27 de marzo de 2025

LAS SIETE PALABRAS DEL MAESTRO DE NAZARETH Jubileo de la Esperanza 2025


27 de marzo 2025. EL SÍMBOLO QUE RESUME LA ESENCIA DEL CRISTIANISMO ES EL MADERO DE LA CRUZ
Testamento del Maestro de Nazareth Sus 7 Palabras Jubileo de la Esperanza Año 2025


Orientador: Padre Jairo Yate Ramírez
Arquidiócesis de Ibagué.
 
El dolor se transforma en gloria y Esperanza. Este es el espíritu del viernes santo. Espíritu de dolor, espíritu de sufrimiento, espíritu de conquista, espíritu de salvación, espíritu de patriotismo. El dolor se transforma en gloria y esperanza por la fuerza del amor.
 
            Cuando contemplamos a Cristo crucificado, descubrimos la extraordinaria riqueza que emana del madero de la cruz, con un solo objetivo, el bien de cada uno de nosotros. Allí pende, su sacerdocio, su realización, su visión profética, su sacrificio redentor, su martirio, el hombre que sufre, el Dios que salva, el hombre que se hace solidario, el Dios que perdona, la Iglesia misma que nace del costado de Cristo.  Nos decidimos a aceptar el sufrimiento humano como un valor, como parte integrante de lo que significa el camino de la vida.
 
            La Sagrada Escritura nos recuerda: Al llegar al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron allí, y con él a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. (Mientras tanto Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.») Después los soldados se repartieron sus ropas echándolas a suerte. (Lucas 23, 33-34).
 
            Había sobre la cruz un letrero que decía: «Este es el rey de los judíos.»
Uno de los malhechores que estaban crucificados con Jesús lo insultaba: «¿No eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y también a nosotros!» Pero el otro lo reprendió diciendo: «¿No temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? Nosotros lo hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho, pero éste no ha hecho nada malo.» Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino.»
 
 Jesús le respondió: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.» Hacia el mediodía se ocultó el sol y todo el país quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. En ese momento la cortina del Templo se rasgó por la mitad, y Jesús gritó muy fuerte: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y dichas estas palabras, expiró. (Lucas 23, 40-46)
 
            Nuestro Credo en la Iglesia Católica nos recuerda: “Jesucristo padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado.” Vamos a detener nuestro pensamiento hoy al meditar la siguiente frase: “Jesucristo murió crucificado” De acuerdo al santo Evangelio sabemos que: “el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Juan 11, 49-50).
 
El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (Mateo 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Juan 18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lucas 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de "sedición" (Lucas 23, 19). Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Juan 19, 12. 15. 21). (cfr. Catecismo, numeral 596). Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras. (1 Corintios 15, 3).


 
Las Palabras de nuestro Maestro de Nazareth en el madero de la Cruz, nos ofrecen una excelente enseñanza, sobre el ser y el quehacer de nuestra vida cristiana.
            Una manera muy sana para aprender a convivir con los demás, a valorar a los demás, a no convertirnos en jueces de los demás, es seguir las enseñanzas del Hijo de Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34)
            Dios nos invita para que nos convirtamos en misioneros de la misericordia. Los tres años del ministerio del Nazareno se distinguieron por su caridad y misericordia. Por el sentido altruista como se debe vivir una buena religión. Dice el Salvador del mundo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23, 43).
 
            La presencia de la Santísima Virgen junto al madero de la Cruz es un excelente motivo de Esperanza cristiana. Es motivo de dolor, motivo de alivio, motivo para pensar, cuánto bien podemos hacer a los demás, cuando vivimos nuestra fe haciendo la voluntad de Dios, como lo hizo nuestra madre celestial. El Hijo de Dios le dice al mundo: “He aquí a tu Hijo, he aquí a tu Madre” (Juan 19, 26)
 
