27 de marzo 2025. EL SÍMBOLO QUE RESUME LA ESENCIA DEL CRISTIANISMO ES EL MADERO DE LA CRUZ
Orientador:
Padre Jairo Yate Ramírez
Arquidiócesis
de Ibagué.
El dolor se
transforma en gloria y Esperanza. Este es el espíritu del viernes santo. Espíritu de dolor, espíritu de
sufrimiento, espíritu de conquista, espíritu de salvación, espíritu de
patriotismo. El dolor se transforma en gloria y esperanza por la fuerza del
amor.
Cuando contemplamos a Cristo
crucificado, descubrimos la extraordinaria riqueza que emana del madero de la
cruz, con un solo objetivo, el bien de cada uno de nosotros. Allí pende, su
sacerdocio, su realización, su visión profética, su sacrificio redentor, su martirio,
el hombre que sufre, el Dios que salva, el hombre que se hace solidario, el
Dios que perdona, la Iglesia misma que nace del costado de Cristo. Nos decidimos a aceptar el sufrimiento humano
como un valor, como parte integrante de lo que significa el camino de la vida.
La Sagrada Escritura nos recuerda: Al
llegar al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron allí, y con él a los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. (Mientras tanto Jesús
decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.») Después los
soldados se repartieron sus ropas echándolas a suerte. (Lucas 23, 33-34).
Había sobre la cruz un letrero que
decía: «Este es el rey de los judíos.»
Uno de los
malhechores que estaban crucificados con Jesús lo insultaba: «¿No eres tú el
Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y también a nosotros!» Pero el otro lo reprendió
diciendo: «¿No temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? Nosotros lo
hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho, pero éste no ha hecho nada
malo.» Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino.»
Jesús le respondió: «En verdad te digo que
hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.» Hacia el mediodía se ocultó el
sol y todo el país quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. En ese
momento la cortina del Templo se rasgó por la mitad, y Jesús gritó muy fuerte:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y dichas estas palabras,
expiró. (Lucas 23, 40-46)
Nuestro Credo en la Iglesia
Católica nos recuerda: “Jesucristo padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue
crucificado, muerto y sepultado.” Vamos a detener nuestro pensamiento hoy
al meditar la siguiente frase: “Jesucristo murió crucificado” De acuerdo al
santo Evangelio sabemos que: “el sumo sacerdote Caifás les propuso
profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca
toda la nación" (Juan 11, 49-50).
El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (Mateo 26, 66) como
blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Juan
18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lucas
23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de
"sedición" (Lucas 23, 19). Son también las amenazas políticas las que
los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a
Jesús (cf. Juan 19, 12. 15. 21). (cfr. Catecismo, numeral 596). Cristo murió
por nuestros pecados según las Escrituras. (1 Corintios 15, 3).
Una manera muy sana para aprender
a convivir con los demás, a valorar a los demás, a no convertirnos en
jueces de los demás, es seguir las enseñanzas del Hijo de Dios: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34)
Dios nos invita para que nos
convirtamos en misioneros de la misericordia. Los tres años del ministerio
del Nazareno se distinguieron por su caridad y misericordia. Por el sentido
altruista como se debe vivir una buena religión. Dice el Salvador del mundo:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23, 43).
La presencia de la Santísima Virgen
junto al madero de la Cruz es un excelente motivo de Esperanza cristiana. Es
motivo de dolor, motivo de alivio, motivo para pensar, cuánto bien podemos
hacer a los demás, cuando vivimos nuestra fe haciendo la voluntad de Dios,
como lo hizo nuestra madre celestial. El Hijo de Dios le dice al mundo: “He
aquí a tu Hijo, he aquí a tu Madre” (Juan 19, 26)
La fe y la confianza en Dios
cambian notablemente nuestras vidas. Quien se acoge a la bondad de Dios
logra su proyecto de vida, logra su salud, logra el perdón, logra la presencia
permanente de Dios. El Hijo de Timeo, Bartimeo, dice: “Jesús hijo de David ten
piedad de mí”. Jesucristo le dice a su padre celestial: “Dios mío, Dios mío,
por qué me has abandonado” (Mateo 27, 46).
