12 de noviembre 2025. “La espiritualidad pascual inspira la
fraternidad” Audiencia Papa León XIV Plaza de san Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Creer en la muerte y resurrección de Cristo y vivir la
espiritualidad pascual infunde esperanza en la vida y anima a invertir en el
bien. En particular, nos ayuda a amar y a alimentar la fraternidad, que es sin
duda uno de los grandes desafíos para la humanidad contemporánea, como vio
claramente el Papa Francisco.
La fraternidad nace de un dato profundamente humano.
Somos capaces de relacionarnos y si queremos, sabemos construir vínculos
auténticos entre nosotros. Sin relaciones, que nos sostienen y que nos
enriquecen desde el inicio de nuestra vida, no podremos sobrevivir, crecer,
aprender. Estas son múltiples, diferentes en cuanto a modalidad y profundidad.
Pero es cierto que nuestra humanidad se realiza mejor
cuando estamos y vivimos juntos, cuando somos capaces de experimentar
vínculos auténticos, no formales, con las personas que tenemos al lado. Si nos
encerramos en nosotros mismos, corremos el riesgo de enfermarnos de soledad e
incluso de un narcisismo que se preocupa solo de los demás por interés. El otro
se reduce, entonces, a alguien de quien tomar, sin que estemos nunca dispuestos
verdaderamente a dar, a entregarnos.
Sabemos bien que tampoco hoy la fraternidad no es algo ni
inmediato ni que se pueda dar por descontado. Es más, muchos conflictos, tantas
guerras esparcidas por el mundo, tensiones sociales y sentimientos de odio
parecerían demostrar lo contrario. Sin embargo, la fraternidad no es un
hermoso sueño imposible, no es un deseo de unos pocos ilusos. Pero para
superar las sombras que la amenazan hay que ir a las fuentes y, sobre todo,
obtener luz y fuerza de Aquel que solo nos libra del veneno de la enemistad.
La palabra “hermano” deriva de una raíz muy antigua, que
significa cuidar, preocuparse, apoyar y sustentar. Aplicada a cada persona
humana se convierte en un llamamiento, una invitación. A menudo pensamos que el
papel de hermano, de hermana, se refiera al parentesco, al hecho de ser
consanguíneos, de pertenecer a la misma familia. En realidad, sabemos bien que
los desacuerdos, las fracturas y a veces el odio pueden devastar también las
relaciones entre parientes, no solo entre extraños.
Esto demuestra la necesidad, hoy más urgente que nunca, de
volver a considerar el saludo con el que San Francisco de Asís se dirigía a
todas y a todos, independientemente de su procedencia geográfica y cultural,
religiosa o doctrinal: omnes fratres era el modo inclusivo con el que San
Francisco ponía en el mismo plano a todos los seres humanos, precisamente
porque les reconocía en el destino común de dignidad, de diálogo, de acogida y
de salvación. El Papa Francisco retomó este enfoque del Poverello de Asís,
dando valor a su actualidad después de 800 años, en la Encíclica Fratelli Tutti.
Ese “Tutti” (todos) que para San Francisco significaba la
señal acogedora de una fraternidad universal expresa un rasgo esencial del
cristianismo, que desde el inicio fue el anuncio de la Buena Noticia destinada
a la salvación de todos, nunca de forma exclusiva o privada. Esta fraternidad
se basa en el mandamiento de Jesús, que es de nuevo, en cuanto realizado por Él
mismo, cumplimiento sobreabundante de la voluntad del Padre: gracias a Él, que
nos amó y se entregó por nosotros, nosotros podemos, a su vez, amarnos y dar la
vida por los demás, como hijos del único Padre y verdaderos hermanos en
Jesucristo.
Jesús nos amó hasta el final, dice el Evangelio de Juan
(cfr. 13,1). Cuando se acerca la pasión, el Maestro sabe bien que su tiempo
histórico está a punto de concluirse. Teme lo que está a punto de suceder,
experimenta el suplicio más terrible y el abandono. Su Resurrección, al tercer
día, es el inicio de una historia nueva. Y los discípulos se convierten
plenamente en hermanos, después de tanto tiempo de vida en común, no solo
cuando viven el dolor de la muerte de Jesús, sino, sobre todo, cuando lo
reconocen como el Resucitado, reciben el don del Espíritu y se convierten en
testigos.
Los hermanos y las hermanas que se apoyan mutuamente en
las pruebas no dan la espalda a quienes están necesitados: lloran y se
alegran juntos en la perspectiva laboriosa de la unidad, de la confianza, de la
entrega mutua. La dinámica es la que el mismo Jesús nos entrega: “Amaos los
unos a los otros como yo os he amado” (cfr. Juan 15,12).
La fraternidad que
nos brindó Cristo muerto y resucitado nos libra de las lógicas negativas de los
egoísmos, de las divisiones, de las prepotencias, y nos devuelve a nuestra
vocación original, en el nombre de un amor y de una esperanza que se renuevan
cada día. El Resucitado nos indicó el camino a recorrer junto a Él, para
sentirnos y para ser “Fratelli Tutti” (hermanos todos). Fuente e Imagen de
Vatican. Va.