   La fe y la confianza en Dios cambian notablemente nuestras vidas. Quien se acoge a la bondad de Dios logra su proyecto de vida, logra su salud, logra el perdón, logra la presencia permanente de Dios. El Hijo de Timeo, Bartimeo, dice: “Jesús hijo de David ten piedad de mí”. Jesucristo le dice a su padre celestial: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” (Mateo 27, 46).
  Nos hace mucha falta la gracia, el amor, la paz y las bendiciones que vienen de Dios. Nunca nos sentiremos totalmente saciados. Siempre habrá un momento para decir como el Maestro en medio del sufrimiento: “Tengo Sed” (Juan 19, 28)

            Para Dios es importante el día del reposo, en orden al trabajo que cada persona produce o a la satisfacción que se pueda sentir por la misión cumplida. “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Éxodo 20, 8-11). El Nazareno llevó su misión hasta su plenitud y terminó diciendo “Todo se ha consumado”. (Juan 19, 30).
 
            Toda nuestra confianza a lo que somos y a la misión que cumplimos debe estar plenamente centrada en Dios. Aprendemos a enfrentar el miedo, a confiar más en la fortaleza y la Gracia de Jesús de Nazareth.  Un excelente psiquiatra, psicoterapeuta y escritor, analizando la vida de Jesucristo enseñaba: °°° Alguien en la historia enseñaba: “La historia de Jesucristo es el mayor laboratorio de autoestima para la humanidad °°° Jesús nos enseña: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46).
La Cruz de Cristo nos revela que tu amor, es más fuerte que todo, el don misterioso y fecundo, que mana de la cruz. 
 
LOS INVITO PARA QUE PENSEMOS EN LAS GRANDES ENSEÑANZAS DEL HIJO DE DIOS EN SUS SABIAS PALABRAS.
 

PRIMERA PALABRA
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34)
El poder de Dios se traduce en sanar, en perdonar, en devolver las esperanzas a la humanidad. El Hijo de Dios se preocupa por el bienestar de cada persona. Cuando se trata de pensar en la felicidad de cada persona, desaparece el legalismo, la exclusión de los demás, el mal uso del poder. Jesús el gran maestro de la vida, prefirió trabajar con personas difíciles. En la mente de un judío no cabe la posibilidad de sanar en tiempos no indicados ni muchos menos perdonar pecados.  El cristiano sin el aliento del Espíritu convierte la religión en una carga insoportable. San Pedro piensa que es mejor sufrir por hacer el bien. (1 Pedro 3, 17).
 
            Vale la pena invertir en el ser humano. Cristo trabajó pacientemente con todo tipo de personas, e incluso aquellas que eran consideradas escoria de la sociedad. Nos enseñó el arte de amar, de hacer el bien, de practicar la justicia. El mismo Jesús propone quitarnos la máscara de lo social y a descubrir que la felicidad no está en los aplausos de la multitud, ni en el ejercicio del poder, ni siquiera en el ininteligible concepto de la ley. Jesucristo nos pone a pensar: “Si tu hermano te pide un favor a medianoche, al menos por ser inoportuno te levantas y lo atiendes”. (cfr. Lucas 11, 5-13).    
 
La misericordia es la forma como Dios perdona. El poder de Dios va más allá de lo que una persona se lo puede imaginar. “Perdonar pecados, sanar personas”.  Sin lugar a equivocarnos podemos decir que la fe obra milagros.  La fe, la actitud, la perseverancia, la dedicación, la insistencia de 4 personas lograron el resultado inmediato de que Jesús de Nazareth tomara la decisión de decirle a una persona “Tus pecados están perdonados”. (cfr. Marcos 2, 12).
 
Necesitamos perdonar a los demás porque hemos sido perdonados. Nadie entiende por qué escribas y fariseos, preguntan: ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios? Jesucristo recomienda desde la misericordia a cada persona que no vuelva a pecar. Jesucristo defiende al pecador y plantea la misericordia. (cfr. Carta Apostólica, Misericordia et Misera).  El Hijo de Dios nos advierte: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.” (cfr. Mateo 6, 7-15).
 