Nos hace mucha falta la gracia,
el amor, la paz y las bendiciones que vienen de Dios. Nunca nos sentiremos
totalmente saciados. Siempre habrá un momento para decir como el Maestro en
medio del sufrimiento: “Tengo Sed” (Juan 19, 28)
Para Dios es importante el día
del reposo, en orden al trabajo que cada persona produce o a la
satisfacción que se pueda sentir por la misión cumplida. “Acuérdate del día de
reposo para santificarlo” (Éxodo 20, 8-11). El Nazareno llevó su misión hasta
su plenitud y terminó diciendo “Todo se ha consumado”. (Juan 19, 30).
Toda nuestra confianza a lo que
somos y a la misión que cumplimos debe estar plenamente centrada en Dios. Aprendemos
a enfrentar el miedo, a confiar más en la fortaleza y la Gracia de Jesús de
Nazareth. Un excelente psiquiatra,
psicoterapeuta y escritor, analizando la vida de Jesucristo enseñaba: °°°
Alguien en la historia enseñaba: “La historia de Jesucristo es el mayor
laboratorio de autoestima para la humanidad °°° Jesús nos enseña: “Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46).
La Cruz de Cristo
nos revela que tu amor, es más fuerte que todo, el don misterioso y fecundo,
que mana de la cruz.
LOS INVITO PARA
QUE PENSEMOS EN LAS GRANDES ENSEÑANZAS DEL HIJO DE DIOS EN SUS SABIAS PALABRAS.
“Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34)
El poder de Dios se traduce en sanar, en perdonar,
en devolver las esperanzas a la humanidad. El Hijo de Dios se preocupa por el bienestar de
cada persona. Cuando se trata de pensar en la felicidad de cada persona,
desaparece el legalismo, la exclusión de los demás, el mal uso del poder. Jesús
el gran maestro de la vida, prefirió trabajar con personas difíciles. En la
mente de un judío no cabe la posibilidad de sanar en tiempos no indicados ni
muchos menos perdonar pecados. El
cristiano sin el aliento del Espíritu convierte la religión en una carga
insoportable. San Pedro piensa que es mejor sufrir por hacer el bien. (1 Pedro
3, 17).
Vale la pena invertir en el ser
humano. Cristo trabajó pacientemente con todo tipo de personas, e incluso
aquellas que eran consideradas escoria de la sociedad. Nos enseñó el arte
de amar, de hacer el bien, de practicar la justicia. El mismo Jesús propone
quitarnos la máscara de lo social y a descubrir que la felicidad no está en los
aplausos de la multitud, ni en el ejercicio del poder, ni siquiera en el ininteligible
concepto de la ley. Jesucristo nos pone a pensar: “Si tu hermano te pide un
favor a medianoche, al menos por ser inoportuno te levantas y lo atiendes”.
(cfr. Lucas 11, 5-13).
La
misericordia es la forma como Dios perdona. El poder de Dios va más allá de lo
que una persona se lo puede imaginar. “Perdonar pecados, sanar personas”.
Sin lugar a equivocarnos podemos decir que la fe obra milagros. La fe, la actitud, la perseverancia, la
dedicación, la insistencia de 4 personas lograron el resultado inmediato de que
Jesús de Nazareth tomara la decisión de decirle a una persona “Tus pecados
están perdonados”. (cfr. Marcos 2, 12).
Necesitamos
perdonar a los demás porque hemos sido perdonados. Nadie entiende por qué escribas y fariseos,
preguntan: ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios? Jesucristo recomienda
desde la misericordia a cada persona que no vuelva a pecar. Jesucristo defiende
al pecador y plantea la misericordia. (cfr. Carta Apostólica, Misericordia et
Misera). El Hijo de Dios nos advierte: Si
perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los
perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los
perdonará a ustedes.” (cfr. Mateo 6, 7-15).
Perdonar es
salud para el alma. Enseña el santo Evangelio: “Se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor,
si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete
veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete.” (Mateo 18, 21).
