Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“Jesús dijo
a sus discípulos:
El que no
cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo
mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que
los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.” Mateo
5, 17-19.
Aprendemos
a vivir nuestra fe desde el espíritu de la ley. Es muy importante guardar
el equilibrio entre lo que propone la ley de Dios y la exageración de muchas
personas al enseñar la ley del creador. La ley comienza a ser soporte de la
vida en comunidad, un valor determinante de la acción social, una pieza clave
en el desarrollo de los pueblos y las culturas, cuando nos ponemos de acuerdo
en respetar la ley. Dios nos pide que
seamos muy respetuosos de la ley, que no cambiemos ningún acento de la ley,
que no utilicemos la ley para convertirnos en jueces de los demás.
La
ley me permite reconocer los derechos de los demás, me abre espacios para
entrar en el ambiente social, me limita los caprichos y desórdenes en mi
personalidad, me permite no abusar de la nobleza, la humildad y la sencillez de
los demás. Para no caer en el extremo
del abuso de la ley es bueno recordar la enseñanza del salmo 118: Dichosa la
persona que camina en la voluntad del Señor. Muéstrame el camino de tus leyes y
los seguiré puntualmente.
El
espíritu de la ley me indica que no debo entrometerme en la vida y en la
integridad de las demás personas. Por ejemplo: No abusar de las
discapacidades de las personas. No maldecir a un sordo, no poner tropiezo a un
ciego. (cfr. Levítico 19, 14). Otro ejemplo. Matar es un pecado moral. El
espíritu de esa ley nos puede poner a pensar en actitudes similares que
aniquilan al ser de una persona: Encolerizarse contra otra persona, llamarlo
imbécil, renegado. (cfr. Mateo 5, 21-22). Según
el espíritu de la ley, de los mandatos amar a Dios y amar a los demás, está el
fundamento de la ley y los profetas. (cfr. Mateo 22, 36-40).
El
Papa Francisco parodiando la predicación del apóstol san Pablo aclara: la
Alianza se hizo con Abrahán en base a la fe, y que la Ley vino siglos
después. Por tanto, la Ley —aun siendo de origen divino y teniendo un lugar en
la Historia de Salvación, aún ahora—, no da vida por sí misma. Quien busca la
vida verdadera debe mirar a la promesa, a su realización en Jesús, al encuentro
con Jesús. (cfr. Gálatas 3, 11-26). (cfr. Audiencia, 11 de agosto, 2021).
SI DESEAS ESCUCHAR
EL AUDIO DE ESTA REFLEXIÓN HAZ CLICK AQUÍ