Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
“Al ver
Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir:
El día del Juicio, la Reina del Sur
se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella
vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí
hay Alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de
Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se
convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay Alguien que es más que
Jonás”. Lucas 11, 29-32.
La
verdadera fe permite que cada persona supere su terquedad, su soberbia, su
prepotencia ante los signos de Dios. Jonás es un buen ejemplo de aquella
persona que dejó a un lado su terquedad y se puso al servicio de Dios. el
escrito de este profeta nos permite dimensionar el amor y la misericordia de
Dios para con los pecadores. Nínive siendo una ciudad con población pagana, se
convierte gracias al mensaje de Dios y lo oportuno que fue Jonás.
Cuando
nuestra fe no se encuentra bien cultivada aparece una resistencia a aceptar la
bondad y la misericordia divina. Si le damos la Palabra a Dios Él dirá: generación
malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Se hace necesario superar esa actitud
obstinada de pedirle cuentas a Dios, pedirle signos a Dios, pedir que Dios
compruebe que Él es Dios. O lo contrario, que Dios estás reservado para unas
cuantas personas.
El
apóstol san Pablo enseña que cuando una persona no conoce a Dios es como vivir
en la oscuridad. Cuando las personas dejan a un lado el orgullo, la
soberbia, creen que solo ellas tienen la última palabra. Entonces su actitud es
diferente: Un buen creyente actúa con
bondad, justicia y verdad. Hace lo que le agrada a Dios. no se vuelve
cómplice con los que no conocen a Dios. (cfr. Efesios 5, 8-12).
El
apóstol Juan nos pone a pensar con la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos saber
que conocemos a Dios? Si alguien dice que conoce a Dios, pero no obedece
sus mandatos es un mentiroso. El que afirma que está unido a Dios, debe vivir
como Jesucristo vivió. (1 de Juan 2, 3-6).
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