El perdón hace
parte de la salud mental de cada persona. El Hijo de Dios recomienda perdonar
para poder vivir en paz con Dios, para liberar el alma, para llevar a cabo un mandato bien difícil de
asimilar. Hay situaciones y momentos tan complicados en las personas, hay
dolores tan intensos, hay difamaciones tan terribles, hay pérdida de la
dignidad ante los demás seres humanos, que alguien podría decir, esa persona no
merece el perdón.
El perdón se
convierte en un acto maravilloso que corresponde a la bondad humana. Cuando se
perdona y se deja a Dios lo que es de Dios, la persona se libera de unas faltas que nacen
con el NO PERDÓN: El odio, el rencor, la venganza, el desearle el mal al otro.
La Escritura educa nuestros pensamientos y sentimientos con una parábola
denominada “El siervo inmisericorde”. Una buena pregunta sería: ¿Cómo se
explica que alguien sea perdonado y sale al encuentro de otra persona y la
crucifica por una deuda? - (cfr. Mateo 18, 30).
“Hoy estarás
conmigo en el paraíso” (Lucas 23, 43).
Jesucristo es
nuestro ejemplar modelo de la bondad y la misericordia. Para muchas personas
les puede parece difícil darle la mano a los demás cuando se equivocan, cuando
se dejan llevar de la tentación, cuando fallan en su proyecto de vida.
Para Dios si es posible tener misericordia y no
condenar. Dice el santo
Evangelio: quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿Dónde están tus acusadores?;
¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». (cfr. Juan 8, 1-11.
Consideramos a Jesucristo como el Maestro de: La
bondad, la escucha, la misericordia, el perdón, levantar la dignidad de una
persona, invita a cada
persona a cumplir con la justicia divina, “Vete y no vuelvas a pecar”. Es el Maestro de la misericordia, porque en
todo momento no está interesado en juzgar nuestros actos, lo que hace es
extender su mano y ofrecer el sabio consejo a quien está equivocado o se ha
dejado llevar por el mal camino. Es rico en misericordia por su gran amor con
la humanidad. (cfr. Efesios 2, 4-5).
Es el Maestro del perdón. Para
Dios es más importante reconciliar las personas y no condenarlas. En todo
momento ofrece su perdón, su bondad, su comprensión, con todas aquellas
veces que hemos pecado. Por ejemplo: Será dichosa la persona a quien Dios no le
tiene en cuenta la maldad. (cfr. Salmo 32). El Rey David siente el perdón y la
bondad de Dios, ante el pecado gravísimo que ha cometido y lo expresa diciendo:
“Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado” (Salmo 51).
Saulo realizaba muchos estragos a la
Iglesia en su momento. Dios lo perdonó y este hombre se convirtió en san Pablo,
escuchó la voz de Dios, su perdón. De perseguidor pasó a ser excelente apóstol
del Maestro. (cfr. Hechos 9, 1-9). El Maestro levanta la dignidad a las
personas. Mientras los seres humanos condenan a los demás, Jesucristo
ofrece su mano, levanta su ánimo y los conduce por el buen camino. Por ejemplo:
“Mujer, en adelante no peques más” (Juan 1, 11). Jesús dice al leproso: “Si
quiero, quedas limpio” (Mateo 8, 1-4).
El poder de la Palabra de Dios se
convierte en misericordia. Se convierte en caridad. Se convierte en delicadeza
con los demás. Se convierte en escuchar a los demás. Se convierte en
respeto por los demás. Se convierte en derrotar al mayor enemigo, que es el
demonio. Ese es el gran secreto de la Palabra y de la persona que lo
anuncia. Tener autoridad es contar con
la presencia del Espíritu de Dios.
Cuando cada persona pone más su confianza en Dios, va adquiriendo mayor
capacidad de hacer tanto bien a los demás. Su sabiduría y sus talentos se
convierten en servicio desinteresado para los demás, para la misma Iglesia. Jesucristo
detiene al demonio y propone su bondad y misericordia con las personas.
Dice el Evangelio: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para
acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Pero Jesús lo
increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. °°° (cfr. Lucas 4, 31-37).
“He aquí a tu
Hijo, he aquí a tu Madre” (Juan 19, 26)
María Santísima
es la madre de todos los que somos creyentes.
