Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
“Jesús dijo a sus
discípulos:
Después dijo a todos: “El que quiere
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y
me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su
vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si
se pierde o se arruina a sí mismo?” Lucas 9, 22-25.
¿Cómo
vivir correctamente la vida cristiana? Buena pregunta, para no perder el
tiempo, para no tomar decisiones equivocadas, para no irse al extremo de la
religión, para no convertirse en juez de los demás. Existe una buena cantidad
de tentaciones que confunden a quien desea organizar su vida de fe. El mejor
consejo es dejarse guiar por las recomendaciones del Maestro de Nazareth.
El
Maestro centra la fe, la misión, la vivencia cristiana, en el tema de la Cruz.
Prácticamente es el estandarte del cristianismo, la razón de ser del
sacrificio, la perseverancia, las obras de caridad, la búsqueda de la eternidad
y la santidad. En otras palabras, no existe cristianismo sin Cruz.
El
apóstol san Pablo advierte qué sucede con aquellas personas que intentan vivir
un cristianismo, pero sin Cruz. Dice el apóstol: “Hay muchos que con su
manera de proceder se muestran enemigos de la cruz de Cristo: Ellos no tienen
otro paradero que la perdición, su dios es el estómago, ponen toda su gloria en
sus vergüenzas, y solo se preocupan por las cosas de la tierra.” (Filipenses 3,
18).
Un
buen lector de la Escritura, buen psicólogo y psicoterapeuta afirmaba: ““El
maestro de la vida trabajó en el inconsciente de sus discípulos sin que ellos
lo notasen. Hizo un trabajo psicológico magnífico. Los preparó no solamente para la primavera de la resurrección, sino
también para el invierno riguroso de la Cruz (Marcos 8, 31-33). (cfr.
Augusto Cury. Psicología preventiva).
El
Papa Francisco enseña que el camino de nuestra salvación es: Mirar a Jesús
crucificado. "Desde la Cruz de Cristo aprendemos el amor, no el odio;
aprendemos la compasión, no la indiferencia; aprendemos el perdón, no la
venganza. Los brazos extendidos de Jesús son el tierno abrazo con el que Dios
quiere acogernos.” (cfr. Homilía, 14 de septiembre, 2022).
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