Perdonar es salud para el alma. Enseña el santo Evangelio: “Se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” (Mateo 18, 21).
El perdón hace parte de la salud mental de cada persona. El Hijo de Dios recomienda perdonar para poder vivir en paz con Dios, para liberar el alma, para llevar a cabo un mandato bien difícil de asimilar. Hay situaciones y momentos tan complicados en las personas, hay dolores tan intensos, hay difamaciones tan terribles, hay pérdida de la dignidad ante los demás seres humanos, que alguien podría decir, esa persona no merece el perdón.
 
El perdón se convierte en un acto maravilloso que corresponde a la bondad humana. Cuando se perdona y se deja a Dios lo que es de Dios, la persona se libera de unas faltas que nacen con el NO PERDÓN: El odio, el rencor, la venganza, el desearle el mal al otro. La Escritura educa nuestros pensamientos y sentimientos con una parábola denominada “El siervo inmisericorde”. Una buena pregunta sería: ¿Cómo se explica que alguien sea perdonado y sale al encuentro de otra persona y la crucifica por una deuda? - (cfr. Mateo 18, 30).
 

SEGUNDA PALABRA
“Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23, 43).
Jesucristo es nuestro ejemplar modelo de la bondad y la misericordia. Para muchas personas les puede parece difícil darle la mano a los demás cuando se equivocan, cuando se dejan llevar de la tentación, cuando fallan en su proyecto de vida.
 
Para Dios si es posible tener misericordia y no condenar. Dice el santo Evangelio: quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿Dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». (cfr. Juan 8, 1-11.
 
Consideramos a Jesucristo como el Maestro de: La bondad, la escucha, la misericordia, el perdón, levantar la dignidad de una persona, invita a cada persona a cumplir con la justicia divina, “Vete y no vuelvas a pecar”.  Es el Maestro de la misericordia, porque en todo momento no está interesado en juzgar nuestros actos, lo que hace es extender su mano y ofrecer el sabio consejo a quien está equivocado o se ha dejado llevar por el mal camino. Es rico en misericordia por su gran amor con la humanidad. (cfr. Efesios 2, 4-5).   
  Es el Maestro del perdón. Para Dios es más importante reconciliar las personas y no condenarlas. En todo momento ofrece su perdón, su bondad, su comprensión, con todas aquellas veces que hemos pecado. Por ejemplo: Será dichosa la persona a quien Dios no le tiene en cuenta la maldad. (cfr. Salmo 32). El Rey David siente el perdón y la bondad de Dios, ante el pecado gravísimo que ha cometido y lo expresa diciendo: “Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado” (Salmo 51). 
 
            Saulo realizaba muchos estragos a la Iglesia en su momento. Dios lo perdonó y este hombre se convirtió en san Pablo, escuchó la voz de Dios, su perdón. De perseguidor pasó a ser excelente apóstol del Maestro. (cfr. Hechos 9, 1-9). El Maestro levanta la dignidad a las personas. Mientras los seres humanos condenan a los demás, Jesucristo ofrece su mano, levanta su ánimo y los conduce por el buen camino. Por ejemplo: “Mujer, en adelante no peques más” (Juan 1, 11). Jesús dice al leproso: “Si quiero, quedas limpio” (Mateo 8, 1-4).   
 
            El poder de la Palabra de Dios se convierte en misericordia. Se convierte en caridad. Se convierte en delicadeza con los demás. Se convierte en escuchar a los demás. Se convierte en respeto por los demás. Se convierte en derrotar al mayor enemigo, que es el demonio. Ese es el gran secreto de la Palabra y de la persona que lo anuncia.  Tener autoridad es contar con la presencia del Espíritu de Dios. 
 
Cuando cada persona pone más su confianza en Dios, va adquiriendo mayor capacidad de hacer tanto bien a los demás. Su sabiduría y sus talentos se convierten en servicio desinteresado para los demás, para la misma Iglesia. Jesucristo detiene al demonio y propone su bondad y misericordia con las personas. Dice el Evangelio: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Pero Jesús lo increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. °°° (cfr. Lucas 4, 31-37).
 