Nuestra querida
Madre del cielo se distinguió y logró cumplir a perfección
la misión que Dios le encomendó, gracias a que siempre hizo la voluntad de
Dios.
Desde un primer
momento ella le dijo al Padre celestial: “Hágase en mí según tu Palabra”.
(Lucas 1, 38) Ella no compartió el pecado original, fue concebida sin mancha,
no compartió la muerte, se adormeció, fue asunta al Reino celestial. Su gran
secreto es: “Aquí estoy para hacer la voluntad de Dios”.
Nuestra querida
Madre del cielo logró hacer la voluntad de Dios, porque permitió que la Palabra
de Dios le indicara siempre el camino a recorrer. Desde el momento en que se
convierte en Madre de Dios, le promete a Dios que su vida se regirá por la
Palabra. (cfr. Lucas 1, 26-38). María comparte su fe, su alegría y su esperanza
con su prima Santa Isabel. (cfr. Lucas 1, 39-56). Nuestra querida madre, da a
luz al Redentor del mundo. Ella en comunión con san José, siguen haciendo la
voluntad de Dios. (Lucas 2, 1-14).
Si se trata de hacer la voluntad,
Los Padres del Maestro de Nazareth, cumplen con la Palabra de Dios, con la ley
de Dios: viajan a Jerusalén para presentar a su Hijo. (cfr. Lucas 2,
22-40). María cuida permanente a su Hijo, lo escucha, lo acompaña, hace lo que
Dios le va indicando. Por ejemplo: Lo busca y lo encuentra con los doctores de
la ley. (cfr. Lucas 2, 41-52). Obedece a su Hijo en las bodas en Caná de
Galilea (cfr. Juan 2, 1-12). María acepta la misión de ser madre de todos los
creyentes. (cfr. Juan 19, 26-27).
Preguntémonos, ¿En qué consiste
la voluntad de Dios? La Escritura enseña que el sabio debe comprender que la
voluntad de Dios es darle la Palabra al Espíritu de Dios. Dejarse guiar por
el Espíritu de Dios. Permitir que el Espíritu de Dios nos indique el camino a
seguir. La voluntad de Dios es que no apaguemos el Espíritu, no despreciemos el
don de profecía, debemos guardarnos de toda forma de maldad. (cfr. 1 Tesalonicenses
5, 16-24). El mismo Jesucristo cumple
perfectamente su misión gracias a que se pone a disposición de su Padre
celestial y le dice: “Aquí estoy oh Dios para hacer tu voluntad”. (Hebreos
10, 5-7).
Quien desee gozar de la dicha del
Señor, debe aprender primero a hacer la voluntad de Dios; a escuchar su
Palabra, a recibir su Palabra, a contemplar su Palabra, pues, el mismo Dios
indica que quien escuche su Palabra y la ponga en práctica será como aquel que
edificó su casa sobre la roca. En otras palabras, acepta la mediación de
Dios, se deja aconsejar, se deja iluminar por el Espíritu del Señor. Encuentra
la seguridad de toda su vida. Aprendamos
a edificar nuestras vidas sobre la roca firme, sobre la Palabra del Señor, que
es alimento, que es vida, que es sabiduría, que es Gracia, es perdón, es
milagro, es fuerza que finiquita cualquier mal.
El Papa Francisco enseña que una persona hace la
voluntad de Dios, cuando se abandona al amor del Padre celestial. ¿Cuál es la voluntad de Dios encarnada
en Jesús? Buscar y salvar lo que estaba perdido. Y nosotros, en la oración,
pedimos que la búsqueda de Dios sea exitosa, que su plan universal de salvación
se cumpla”. San Pablo, en su primera carta a Timoteo, escribe: ‘Dios quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’. Esta, sin
duda, es la voluntad de Dios. (cfr. Audiencia, 20 de marzo, 2019).
