusionado por
nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su palabra, no se detiene y
sobre todo ¡no se venga! (cfr. Ángelus, 8 de octubre, 2017).
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