TERCERA PALABRA
“He aquí a tu Hijo, he aquí a tu Madre” (Juan 19, 26)
María Santísima es la madre de todos los que somos creyentes.  
Nuestra querida Madre del cielo se distinguió y logró cumplir a perfección la misión que Dios le encomendó, gracias a que siempre hizo la voluntad de Dios.
 
Desde un primer momento ella le dijo al Padre celestial: “Hágase en mí según tu Palabra”. (Lucas 1, 38) Ella no compartió el pecado original, fue concebida sin mancha, no compartió la muerte, se adormeció, fue asunta al Reino celestial. Su gran secreto es: “Aquí estoy para hacer la voluntad de Dios”.
 
Nuestra querida Madre del cielo logró hacer la voluntad de Dios, porque permitió que la Palabra de Dios le indicara siempre el camino a recorrer. Desde el momento en que se convierte en Madre de Dios, le promete a Dios que su vida se regirá por la Palabra. (cfr. Lucas 1, 26-38). María comparte su fe, su alegría y su esperanza con su prima Santa Isabel. (cfr. Lucas 1, 39-56). Nuestra querida madre, da a luz al Redentor del mundo. Ella en comunión con san José, siguen haciendo la voluntad de Dios. (Lucas 2, 1-14).
 
            Si se trata de hacer la voluntad, Los Padres del Maestro de Nazareth, cumplen con la Palabra de Dios, con la ley de Dios: viajan a Jerusalén para presentar a su Hijo. (cfr. Lucas 2, 22-40). María cuida permanente a su Hijo, lo escucha, lo acompaña, hace lo que Dios le va indicando. Por ejemplo: Lo busca y lo encuentra con los doctores de la ley. (cfr. Lucas 2, 41-52). Obedece a su Hijo en las bodas en Caná de Galilea (cfr. Juan 2, 1-12). María acepta la misión de ser madre de todos los creyentes. (cfr. Juan 19, 26-27). 
 
            Preguntémonos, ¿En qué consiste la voluntad de Dios? La Escritura enseña que el sabio debe comprender que la voluntad de Dios es darle la Palabra al Espíritu de Dios. Dejarse guiar por el Espíritu de Dios. Permitir que el Espíritu de Dios nos indique el camino a seguir. La voluntad de Dios es que no apaguemos el Espíritu, no despreciemos el don de profecía, debemos guardarnos de toda forma de maldad. (cfr. 1 Tesalonicenses 5, 16-24).  El mismo Jesucristo cumple perfectamente su misión gracias a que se pone a disposición de su Padre celestial y le dice: “Aquí estoy oh Dios para hacer tu voluntad”. (Hebreos 10, 5-7).
 
  Quien desee gozar de la dicha del Señor, debe aprender primero a hacer la voluntad de Dios; a escuchar su Palabra, a recibir su Palabra, a contemplar su Palabra, pues, el mismo Dios indica que quien escuche su Palabra y la ponga en práctica será como aquel que edificó su casa sobre la roca. En otras palabras, acepta la mediación de Dios, se deja aconsejar, se deja iluminar por el Espíritu del Señor. Encuentra la seguridad de toda su vida.  Aprendamos a edificar nuestras vidas sobre la roca firme, sobre la Palabra del Señor, que es alimento, que es vida, que es sabiduría, que es Gracia, es perdón, es milagro, es fuerza que finiquita cualquier mal.
 
El Papa Francisco enseña que una persona hace la voluntad de Dios, cuando se abandona al amor del Padre celestial. ¿Cuál es la voluntad de Dios encarnada en Jesús? Buscar y salvar lo que estaba perdido. Y nosotros, en la oración, pedimos que la búsqueda de Dios sea exitosa, que su plan universal de salvación se cumpla”. San Pablo, en su primera carta a Timoteo, escribe: ‘Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’. Esta, sin duda, es la voluntad de Dios. (cfr. Audiencia, 20 de marzo, 2019).
 