El Papa Benedicto XVI afirma que el camino de la
perfección en la fe consiste en hacer la voluntad de Dios. Por ejemplo, Dios enseña el camino
correcto: “Serán santos porque yo soy santo” (Levítico 19, 1). “Amarán a Dios,
amarán a los demás y se amarán a ustedes mismos” (Levítico 19, 8). El mismo
Hijo de Dios también llama a la santidad diciendo: “Sean perfectos, como es
perfecto el Padre celestial” (Mateo 5, 48). Nuestra perfección es vivir con
humildad como hijos de Dios cumpliendo concretamente su voluntad. San Cipriano
escribía que la paternidad de Dios debe corresponder un comportamiento de hijos
de Dios, para que Dios sea glorificado y alabado por la buena conducta del
hombre. (cfr. Ángelus, 20 de febrero,
2011).
“Dios mío, Dios
mío, por qué me has abandonado” (Mateo 27, 46).
La confianza es la virtud que nos permite sostener nuestra vida de fe ante
los momentos más difíciles. Cuando le damos la palabra a Dios no perdemos la
Esperanza, no aceptamos la derrota, luchamos contra toda tentación que pretenda
desviar nuestra vida. Aprendemos a abandonarnos totalmente ante la bondad de
Dios.
Aprendemos siempre a tener plena
confianza en Dios. Santa Teresa de Jesús y de la santa faz, recomendaba:
“Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá en pie
ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él.” En materia de confianza
para poder vivirla es necesario definirla: Todo lo que somos y tenemos se lo
debemos a Dios. No es que seamos competentes nosotros mismos, sino que es
la bondad de Dios. El apóstol san Pablo nos recuerda: Confiamos más en Dios que
en nuestras propias fuerzas. (cfr. 2 Corintios 3, 4-6).
La confianza y la oración tienen
su razón de ser en la fe. Los efectos esperados nacen de la fe como la
persona pone su confianza en Dios. Confiar en Dios y no en la propia
inteligencia. (Proverbios 3, 5-6). La oración con fe produce milagros. (cfr.
Santiago 5, 15). Debemos aprender a
vencer el miedo. El amor de Dios se impone. La grandeza de Dios se impone.
La confianza de Dios se impone. El poder de Dios detiene cualquier
tempestad que pretenda someter a quienes anunciar el mensaje de salvación.
Vencemos el miedo viviendo de acuerdo a los sacramentos que nos ha dado la
Iglesia.
La Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, son excelentes
armas contra el miedo. La oración nos permite vivir en paz y ser fuertes ante
el miedo. Quien cumple los mandamientos de la ley de Dios, aprende a amar y a
vencer las tentaciones.
Aprendemos a
enfrentar el miedo, a confiar más en la fortaleza y la Gracia de Jesús de
Nazareth. Un excelente psiquiatra, psicoterapeuta y
escritor, analizando la vida de Jesucristo enseñaba: °°° “La historia de
Jesucristo es el mayor laboratorio de autoestima para la humanidad °°° vale
la pena vivir la vida, aunque tengamos dificultades, aunque lloremos, aunque
seamos derrotados, aunque algunas enfermedades nos provoquen vergüenza. Nunca
hay que desistir en este caminar. Hay que caminar, aunque tengamos miedo de
tropezar, si tropezamos no tengamos miedo de herir, y si herimos hay que tener
el valor para corregir” (cfr. Augusto Cury).
El mayor
consejo para nuestras vidas, hasta la eternidad, es que pongamos siempre
nuestra confianza en Dios. “Jesús dijo a sus discípulos: No acumulen tesoros en la tierra, donde la
polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los
roban.” °°° (Mateo 6, 19).
El Papa Benedicto XVI propone la esperanza como
virtud para vivir en este mundo y poder ganar la vida eterna.
Dice el santo Padre: Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se
nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos
afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se
puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta
meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. (cfr.
Encíclica, Spe Salvi Facti Sumus, 1). Ponemos
más la esperanza en Dios y menos en las cosas materiales de este mundo.
“Tengo Sed”
(Juan
19, 28)
Siempre nos sentiremos necesitados de Dios. Todos tenemos necesidades.
Todos vivimos momentos en que tendremos que decirle a los demás, lo que
necesitamos de ellos, siempre buscaremos a alguien que calme nuestra sed, que
nos ofrezca una oportunidad, que nos regale un vaso con agua, que nos ofrezca
la paz y la tranquilidad que tanto necesitamos.