El Papa Benedicto XVI afirma que el camino de la perfección en la fe consiste en hacer la voluntad de Dios. Por ejemplo, Dios enseña el camino correcto: “Serán santos porque yo soy santo” (Levítico 19, 1). “Amarán a Dios, amarán a los demás y se amarán a ustedes mismos” (Levítico 19, 8). El mismo Hijo de Dios también llama a la santidad diciendo: “Sean perfectos, como es perfecto el Padre celestial” (Mateo 5, 48). Nuestra perfección es vivir con humildad como hijos de Dios cumpliendo concretamente su voluntad. San Cipriano escribía que la paternidad de Dios debe corresponder un comportamiento de hijos de Dios, para que Dios sea glorificado y alabado por la buena conducta del hombre.  (cfr. Ángelus, 20 de febrero, 2011).
 

CUARTA PALABRA
“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” (Mateo 27, 46).
 
La confianza es la virtud que nos permite sostener nuestra vida de fe ante los momentos más difíciles. Cuando le damos la palabra a Dios no perdemos la Esperanza, no aceptamos la derrota, luchamos contra toda tentación que pretenda desviar nuestra vida. Aprendemos a abandonarnos totalmente ante la bondad de Dios.
 
            Aprendemos siempre a tener plena confianza en Dios. Santa Teresa de Jesús y de la santa faz, recomendaba: “Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá en pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él.” En materia de confianza para poder vivirla es necesario definirla: Todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios. No es que seamos competentes nosotros mismos, sino que es la bondad de Dios. El apóstol san Pablo nos recuerda: Confiamos más en Dios que en nuestras propias fuerzas. (cfr. 2 Corintios 3, 4-6).
 
            La confianza y la oración tienen su razón de ser en la fe. Los efectos esperados nacen de la fe como la persona pone su confianza en Dios. Confiar en Dios y no en la propia inteligencia. (Proverbios 3, 5-6). La oración con fe produce milagros. (cfr. Santiago 5, 15).  Debemos aprender a vencer el miedo. El amor de Dios se impone. La grandeza de Dios se impone. La confianza de Dios se impone. El poder de Dios detiene cualquier tempestad que pretenda someter a quienes anunciar el mensaje de salvación. Vencemos el miedo viviendo de acuerdo a los sacramentos que nos ha dado la Iglesia. 

La Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, son excelentes armas contra el miedo. La oración nos permite vivir en paz y ser fuertes ante el miedo. Quien cumple los mandamientos de la ley de Dios, aprende a amar y a vencer las tentaciones.
 
Aprendemos a enfrentar el miedo, a confiar más en la fortaleza y la Gracia de Jesús de Nazareth.  Un excelente psiquiatra, psicoterapeuta y escritor, analizando la vida de Jesucristo enseñaba: °°° “La historia de Jesucristo es el mayor laboratorio de autoestima para la humanidad °°° vale la pena vivir la vida, aunque tengamos dificultades, aunque lloremos, aunque seamos derrotados, aunque algunas enfermedades nos provoquen vergüenza. Nunca hay que desistir en este caminar. Hay que caminar, aunque tengamos miedo de tropezar, si tropezamos no tengamos miedo de herir, y si herimos hay que tener el valor para corregir” (cfr. Augusto Cury). 
 
El mayor consejo para nuestras vidas, hasta la eternidad, es que pongamos siempre nuestra confianza en Dios. “Jesús dijo a sus discípulos: No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban.” °°° (Mateo 6, 19).
 
El Papa Benedicto XVI propone la esperanza como virtud para vivir en este mundo y poder ganar la vida eterna.  Dice el santo Padre: Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. (cfr. Encíclica, Spe Salvi Facti Sumus, 1).  Ponemos más la esperanza en Dios y menos en las cosas materiales de este mundo.  
 

QUINTA PALABRA
“Tengo Sed” 
(Juan 19, 28)
Siempre nos sentiremos necesitados de Dios. Todos tenemos necesidades. Todos vivimos momentos en que tendremos que decirle a los demás, lo que necesitamos de ellos, siempre buscaremos a alguien que calme nuestra sed, que nos ofrezca una oportunidad, que nos regale un vaso con agua, que nos ofrezca la paz y la tranquilidad que tanto necesitamos.
 