El santo Evangelio nos propone como ejemplo a los niños, quienes siempre
son los seres que demuestran a los demás su humildad y el buen ejemplo de
sentirse necesitados de los demás. Los niños no son autosuficientes sino
necesitados del amor, del aprecio, del cariño y de la enseñanza de los demás. Sabiamente
enseña el Hijo de Dios. “Quienes aprenden a ser como niños, ganarán el Reino de
los cielos” (Mateo 19, 13-15).
Pensemos en
los códigos de un proyecto de vida: Los pobres en el espíritu, son los
sencillos, abiertos a los demás, necesitados de Dios, que no se apegan a las cosas materiales. Los
mansos, son personas serenas, tranquilas, tolerantes, pacíficas, respetuosas
del pensamiento de los demás. Los que
lloran, son los que tienen valor ante el sufrimiento, el dolor, el fracaso.
Saben llevar la Cruz. Los que desean una sociedad justa e igualitaria.
Cuando una
persona acepta que siente necesidad de Dios, que necesita de los demás. Aprende
una buena lección en su vida: Nada es imposible para Dios. Todo es
posible para quien demuestra su necesidad de Dios.
El creador tiene una cantidad de
actitudes y gestos maravillosos con el pueblo de Israel que miles de personas
le reconocieron el ser un Dios bueno, rico en misericordia, cumplidor de
sus promesas, atento a las necesidades de su pueblo. Por ejemplo: Moisés libera
a los israelitas de la esclavitud, en nombre de Dios. (cfr. Éxodo 5, 1-9). Dios
guía a su pueblo a la liberación con una columna de nube y una de fuego. (cfr.
Éxodo 13, 3. 21-22).
Dios no solo
cumple sus promesas, sino que también ofrece vida eterna. (cfr. 1 Juan 5, 11). Dios
promete abundancia en las necesidades a todos aquellos que crean en Él
(cfr. Filipenses 4, 19). Dios promete descanso y alivio para todos los que se
sientan cansados. (cfr. Mateo 11, 28). Dios cumple su promesa de bendición para
el pueblo de Israel y la tribu de Judá. (cfr. Jeremías 33, 14-16).
El Papa Francisco parodiando una
parábola del santo Evangelio nos permite comprender la importancia que tiene
para la fe de una persona el sentirse necesitado de Dios. Un primer ejemplo
es no caer en la tentación de aquella persona autosuficiente que cree que ya
cumplió con todo lo mandado por Dios y no tiene necesidad de mas nada. Un
segundo ejemplo, la persona humilde y sincera que sabe orar a Dios y
ubicarse en el sitio que le corresponde a quien necesita de Dios.
Dice el santo Padre: “La oración del
fariseo comienza así: «Oh Dios, te agradezco». Es un buen inicio, porque la
mejor oración es la de acción de gracias y alabanza. Pero enseguida vemos el
motivo de ese agradecimiento: «porque no soy como los demás hombres» (Lucas
18, 11). Y, además, explica el motivo: porque ayuna dos veces a la semana,
cuando entonces la obligación era una vez al año; paga el diezmo de todo lo que
tiene, cuando lo establecido era sólo en base a los productos más importantes
(cf. Deuteronomio 14, 22 ss.).
En definitiva, presume porque cumple
unos preceptos particulares de manera óptima. Pero olvida el más grande: amar a
Dios y al prójimo (cf. Mateo 22, 36-40). Satisfecho de su propia seguridad,
de su propia capacidad de observar los mandamientos, de los propios méritos
y virtudes, sólo está centrado en sí mismo. No tiene amor. Pero, como dice san
Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada (cf. 1 Corintios 13)
El Papa invita a
«pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente
pobres» (Fuente: Zenit. Homilía 27 de octubre, 2019).
“Todo se ha
consumado”.
(Juan 19, 30).
Jesucristo
cumplió perfectamente con su misión. El Hijo de Dios nos regala una bella y humilde enseñanza, donde debemos
aprender a decirle directamente a Dios si cumplimos o no cumplimos con la
misión que Él mismo nos encomendó, la misión que cada persona eligió, la misión
que embarga el don o el talento que cada persona posee.