El santo Evangelio nos propone como ejemplo a los niños, quienes siempre son los seres que demuestran a los demás su humildad y el buen ejemplo de sentirse necesitados de los demás. Los niños no son autosuficientes sino necesitados del amor, del aprecio, del cariño y de la enseñanza de los demás. Sabiamente enseña el Hijo de Dios. “Quienes aprenden a ser como niños, ganarán el Reino de los cielos” (Mateo 19, 13-15).
 
Pensemos en los códigos de un proyecto de vida: Los pobres en el espíritu, son los sencillos, abiertos a los demás, necesitados de Dios, que no se apegan a las cosas materiales. Los mansos, son personas serenas, tranquilas, tolerantes, pacíficas, respetuosas del pensamiento de los demás.  Los que lloran, son los que tienen valor ante el sufrimiento, el dolor, el fracaso. Saben llevar la Cruz. Los que desean una sociedad justa e igualitaria.  
 
Cuando una persona acepta que siente necesidad de Dios, que necesita de los demás. Aprende una buena lección en su vida: Nada es imposible para Dios. Todo es posible para quien demuestra su necesidad de Dios.
            El creador tiene una cantidad de actitudes y gestos maravillosos con el pueblo de Israel que miles de personas le reconocieron el ser un Dios bueno, rico en misericordia, cumplidor de sus promesas, atento a las necesidades de su pueblo. Por ejemplo: Moisés libera a los israelitas de la esclavitud, en nombre de Dios. (cfr. Éxodo 5, 1-9). Dios guía a su pueblo a la liberación con una columna de nube y una de fuego. (cfr. Éxodo 13, 3. 21-22).
 
Dios no solo cumple sus promesas, sino que también ofrece vida eterna. (cfr. 1 Juan 5, 11). Dios promete abundancia en las necesidades a todos aquellos que crean en Él (cfr. Filipenses 4, 19). Dios promete descanso y alivio para todos los que se sientan cansados. (cfr. Mateo 11, 28). Dios cumple su promesa de bendición para el pueblo de Israel y la tribu de Judá. (cfr. Jeremías 33, 14-16).
 
            El Papa Francisco parodiando una parábola del santo Evangelio nos permite comprender la importancia que tiene para la fe de una persona el sentirse necesitado de Dios. Un primer ejemplo es no caer en la tentación de aquella persona autosuficiente que cree que ya cumplió con todo lo mandado por Dios y no tiene necesidad de mas nada. Un segundo ejemplo, la persona humilde y sincera que sabe orar a Dios y ubicarse en el sitio que le corresponde a quien necesita de Dios.
 
            Dice el santo Padre: “La oración del fariseo comienza así: «Oh Dios, te agradezco». Es un buen inicio, porque la mejor oración es la de acción de gracias y alabanza. Pero enseguida vemos el motivo de ese agradecimiento: «porque no soy como los demás hombres» (Lucas 18, 11). Y, además, explica el motivo: porque ayuna dos veces a la semana, cuando entonces la obligación era una vez al año; paga el diezmo de todo lo que tiene, cuando lo establecido era sólo en base a los productos más importantes (cf. Deuteronomio 14, 22 ss.).
 
 En definitiva, presume porque cumple unos preceptos particulares de manera óptima. Pero olvida el más grande: amar a Dios y al prójimo (cf. Mateo 22, 36-40). Satisfecho de su propia seguridad, de su propia capacidad de observar los mandamientos, de los propios méritos y virtudes, sólo está centrado en sí mismo. No tiene amor. Pero, como dice san Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada (cf. 1 Corintios 13)
El Papa invita a «pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres» (Fuente: Zenit. Homilía 27 de octubre, 2019).
 