Todos los que se han dejado guiar por el espíritu
del Evangelio, han logrado el éxito en la misión. Por ejemplo: San Pablo es un paradigma de aquella persona que
escuchó a Dios y cumplió su misión. Inició con su conversión y se arrepintió de
su conducta inadecuada. (cfr. Gálatas 1, 13). Empezó a evangelizar siendo muy
fiel al pedido de Jesucristo y selló su gran misión con sus epístolas. Le
enseñó a la humanidad que cuando las cosas no se hacen con amor, no somos nada.
Evangelizar tiene que ver con el amor a los demás. (cfr. 1 Corintios 13, 2).
San Pedro sintetiza su misión anunciándola con los
mismos sentimientos de Cristo. Dios acepta con agrado a todos los que practican la justicia. (cfr.
Hechos 10, 34-38). El Papa Francisco recomienda el testimonio de vida, como el
primer y gran medio para cumplir la misión de evangelización. Es transmitir al
Dios que cada cual lleva en su corazón. (cfr. Audiencia, 22 de marzo, 2023).
Nuestra
Iglesia Católica nos enseña que el Verbo o la Palabra de Dios, se encarnó, se
hizo hombre para cumplir una misión ante el mundo. La razón de su encarnación fue para salvarnos
reconciliándonos con Dios. (cfr. 1 de Juan 4, 10). Dios envió a su hijo para
salvar el mundo. (cfr. 1 de Juan 4, 14). Los creyentes logramos conocer el amor
de Dios gracias a que la Palabra divina se encarnó y nos permitió conocer el
amor de Dios. (cfr. 1 de Juan 4, 9). El Verbo encarnado es un ejemplo de
santidad para nosotros. (Mateo 11, 29). (cfr. Catecismo. 456-459).
Los padres del
Maestro de Nazareth cumplieron perfectamente con su misión. Ambos fueron obedientes al mandato
divino. Ambos fueron respetuosos de la misión de su Hijo. San José cumplió bien
su misión de padre, esposo y modelo de vida cristiana para los demás. María
Santísima cumplió prudentemente su misión. Jesucristo advierte a sus padres que
Él debe cumplir su misión, Él debe ocuparse de los asuntos de su Padre. (cfr.
Lucas 2, 41-51). Jesucristo es el mayor ejemplo de la fidelidad. Cumplió su
misión perfectamente bien, gracias a su fidelidad al Padre celestial. La
Santísima Virgen María permaneció fiel al mandato de su Señor “Hágase en mí
según su Palabra”.
El Papa
Francisco nos recomienda cumplir siempre con nuestra misión. Tomando como punto
de reflexión la parábola del banquete nupcial (cfr. Mateo 22, 1-14) el Papa enseña: a misión es
un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la
comunión con Dios. ¡Incansable! Dios, grande en el amor y rico en misericordia,
está siempre en salida al encuentro de todo hombre para llamarlo a la felicidad
de su Reino, a pesar de la indiferencia o el rechazo.
Así, Jesucristo,
buen pastor y enviado del Padre, iba en busca de las ovejas perdidas del pueblo
de Israel y deseaba ir más allá para llegar también a las ovejas más lejanas
(cf. Juan 10,16). Él dijo a los discípulos, tanto antes como después de su
resurrección: “¡Vayan!”, involucrándolos en su misma misión (Lucas 10,3; Mc
16,15). Por esto, la Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá
saliendo una y otra vez sin cansarse o desanimarse ante las dificultades y
los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor. (cfr.
Mensaje 20 de octubre, 2024).
“Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46).
Toda nuestra
confianza, todo el éxito de nuestra misión, se la debemos confiar plenamente a
Dios. Debemos tomar conciencia que sin Dios nada podemos hacer. El Hijo de Dios
terminó su misión y se encomendó a su Padre celestial y dejó que continuará la
obra del Espíritu Santo.