SEXTA PALABRA
“Todo se ha consumado”. 
(Juan 19, 30).
Jesucristo cumplió perfectamente con su misión. El Hijo de Dios nos regala una bella y humilde enseñanza, donde debemos aprender a decirle directamente a Dios si cumplimos o no cumplimos con la misión que Él mismo nos encomendó, la misión que cada persona eligió, la misión que embarga el don o el talento que cada persona posee.
 
Todos los que se han dejado guiar por el espíritu del Evangelio, han logrado el éxito en la misión. Por ejemplo: San Pablo es un paradigma de aquella persona que escuchó a Dios y cumplió su misión. Inició con su conversión y se arrepintió de su conducta inadecuada. (cfr. Gálatas 1, 13). Empezó a evangelizar siendo muy fiel al pedido de Jesucristo y selló su gran misión con sus epístolas. Le enseñó a la humanidad que cuando las cosas no se hacen con amor, no somos nada. Evangelizar tiene que ver con el amor a los demás. (cfr. 1 Corintios 13, 2).
 
San Pedro sintetiza su misión anunciándola con los mismos sentimientos de Cristo. Dios acepta con agrado a todos los que practican la justicia. (cfr. Hechos 10, 34-38). El Papa Francisco recomienda el testimonio de vida, como el primer y gran medio para cumplir la misión de evangelización. Es transmitir al Dios que cada cual lleva en su corazón. (cfr. Audiencia, 22 de marzo, 2023).
 
Nuestra Iglesia Católica nos enseña que el Verbo o la Palabra de Dios, se encarnó, se hizo hombre para cumplir una misión ante el mundo. La razón de su encarnación fue para salvarnos reconciliándonos con Dios. (cfr. 1 de Juan 4, 10). Dios envió a su hijo para salvar el mundo. (cfr. 1 de Juan 4, 14). Los creyentes logramos conocer el amor de Dios gracias a que la Palabra divina se encarnó y nos permitió conocer el amor de Dios. (cfr. 1 de Juan 4, 9). El Verbo encarnado es un ejemplo de santidad para nosotros. (Mateo 11, 29). (cfr. Catecismo. 456-459). 
 
Los padres del Maestro de Nazareth cumplieron perfectamente con su misión. Ambos fueron obedientes al mandato divino. Ambos fueron respetuosos de la misión de su Hijo. San José cumplió bien su misión de padre, esposo y modelo de vida cristiana para los demás. María Santísima cumplió prudentemente su misión. Jesucristo advierte a sus padres que Él debe cumplir su misión, Él debe ocuparse de los asuntos de su Padre. (cfr. Lucas 2, 41-51). Jesucristo es el mayor ejemplo de la fidelidad. Cumplió su misión perfectamente bien, gracias a su fidelidad al Padre celestial. La Santísima Virgen María permaneció fiel al mandato de su Señor “Hágase en mí según su Palabra”. 
 
El Papa Francisco nos recomienda cumplir siempre con nuestra misión. Tomando como punto de reflexión la parábola del banquete nupcial (cfr. Mateo 22, 1-14) el Papa enseña: a misión es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios. ¡Incansable! Dios, grande en el amor y rico en misericordia, está siempre en salida al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad de su Reino, a pesar de la indiferencia o el rechazo.
 
Así, Jesucristo, buen pastor y enviado del Padre, iba en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel y deseaba ir más allá para llegar también a las ovejas más lejanas (cf. Juan 10,16). Él dijo a los discípulos, tanto antes como después de su resurrección: “¡Vayan!”, involucrándolos en su misma misión (Lucas 10,3; Mc 16,15). Por esto, la Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá saliendo una y otra vez sin cansarse o desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor. (cfr. Mensaje 20 de octubre, 2024).
 

SÉPTIMA PALABRA
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46).
Toda nuestra confianza, todo el éxito de nuestra misión, se la debemos confiar plenamente a Dios. Debemos tomar conciencia que sin Dios nada podemos hacer. El Hijo de Dios terminó su misión y se encomendó a su Padre celestial y dejó que continuará la obra del Espíritu Santo.
 