El buen
discípulo logrará cumplir con la misión encomendada en la medida en que guarde
unos compromisos con el Maestro. Que confíe en el Espíritu de Dios. El primer compromiso es siempre estar
en unidad de vida con el Hijo de Dios. Cuando el discípulo se independiza o
prefiere realizar la misión que él piensa que debe hacer, se pierde la conexión
con su Maestro y por ende ya no da fruto. El Maestro recuerda: “Separados de
mí, nada pueden hacer”. (Juan 15, 5). El apóstol san Pablo recomienda que
permanezcamos unidos en el mismo espíritu, eso es Iglesia. (cfr. Efesios 4,
1-5).
El segundo compromiso es la oración.
Cada discípulo debe comprender que el Salvador del mundo desde su bautismo
hasta la muerte en Cruz, conservó el poder y la gracia que ofrece la oración.
El Maestro dice: “Pidan lo que quieran y lo conseguirán”. (Juan 15, 7). El creador del mundo le encomendó a cada
persona trabajar y cuidar la obra divina. (cfr. Génesis 2, 15). Jesucristo
obedeció la misión que le encomendó su Padre celestial y ganó la salvación con
la muerte y una muerte en la Cruz. (cfr. Hebreos 5, 8).
El Papa
Francisco enseña en dónde está la fuente viva de toda la labor apostólica: “La misión “no es obra nuestra, sino de
Dios; no la hacemos solos, sino movidos por el Espíritu y dóciles a su
acción”. (cfr. Mensaje, 12 de mayo,
2023).
La verdadera
alegría ante la misión cumplida se encuentra en el cielo. Es necesario y
obligatorio confiar en la acción del Espíritu Santo, no creer en los tales poderes nuestros. Esa es una sabia enseñanza del Nazareno para
asumir cualquier tarea que Dios nos encomiende. Es sabia porque evita
tentaciones que han terminado con excelentes misioneros. La pregunta sería:
¿Qué debo evitar para llevar a cabo la misión encomendada? La respuesta es: Hay
que estar atentos ante la vanidad, la soberbia, el poder, la extendida fama. Un
buen ejemplo es de los 72 misioneros que envía Jesucristo y cuando regresan de
la misión dicen a su Maestro: “Señor, hasta los espíritus se nos someten”
(Lucas 10, 17). El Maestro aconseja: “Alégrense porque sus nombres queden
inscritos en el cielo”. No a la tentación del poder.
El Papa
Francisco recomienda dejarnos guiar por el Espíritu Santo. el Espíritu no sólo
nos recuerda por dónde empezar, sino que también nos enseña qué caminos tomar:
"san Pablo
explica que «quienes se dejan conducir por el Espíritu de Dios» (Romanos 8, 14)
caminan «según el Espíritu y no según la carne» (v. 4). En otras palabras, el
Espíritu, frente a las encrucijadas de la existencia, nos sugiere el mejor
camino a recorrer. Por eso es importante saber discernir su voz de la del
espíritu del mal, ambos nos hablan: aprender a discernir para entender dónde
está la voz del Espíritu, para reconocerla y seguir el camino, para seguir las
cosas que nos dice".
"El mal
espíritu, en cambio, te empuja a hacer siempre lo que tú quieras y te guste; te
lleva a creer que tienes derecho a usar tu libertad como te parezca. Pero
después, cuando te quedas vacío interiormente, te acusa y te tira al suelo. El
Espíritu Santo, que te corrige a lo largo del camino, nunca te deja tirado en
el suelo, sino que siempre te toma de la mano, te consuela y te alienta".
En cada época,
el Espíritu le da vuelta a nuestros esquemas y nos abre a su novedad;
"siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de
no quedarse encerrada en sí misma, de no ser un rebaño que refuerza el recinto,
sino un prado abierto para que todos puedan alimentarse de la belleza de Dios,
una casa acogedora sin muros divisorios".
El Espíritu
mundano, nos presiona para que sólo nos concentremos en nuestros problemas e
intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias
nacionales y de grupo. El Espíritu Santo no. Él nos invita a olvidarnos de
nosotros mismos y a abrirnos a todos. Y así rejuvenece a la Iglesia. (cfr.
Homilía, 5 de junio, 2022)