El buen discípulo logrará cumplir con la misión encomendada en la medida en que guarde unos compromisos con el Maestro. Que confíe en el Espíritu de Dios. El primer compromiso es siempre estar en unidad de vida con el Hijo de Dios. Cuando el discípulo se independiza o prefiere realizar la misión que él piensa que debe hacer, se pierde la conexión con su Maestro y por ende ya no da fruto. El Maestro recuerda: “Separados de mí, nada pueden hacer”. (Juan 15, 5). El apóstol san Pablo recomienda que permanezcamos unidos en el mismo espíritu, eso es Iglesia. (cfr. Efesios 4, 1-5).
 
            El segundo compromiso es la oración. Cada discípulo debe comprender que el Salvador del mundo desde su bautismo hasta la muerte en Cruz, conservó el poder y la gracia que ofrece la oración. El Maestro dice: “Pidan lo que quieran y lo conseguirán”. (Juan 15, 7).  El creador del mundo le encomendó a cada persona trabajar y cuidar la obra divina. (cfr. Génesis 2, 15). Jesucristo obedeció la misión que le encomendó su Padre celestial y ganó la salvación con la muerte y una muerte en la Cruz. (cfr. Hebreos 5, 8).
 
El Papa Francisco enseña en dónde está la fuente viva de toda la labor apostólica: “La misión “no es obra nuestra, sino de Dios; no la hacemos solos, sino movidos por el Espíritu y dóciles a su acción”.  (cfr. Mensaje, 12 de mayo, 2023).   
 
La verdadera alegría ante la misión cumplida se encuentra en el cielo. Es necesario y obligatorio confiar en la acción del Espíritu Santo, no creer en los tales poderes nuestros.  Esa es una sabia enseñanza del Nazareno para asumir cualquier tarea que Dios nos encomiende. Es sabia porque evita tentaciones que han terminado con excelentes misioneros. La pregunta sería: ¿Qué debo evitar para llevar a cabo la misión encomendada? La respuesta es: Hay que estar atentos ante la vanidad, la soberbia, el poder, la extendida fama. Un buen ejemplo es de los 72 misioneros que envía Jesucristo y cuando regresan de la misión dicen a su Maestro: “Señor, hasta los espíritus se nos someten” (Lucas 10, 17). El Maestro aconseja: “Alégrense porque sus nombres queden inscritos en el cielo”. No a la tentación del poder.
 
 
El Papa Francisco recomienda dejarnos guiar por el Espíritu Santo. el Espíritu no sólo nos recuerda por dónde empezar, sino que también nos enseña qué caminos tomar:
"san Pablo explica que «quienes se dejan conducir por el Espíritu de Dios» (Romanos 8, 14) caminan «según el Espíritu y no según la carne» (v. 4). En otras palabras, el Espíritu, frente a las encrucijadas de la existencia, nos sugiere el mejor camino a recorrer. Por eso es importante saber discernir su voz de la del espíritu del mal, ambos nos hablan: aprender a discernir para entender dónde está la voz del Espíritu, para reconocerla y seguir el camino, para seguir las cosas que nos dice".
 
"El mal espíritu, en cambio, te empuja a hacer siempre lo que tú quieras y te guste; te lleva a creer que tienes derecho a usar tu libertad como te parezca. Pero después, cuando te quedas vacío interiormente, te acusa y te tira al suelo. El Espíritu Santo, que te corrige a lo largo del camino, nunca te deja tirado en el suelo, sino que siempre te toma de la mano, te consuela y te alienta".
 
En cada época, el Espíritu le da vuelta a nuestros esquemas y nos abre a su novedad; "siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma, de no ser un rebaño que refuerza el recinto, sino un prado abierto para que todos puedan alimentarse de la belleza de Dios, una casa acogedora sin muros divisorios".
 
El Espíritu mundano, nos presiona para que sólo nos concentremos en nuestros problemas e intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias nacionales y de grupo. El Espíritu Santo no. Él nos invita a olvidarnos de nosotros mismos y a abrirnos a todos. Y así rejuvenece a la Iglesia. (cfr. Homilía, 5 de junio, 2022)